Hace más de 50 años leí, por primera vez, Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato. Recuerdo que me impresionó fuertemente la “Noticia Preliminar”, a la que tomé, ingenuamente, por cierta: yo era, por entonces, un lector cándidamente realista. Quizás por eso me impresionaron, asimismo, las referencias a y descripciones de lugares de Buenos Aires fácilmente reconocibles.
Recuerdo asimismo mi entregarme a la historia de Martín y Alejandra, con las escenas en la casa del Mirador, y la presencia fantasmática de miembros de una familia que había nacido al mismo tiempo que el país.
Actualmente no tenía demasiados recuerdos de la novela. O, en todo caso, tenía unos pocos recuerdos que eran como imágenes dispersas de un conjunto perdido hace mucho en la memoria.
Hasta que, al cabo de tantos años, sentí deseos de releerla. Algo me impulsaba, algo que no sabría definir muy bien. ¿Una necesidad de volver sobre una etapa de mi vida donde todo estaba por conocer? ¿Las ganas de recuperar una estructura de sentimiento adolescente y candorosa? ¿La búsqueda de una verdad, a la que mi inmediato paso por la universidad –que duraría tantísimos años– sepultaría en aras del acatamiento de prescripciones, mandatos y convenciones que cayeron sobre esa época juvenil, expulsando a Sábato del panteón de los próceres de la literatura argentina?
Lo cierto es que la vuelta, el regreso a esos años lejanos, me deparó una experiencia valiosa. Porque me encontré con una novela despareja pero monumental, sostenida por una forma de narrar que supone aliento fuerte y expresividad indudable.
Hubo pasajes, capítulos, que me parecieron de más: fundamentalmente, el siempre mentado “Informe sobre Ciegos”, una suerte de apósito innecesario, tanto que no por casualidad más de una vez se ha editado como texto independiente.
Pero cuando la novela habla de Martín, de Alejandra, de Bruno, de Fernando, cobra vuelo. Un vuelo que, hay que decirlo, está salpicado por caídas como el recurso a un presunto lenguaje popular mal mimado, o momentos melodramáticos que le restan potencia a la narración que, en general, tiene fuerza. Por no hablar de los pasajes de simbolismo alegórico donde capotea la historia.
Sin embargo creo que la novela se sostiene y atrapa. Entre la serie de recursos narrativos que pone en juego, la intercalación de un registro donde se cuenta la marcha de la legión de Lavalle hacia el norte no es algo menor. Es una “historia dentro de la historia” que está relatada con eficacia, justeza e incluso lirismo.
Sábato pretendió hacer una suerte de “novela total”, que abarcara hasta la historia misma del país a través de momentos que remiten tanto a su período fundacional, como a momentos relevantes y álgidos como el yrigoyenismo, la década infame y el peronismo.
En la confluencia de esa historia global con la historia singular de los personajes se juega el relato, que se compone fundiéndolas. Ello se produce, sobre todo, en la instancia final, donde después de contar el fin de la legión de Lavalle en Jujuy, se narra la partida de Martín hacia el sur, a bordo de un camión que allá lo lleva.
La marcha hacia el extremo norte y el extremo sur del país se cruzan, de tal modo, en el instante final, con un simbolismo evidente. En ese instante que mi memoria supo conservar, porque volví a sentir el impacto que me provocó, hace tanto tiempo, la lectura de esa escena, en la que Martín y el camionero orinan juntos sobre la banquina, antes de partir hacia el mítico confín austral de la patria.
PD: estoy hablando de la obra de Ernesto Sábato, no de él. De su descomunal novela, no de su vida y su accionar cívico, cuestionables y polémicos. Sábato, juvenil izquierdista, fue a almorzar con Videla en los albores de la dictadura eclesiástico-cívico-militar, y después encabezó la presentación del célebre Nunca Más. Pese a ello, los claustros de la universidad reformista restaurada por el alfonsinismo nunca hicieron lugar a su obra, condenándola a un injusto olvido académico. Ernesto Sábato fue expulsado del canon oficial universitario con la misma arbitrariedad con que fuera ungido en prócer de la democracia.
Publicado en el semanario El Eslabón del 16/11/24
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