Yo no sé, no. “No te escondas que vos no sos ningún santo”, le dijeron a Manuel, que estaba detrás de un paraíso. Esa mañana estábamos reclamando la pelo y pidiendo disculpas a una señora que vivía por Quintana. Momentos antes, producto de un pelotazo del Huguito que pegó en el palo que la sostenía, la ropa recién tendida quedó toda desparramada y la señora se enojó de lo lindo. Cuando se calmó un poco nos devolvió la redonda no sin antes decir que sería la última vez. Esa semana, Juancalito y Tamba les decían a todos los que se cruzaban que el equipo de ellos le había ganado al Santo. En realidad fue que en la cancha de Yapeyú (la del rincón que quedaba cerca de Avellaneda y Riva) los de la cortada, equipo de Juancalito, había goleado a unos que se presentaron a jugar todos de blanco (como el equipo de Pelé). José estuvo esperando cuatro días para que le contestaran si le iban a dar una changa de albañil y al quinto día le dijo a Tiguín: “Al final me dijiste que hablaste con el cura para que gestione ante San Cayetano por mi laburo y todavía nada. Me parece que no hablaron con ningún Santo”.

Mientras tanto, Ricardo (al que apodábamos Semenewicz por el jugador) se presentaba como el más hincha de San Lorenzo y repetía, de atrás para adelante y de adelante para atrás, la formación de aquel equipo del Santo de Boedo de mediados de los sesenta. Pedro, una mañana volviendo de barrio Acindar, le propuso a Carlos: “Si nos volvemos a encontrar a esas dos pibas que estaban en las hamacas y nos habían sonreído, a ese lugar lo tendríamos que agregar al grupo de Santos Lugares”. Por el barrio se corría la bola de que la quinta que estaba pegada al tambo de Tito dejaría de serlo, lo que de confirmarse sería un bajón para nosotros, como así también que la cancha de Primera Junta (San Nicolás y Seguí) dejaría de existir. También se rumoreaba que cerraría la panadería que estaba cerca de la plaza, y que ya no habría terreno alguno para el parquecito de diversiones Polo Park. 

Estando reunidos en la esquina de Riva y Crespo, nos seguíamos preguntando cómo había hecho Simón (un grandote que había venido de Guatimozin, Córdoba, que a veces jugaba de arquero para nosotros) para descolgar una pelota que se le metía en el ángulo. Justo cuando veíamos que en la tele estaba por empezar El Santo y después de que terminara de sonar la voz de Louis Armstrong con su “Mientras los Santos vienen marchando”, apareció Manuel con un dibujo de San Martín y dijo: “A éste le dicen el Santo de la espada, pero para mí no fue ningún Santo, sólo fue el mejor que liberó tantos lugares para hacer una gran Patria”. La luna, a la altura de las chimeneas de Acindar, iluminaba las imágenes de aquellos lugares del barrio que, como pedazos de patria, sentíamos que estaban en peligro. El aroma a sánguche de queso y mortadela nos acompañaría un rato más, como la voz cavernosa de Louis Armstrong.

Publicado en el semanario El Eslabón del 17/08/24

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