Yo no sé, no. No llegamos a tiempo y vimos cómo se nos iba el 203, justo ése que lo conducía un chófer amigo que cuando íbamos para el lado de Puente Gallego no nos cobraba el boleto, o de tres pagábamos uno. Además, nos dejaba fumar en el último asiento, siempre y cuando tuviéramos las ventanillas abiertas. “Eso sí, si llega a subir el chancho se me bajan todos”, nos decía.

Esa semana de agosto nos pasó de todo. Raúl no llegó a tiempo a una pelota que le puso Carlos pegadita a la línea. Raúl vio cómo se le iba la pelota a la zanja que estaba por Quintana y nosotros veíamos cómo se nos iba la posibilidad del empate, y la chance de ir a los penales. José, el lunes de esa semana que amaneció lloviendo y que lo imposibilitaba de encarar un revoque fino, se fue a pescar al río cerca del frigorífico. Ahí, en ese lugar, le habían dicho que alrededor de un buque que había venido de Asia los moncholos, los sábalos, los armados y los amarillos se juntaban en gran cantidad. José no llegó a tiempo y vio como con el barco se iba la posibilidad de hacer una gran fritanga. Tiguín no llegó a tiempo a cambiar los frenos de su moto pero participó igual de una carrera y, después de saltar a tiempo, vio cómo su Zanella se iba al fondo de la Vía Honda. Manuel no llegó a tiempo para comprar una madeja de hilo número 6 para barrilete y, después de un fuerte viento, vio cómo su barrilete negro y azul se iba como bailoteando en lo alto, cruzando Avellaneda. Juancarlito, que con el Huguito estaba llenando un álbum a medias, no llegó a tiempo hasta lo de Trillo para comprar los dos últimos paquetes de figus y en uno de esos estaba “la difícil”.

Cuando vio los paquetes en manos de uno que llegó antes que él, Juancarlito vio cómo se le escapaba la número 5, la pelo que te daban cuando llenabas el álbum. Pedro no llegó a tiempo para comprar el disco de los Iracundos, ese con el tema Hace frío ya que tanto le gustaba a Graciela. Ese viernes había juntada y baile. Pedro veía cómo le alejaba el cuerpo a cuerpo bailando ese tema. También Pedro llegó tarde para hacer un relato que las de Lengua le habían pedido a todos los de sexto. Pedro, al relato, lo tenía encaminado en la cabeza pero un día se cruzó con una que tenía un flequillo rebelde y una sonrisa encantadora, que hizo que su corazón se distrajera y el relato se atrasara. Pedro vio cómo se iba la posibilidad de que un relato suyo viajara a Santa Fe como el mejor de la Anastasio Escudero.

Por la tarde del sábado, estábamos en la plaza cuando llegó Manuel, que venía de curarse el empacho en lo de doña Juanita, y nos dijo que le había preguntado a doña Juanita por nosotros. Ella le pidió el nombre de todos nosotros, los escribió en un papel, le acercó un vaso con agua y dijo: “Ustedes están llegando tarde, y después ven cómo se les van las cosas”. Hizo un silencio y agregó: “Pero no te preocupes Manuel, después de la 12 de esta noche todo cambiará. Yo me encargo”.

Cerca de la una estábamos con una docena de bizcochos que untábamos con las últimas cuatro latitas de picadillo que habíamos comprado en lo de don Mauricio (Quintana y Vera Mujica), junto a un atado de Colorados. En un momento sentimos el tren con su silbato largo, como despidiéndose de la ciudad. A ese tren llegaría a tiempo el Pocho Luna, para colgarse y bajar en el apeadero Sur. Por algún lado sonaban Los Iracundos; era pasada la una y la sensación que teníamos era que de ahora en más llegaríamos a todas las pelotas. La voz de Antonio Carrizo decía por la radio: “¿Qué hay detrás de un Colorado?”. Manuel le contestó, mientras le pegaba una seca: “Detrás de un Colorado estamos nosotros llegando a tiempo”.

Publicado en el semanario El Eslabón del 24/08/24

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