Yo no sé, no. Los pibes, aprovechando que el dueño de una de las casas más antiguas del barrio no estaría por un par de días, se pusieron a patear unos penales usando el gran portón verde como arco. Estaban todos estrenando algo que “el niño Dios” les había traído para Navidad, y estaban pateando una pelo gastada con algunos gajos que empezaban a descoserse. Del color original ya nadie se acordaba.
Esa pelota también estuvo cuando las pibitas se juntaban con los pibitos en un voley en la placita y en un golentra de todos contra todos. Uno de los pibitos nos dijo que eran los últimos tiritos con esa pelo porque los Reyes Magos le iban a traer una número cinco con los colores del nuestro. Manuel, cuando sintió la frase “los últimos tiritos”, se acordó cuando en el verano anterior, en el parquecito, le quedaban los últimos dos tiros a unos tachos: si le pegaba a uno ganaba una pelo de goma, y si le pegaba al otro un conejo de peluche.
La pelo era para Juancito, su hermanito, y el conejo para su hermana la Evita. José se acordó cuando, con la línea en el Mangrullo, en el último tiro encarnó con una babosa y sacó una enorme tarucha que parecía un mini submarino. Tiguín se acordó cuando se dio cuenta que sólo le quedaba un poco de nafta en el tanque de su Pumita. Tenía pensado ir a hacerse el lindo con las pibas de la plaza del barrio Carlos Casado y después ir hasta un bailongo en el barrio San Francisquito, y en ese momento sintió que tenía nafta para un sólo tiro. Carlos se acordó cuando con un flipper de la calle Mitre pasando San Lorenzo, en la última pelotita hizo como 10 mil puntos antes de que la máquina se tildara y quedara sin funcionar por un mes. Carlos decía: “¡A esta la dormí con el último tiro!”. Juancalito se acordó cuando, jugando al hoyito, tenía dos puntis en la mira: uno era un bolón meniado y el otro era un acerito. Era un tiro que de errarle sería el último porque detrás de esos puntis el pasto frenaría a su japo dejándola a tiro de Cepillo (el del bolón) o de Pichi (el del acerito).
Todos nos acordamos cuando el arroyo estaba crecido y furioso y, estando en la barranca que estaba en el lado de los sauces, para cruzarlo ese día teníamos que ser muy precisos para después del salto caer en el lugar que era profundo y sin piedras. Era como tener un último tiro para cruzar el arroyo. Pedro se acordó cuando en lo de la Susi, después de Trocha angosta (una banda de la época) sonaría uno de los Pasteles verdes y uno de Leo Dan. Estaba bailando con una de pelo largo y negro y sentía que tendría los últimos dos tiros con esa morocha.
Esa tarde, en el último penal, cuando el sol se había ido y la luz de la calle se hacía esperar, se sintió un ruido fuerte contra el portón que nos decía que había sido gol. El que pateó lo gritó, la lámpara de la calle se prendió y la vieja pelo ya no estaba. Los pibitos, después de buscarla un rato, empezaron a irse sabiendo que no había sido el último tiro y que la pelo volvería para Reyes.
Publicado en el semanario El Eslabón del 04/01/25
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