Yo no sé, no. Manuel llegó hasta la cancha de Iriondo gritando: “Abrieron Centeno y la están alargando”. Esa mañana, un par de máquinas de la Municipalidad la iban a hacer llegar hasta Francia. A José le cayó bien la noticia, pues la posibilidad de que le dieran un trabajo, hacer un galpón por Centeno, le abría un futuro con plata en el bolsillo hasta por lo menos lo que restaba del año. Tiguín veía que se le abría la posibilidad de organizar unas carreras de bicis en un circuito nuevo que, a pesar de ser de tierra por ser nuevo, era parejito. Carlos y Raúl veían un nuevo camino –y más corto– para llegar los viernes hasta Cocotero, el saloncito bailable que estaba pasando Lagos. Juancalito veía otra vía para escaparse hasta Lagos para tomar el 203 rumbo al arroyo sin que los padres se enteraran. Ricardo vio cómo se salvaba de que la pala mecánica se lo llevara puesto en ese arco en el que en una final le atajó un penal a Caticho quedándose con el título y la copa. 

Pedro vio que el árbol, un ciruelo que nunca dio frutos pero sí sombra en aquellas tardes clandestinas con Graciela, no tuvo esa suerte y las máquinas se lo llevaron puesto. A Centeno la abrían y la alargaban hasta Francia. Ahí, a metros de esa esquina, una tarde nos reconciliamos con los gitanos y aceptamos cuando nos invitaron a tomar té con pan y manteca. 

El sábado de esa semana nos dimos cuenta de que los días se alargaban y también se alargaban nuestros rubios ya que empezábamos a fumar 100 milímetros con los Benson. En el diario aparecía un anuncio daba miedo, el ministro decía que “abriría la economía para que el plan de estabilidad se alargara”. Esa tarde, la del té con los gitanos, fuimos con pantalones vaqueros y camisas leñadoras muy coloridas. Estábamos a un paso de que la primavera empezara a transitar por un largo y prometedor octubre. A Centeno la habían abierto y alargado, y se nos llevó unos pedazos de barrio. Presentiamos que, a pesar de ciertos anuncios del gobierno, vendría un camino con mucha tela colorida, no para cortar (como dice el dicho ) sino para disfrutar. A metros de llegar hasta donde las gitanas bailaban con sus coloridas polleras, sentimos que de algún televisor salía la voz de Nicola di Bari cantando en la propaganda de Estesa, la textil más grande que había en aquel momento.

Publicado en el semanario El Eslabón del 28/09/24

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