Aún sin datos que ahuyenten sospechas y temores tras el crimen de Pillín, los voceros oficiales denostan cuestionamientos “humanistas” y celebran goles laterales como Colectividades y el Festival Bandera.

La cantidad de personas que el sábado 9 de noviembre a la noche estuvieron a apenas pocos metros del lugar donde Andrés Bracamonte y Daniel Attardo fueron asesinados fue mucha. Que sólo ellos hayan sido alcanzados por las balas da cuenta de una enorme pericia de quienes dispararon, o en todo caso de un milagro. Que en el bulevar Avellaneda justo a esa hora el alumbrado público no estuviera funcionando y que la intervención policial no haya sido más inmediata a lo sucedido pese a la cantidad de efectivos que se había asignado a garantizar la seguridad del partido de fútbol que había terminado apenas minutos antes a sólo tres cuadras de ahí, invita a suponer que tanta eficacia gatillera tuvo un ayudín que pareció más terrenal que celestial y reforzó el olor a crimen con mensaje, pesado, digno de investigar bien a fondo y rigurosamente, con el mayor hermetismo posible. Que pese a todo desde el gobierno provincial se insista en atribuir lo que pasó a apenas una pelea interna, similar a las que se dan en barras bravas de todo el país, es otro dato que abona la profusión de dudas, desconfianzas e hipótesis diversas en torno a autores y móviles de los crímenes cometidos.

Tal vez por eso de que “esta camiseta no está hecha para los cagones” ni para los hipócritas, en la rosarinidad que se expresa periódicamente en esa esquina de Avellaneda y Reconquista no cae muy bien que digamos eso de que lo que pasa y pasó delante de tus narices “no es para tanto, no fue tan grave, fue una boludez, andá tranquilo a la fiesta de las colectividades que está todo bien y vamos a meter más policías, gendarmes y coso”.

Vaya a saber qué surgirá de las ciberencuestas de las consultoras “serias”. A ojos de vecino curioso y conversador, en Arroyito las sensaciones van y vienen del miedo y el estupor a esa suerte de dolorosa mezcla de indignación y resignación ante tanta violencia y chamuyo oficial negacionista.

Foto: Alan Monzón

Entre los voceros del gobierno santafesino en esta y otras cuestiones no faltan medios y periodistas que llevan lo del chamuyo negacionista a extremos estremecedores. Al día siguiente de las ejecuciones el santafesino Coni Cherep publicó en su blog una nota en la que afirma que quienes no adhieren al relato oficial y manifiestan preocupación y cuestionamientos son “la prueba viva de que algunos «humanistas» extrañan al crimen y a los gestores de los pactos que les permitían (a los capos de la delincuencia) actuar con libertad desde las cárceles”.  

Vale citar unos párrafos más del escriba santafesino, que parece haber investigado velozmente y a fondo para disipar enseguida dudas como las acá planteadas: “¿Que estaba cortada la luz en la avenida? Claro, desde hacía 4 días. ¿Que las ambulancias no quisieron atender a Bracamonte? Ninguna prueba para semejante acusación. ¿Que la policía liberó la zona? Dos personas irrumpen desde una esquina y balean a una camioneta y huyen en medio de un amontonamiento de gente. ¿Dónde está la liberación de la zona?”.

Ni el gobernador ni sus funcionarios fueron tan asertivos como el periodista en sus posteriores declaraciones públicas sobre tales pormenores del caso. Ninguno se atrevió a contradecir a un montón de hinchas de Central que aquél sábado vieron prendidas las luces que “no funcionaban hace cuatro días” cuando iban a la cancha, al atardecer; y luego las vieron apagadas cuando salían del estadio, minutos antes de los asesinatos. Sí machacaron funcionarios y dirigentes de la alianza gobernante con lo de minimizar el hecho, augurar tranquilidad a futuro y denostar a quienes “quieren instalar el caos”, según sostuvo la vicegobernadora Gisela Scaglia. “Yo le digo a esas personas que tengan prudencia, que piensen en la gente que todos los días quiere seguir desarrollando su vida en esta ciudad que es tan linda, que está hoy en medio de (la feria de) Colectividades, que anoche (por el lunes) hubo más de 90 mil personas, porque hay otra Rosario que está andando, que está más viva que nunca, que volvió a recuperar su capacidad hotelera, que volvió a sentirse segura”, dijo Scaglia a La Nación + el martes 11. 

Ya el miércoles 12, una de las que se sumó fue la presidenta del Concejo Municipal rosarino María Eugenia Schmuck, quien también apeló a lo de Colectividades como muestra de lo bien que está todo e incluso midió que en estos días “volvimos a tener las calles llenas” y que “hay una apropiación de espacios públicos por parte de los rosarinos impresionante, como no había el día antes de la pandemia”. 

Lo del “renacer” de Rosario había sido destacado también por el intendente Pablo Javkin al cabo del último fin de semana de octubre, cuando consideró digno de celebración lo que mucho tiempo ha sido y debiera ser normal, que es el normal desarrollo de dos eventos masivos el mismo día en la misma ciudad: Newell’s pudo jugar un partido en su estadio sin que haya habido incidentes graves pese a que casi al mismo tiempo transcurrió en el Hipódromo del mismo Parque Independencia que alberga al Coloso rojinegro el Festival Bandera. Y todo –insisten– gracias al Plan Bandera, en cuyo marco se dispuso un despliegue simultáneo de militares y fuerzas de seguridad nacionales y provinciales que no deja de ensalzarse ni aunque a tanta milicada junta se le haya escapado semejante tortuga como la eliminación del Pillín así como fue, en semejante marco, apto para mucho público, con tanta resonancia a un “en tu cara y en tu cancha” dirigido vaya a saber desde dónde y a quiénes.

La lectura que avizora sólo “otro caso de violencia en el fútbol” no tuvo eco en los encargados de la investigación judicial, cuya única medida difundida –al menos hasta el cierre de esta edición– fue el allanamiento a la Comisaría 9ª y a domicilios de efectivos de esa fuerza, de los que hubo menos información oficial que interpretaciones periodísticas en la mayoría de los casos sin fundamentos ni datos ciertos que las avalen.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

Igual de temerario e imprudente que bajarle el perfil al hecho y negar la conmoción que causó resulta dar por sentado que “a Pillín lo entregó Pullaro” y que el vaticinio de “incendio” de la ciudad sobre el que la propia víctima había advertido se cumplirá inexorablemente.

Lo que sí se puede ver es que, no muy lejos de donde se estaría dando el feliz renacimiento, todavía no se diluye el nada zonzo miedo a la muerte, la violencia y la impunidad. Qué si no eso es lo que llevó a la dirigencia de Central a limitar horarios de funcionamiento de sus instalaciones en torno al Gigante, lo que añade otro sentir generalizado entre vecinos y habitués: “Yo estoy muy, muy triste, ayer llevé a mi hija a gimnasia y no había casi nadie en el club. Ver el Caribe con dos o tres mesas ocupadas nomás me da ganas de ponerme a llorar”, musitó este último jueves a la tarde una empleada de un comercio de la zona, donde pese a tanto llamado a sentirlas ajenas, las penas se siguen compartiendo.

Foto principal: Alan Monzón
Publicado en el semanario El Eslabón del 16/11/24

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