Una cosa es “no resistir un archivo”. Sería muy difícil encontrar dirigentes de cualquier ámbito a los que no les quepa algún señalamiento por contradicciones entre sus dichos y acciones de distintas épocas. Otra cosa es que las incoherencias se evidencien sin necesidad de cotejo entre presente y pasado, “en tiempo real”, tal como se puede apreciar en el caso de Javier Milei. Su reciente primer mensaje ante la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es apenas otro ejemplo de inconsistencias, falacias y mesianismos discursivos no fáciles de empardar, aunque menos preocupantes que sentidos y consecuencias de su gestión presidencial, mucho más entendibles por cierto.

Que el hacer de Milei es peor que sus decires se palpa cada vez más a lo largo y a lo ancho de la Argentina. En esta misma semana en la que volvió a autopercibirse como salvador del mundo, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) difundió datos que bien pueden oficiar de síntesis: durante los primeros seis meses de su gobierno, el índice de pobreza fue del 52,9 por ciento, casi 13 puntos porcentuales más que los registrados durante el mismo período del año anterior. En cuanto a indigencia, el incremento fue mayor: pasó del 9,3 en 2023 al 18,1.

Aunque el primer mandatario y sus mandaderos insistan en culpar a gobiernos anteriores, los datos esmerilan los niveles de adhesión a las políticas oficiales y también la credibilidad en la lógica que predican con cruel insistencia, esa de que para estar mejor en el futuro hay que estar primero mucho peor que en el pasado.

Claro que no sólo los oficialistas explícitos siguen en esa. También esta semana, el gobierno santafesino volvió a dar muestras de su fervor por ajustar a los muchos que están cada vez peor –sin siquiera mencionar a los muy pocos que nunca dejan de estar mejor– al calificar como privilegios a derechos y conquistas de trabajadoras y trabajadores asalariados como los de las empresas provinciales de servicios.

En el caso del gobernador Maximiliano Pullaro, todavía sus decires suenan peor que sus haceres. Pero sean por acción o por omisión, los pecados son pecados. Y algunos no tienen perdón ni de Dios, que es mucho más complaciente que el común de los mortales, cuyo decir y hacer en situaciones extremas responden más al instinto de supervivencia que al de sometimientos eternos a injusticias sin sentido.

Publicado en el semanario El Eslabón del 28/09/24

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