Yo no sé, no. Manuel, saliendo del cañaveral donde había ido a buscar la pelota, dijo: “Acabo de ver un gran hombre araña negro que con los brazos extendidos sostenía dos cañas de gran altura”. Alguien le dijo que las cañas estaban sostenidas por la tela de araña, pero Manuel insistía con que era la araña con sus brazos la que agarraba la caña. Cerca de ahí, el ayudante de José sostenía con los brazos entendidos dos tirantes de madera que marcarían dónde estaría la puerta de edificación que estaban por realizar. Tiguín decía que una mañana, en la que fue hasta el tambo por leche, vio a Tito sentado entre dos vacas con los brazos estirados, ordeñando a las dos al mismo tiempo. Tito le dijo que su hermano no había venido y estaba solo para el ordeñe, así que le metía pata. “Con la izquierda ordeño la que me compran los vecinos y con la otra leche para una empresa láctea”.
Carlos nos recordaba que cuando llegó ese arquero enorme al arco de nuestra canchita, Mamu estiraba los brazos y parecía que estaba sosteniendo los dos palos. Entonces se la tiraban esquinada pero si no eras preciso la pelo o pegaba en el poste o se iba afuera. Mamu parecía el gran Lev Yashin, esa tarde le pateamos todos y muy pocas entraron. Juancalito dijo que, después de la gran lluvia, el arroyo estaba con un gran caudal de agua que pasaba a gran velocidad y que los dos pilotes del Puente Gallego parecían dos brazos extendidos sosteniéndolo. Juancalito se imaginaba que el arroyo le decía al puente: “Tranquilo, hermano, hoy estoy furioso pero no es con vos la cosa, te sostengo para que sigamos juntos”. Ya habían pasado tres semanas desde que el pequeño circo se había marchado de Quintana casi Crespo, y la pequeña Susi seguía comentando que después del auto loco, el que se desarmaba a explosiones, apareció un hombre atlético que, extendiendo sus brazos, sostenía a dos bailarinas, una en cada mano. El sábado por la tarde, la Eva llegó hasta lo de Mónica con los brazos extendidos. En uno traía casi todo para los sánguches y en otro, dos LP, uno reciente, Los preferidos a la luna, y otro el último de Alta tensión (a colores). Raúl caería después con los brazos extendidos mostrando en uno cerveza y tinto, y en el otro una Seven y una Mirinda naranja.
Hace poco, Pedro contó que por donde estaba el cañaveral vio a dos enormes cañas, quizás sean las mismas que vio Manuel hace mucho, quizás estén resistiendo, esperando a unos nuevos brazos extendidos que las arranquen para ser lanzas o parte de algún arco o para tomar vuelo siendo huesos de barriletes. Por ahí, cerca de aquel cañaveral hay una calle en la que todas las mañanas pasa una joven rumbo a la Anastasio con los brazos extendidos, en uno sostiene la sonrisa de una niña y en el otro la de un niño, sonrisas refugiadas en guardapolvos blancos, sonrisas con huesos de barriletes.
Publicado en el semanario El Eslabón del 30/11/24
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