Yo no sé, no. Cayeron cuatro gotas y el techo de la pieza donde nos juntábamos, a pesar de que le habíamos cambiado las chapas más viejas, parecía no tener remedio. Como la pared de una casa que estaba cerca de uno de los arcos del cilindro y que el Colo la había rajado de un pelotazo. José se había encargado de arreglarla para que no saltara la bronca pero cada tanto la grieta aparecía. Para José, esa pared ya no tenía remedio.

En el fondo de la casa de Pedro, en una pequeña huerta, las acelgas eran atacadas por las hormigas y por los pájaros. La Lore le enseñó a preparar un menjunje con tabaco y cáscara de naranja que era el gran remedio para no usar el tradicional veneno. Raúl y Carlos se habían hecho cargo de la dirección del equipo y, después de cinco partidos en los que nos bailaron, trajeron un zurdo para el mediocampo. Cuando la empezamos a tener más, el equipo encontró el remedio. La Moni, a veces acompañada otras veces sola, cuando la noche estaba estrellada se iba para atrás de la capilla, donde comenzaba el campo de Tito. Ella decía que se daba un baño de luna y que eso era un gran remedio. Manuel una vez llegó con dos redondos caseros, eran dos panes. Le habían dicho que tenían mucho trabajo, mucho amase, y nada de condimentos ni conservantes ni levadura.

Cuando terminamos con esos caseros en una mateada, fuimos por más. Recorriendo la última calle pegada a la vía, Manuel preguntaba casilla por casilla: “Oiga, doña, ¿acá hacen caseros sin remedio?”. Y hablando de sin remedio, ese año después de que se muriera el paraíso de Iriondo y Riva, el níspero que estaba a un par de metros no dió ningún fruto. Juancalito dijo: “Extraña al compañero, contra ese dolor no hay remedio”. 

El sábado por la tardecita, la juntada empezó a tener fin cuando escuchamos la tos que venía de una casilla donde vivía una señora, la misma que nos daba agua de bomba. La noche se venía húmeda y con frío, Graciela sintió un dolor en el pecho. “Cuando siento esa tos, es probable que ya se haya quedado sin remedio y sin plata”, dijo Graciela, y se separó de nosotros yendo para lo de la señora.

Cuando cruzamos Caferatta sentimos el ruido de la grúa guinche de la fábrica en la que se estaba peleando por mejoras salariales. Vimos uno que, volviendo en bici después de una huelga de tres días en la fábrica Acindar, empezó con sus ruidos. El de la bici venía sonriendo y esa noche nos dimos cuenta de que muchas cosas tienen remedio.

Publicado en el semanario El Eslabón del 09/11/24

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