Yo no sé, no. Manuel llegó gritando: “¡La verdulera me dijo que por la escasez de lluvia está todo caro y sólo me alcanzó para esto!”, y nos mostró tres tomates y dos cebollas. Raúl propuso al toque: “Vamos rápido hasta Crespo y la vía que venden huevos baratos de ponedoras, vamos antes que los aumenten. Y de paso vamos para el lado de la quinta que está por Uriburu y Provincias Unidas que ahí, por más que tengamos cinco años de escasez de lluvia, tomate, cebolla y acelgas siempre va a haber y no te arrancan la cabeza con el precio”.
La ensalada para acompañar el faldaje estaba asegurada. José por esas semanas estaba laburando de lo lindo, sólo decía: “Si sigue está escasez de lunes con lluvias para ir a pescar, la cabeza se me va a estallar”. Pedro llegó preocupado a lo de Mónica porque no había conseguido papel de calcar en la librería de Vera Mujica y 24, y pensó que si no había en esa librería que todo lo tenía, debía haber escasez. La Moni esa tarde le encontró la vuelta y con papel de molde marrón, casi transparente, empezó a hacer una América con un montón de patrias. Le puso memoria, imaginación y corazón.
Cacho, que de todos nosotros era el que más cerca vivía de la cancha de Cilindro, se tomaba el trabajo de regarla día por medio aunque sólo una franja, la que recibía una generosa sombra y en la que el pasto le había ganado a la tierra. Esa franja de verde y tierno césped no sólo era deseada por los más habilidosos sino también por las vacas del tambo de Tito, así que antes de un torneo tuvimos que hacer guardia para que no se acercaran. Cuando la Lau y la Isa –las pibas que vivían pasando barrio Acindar– nos pedían que las acompañáramos en busca de los tréboles de cuatro hojas simples antes de las últimas pruebas del año, lo que querían era que no hubiera escasez de suerte.
Juancalito estaba preocupado porque no había visto pasar el carro del hielero durante tres días, y preguntó: “¿La escasez habrá llegado hasta las barras de hielo?”. Era a mediados de noviembre y, con los bolsillos medio vacíos, organizamos una juntada en lo de la Mari, sencilla, sólo música, algo para picar y beber. A eso de las 9 y media de la noche del sábado, llegaron Carlos y Tiguín con unos cuantos papelitos, eran vales que durante semanas les habían dado de cambio ante la escasez de monedas. Al toque los cambiamos por efectivo. Para las 23, maso, empezaron a caer las primeras gotas. La Susi puso a Cigliola Cinquetti cantando La lluvia, teníamos para una picada, los puchos y las gaseosas. La escasez, para nosotros, empezaba a terminar.
Publicado en el semanario El Eslabón del 16/11/24
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