Yo no sé, no. “Te están calando la carta”, le dijo Manuel a la Eva cuando jugábamos al truco en una esquina de la Plaza Galicia, ahí al lado de un pino que aparte de ser alto y sensible al viento, tenía una rama que parecía un brazo estirado, y donde un par de torcazas miraban hacia abajo como queriendo “calar” los naipes de todos. Ese día de agosto el viento era no muy fuerte pero de a ratos cambiaba de rumbo. El pino, entonces, se inclinaba a veces para el sur, otras para el oeste. Uno de nosotros dijo: “¡Mirá las torcazas, cómo cogotean, están mirando los distintos rincones del barrio, están como chusmeando!”.
Cerca de la plaza estaba Juancalito mirando con atención la jugada que el Pocho Luna le describía en la pared de una panadería y le decía: “¡Acá, acá –señalando un punto cerca de la ventanita de donde te vendían los bizcochos y caceritos a la madrugada– tiene que estar el 11! ¿Cala la jugada?”. Cuando cambió el viento, seguro que las torcazas verían a José mirando con atención cómo Cheneo voleaba ladrillos de a dos a Pií. Entre los tres estaban haciendo una pieza en una terraza por 24 de Septiembre.
A una cuadra, Tiguín estaba por Francia haciendo piruetas con su bici, con la esperanza que la piba de la mercería lo cale haciendo su mejor maniobra. A dos cuadras al norte, Carlos se subía al interno del 15 (interno porque sólo recorría Carlos Casado, después había que hacer transbordo de colectivo) y miraba con atención las rejas de unas ventanas. Decía siempre: “Hay que calar los detalles artísticos de algunas rejas, son una belleza”.
Por Quintana estaban Ricardo y Carlitos. Ricardo decía que en invierno las ranas se refugiaban en la zanja que estaba en la cuadra del Patito Acuña, y que la protección se las daban las calas de esa zanja. En otra parte de la Plaza Galicia, la Marta trataba de convencer a Pedro de lo siguiente: le decía que había agostos con vientos no sólo de distintas direcciones, sino que algunos venían del pasado, otros transcurrían en este presente y otros venían del futuro. Y le decía: “¡Si ese pino hablara!”.
La corneta del último churrero nos decía que la tarde terminaba. Pedro miró al pino con ganas de preguntarle dos cosas: primero “¿cómo saldrá nuestro próximo partido?”, segundo “¿cuál será la respuesta que le dará aquella piba después que en el segundo tema de Trocha Angosta cale lo que el cuore de Pedro le está diciendo?”
Cuando empezaron a prender las luces de la plaza se jugó la última mano de truco. Un comodín hizo de Ancho de Espadas, pues un rato antes al original se lo llevó una repentina ráfaga de viento. De algún lado venía “viento dile a la lluvia” de los Gatos. Manuel recogió el mazo de naipes, miró al pino que se recostó suavemente, y dijo: “¡Viento devolvé el Ancho así cambia nuestra suerte!”.
Publicado en el semanario El Eslabón del 10/08/24
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