Yo no sé, no. El pronóstico decía que en pocas horas caería un toco de agua, y todos sabíamos que si pasaba eso la manzana que estaba entre Riva, Quintana, Cafferata y San Nicolás quedaría, en pocas horas, bajo el agua. En el medio de esa manzana había un gran tronco que seguro alguna vez fue un gran árbol, que ninguna lluvia anterior tapó. De lejos, a media cuadra, parecía un semidiós recostado disfrutando de esa gran laguna, y como al principio de ese febrero aparecieron unos carteles de un próximo loteo, nos dimos cuenta que sería la última vez que veríamos esa laguna. 

A alguien se le ocurrió hacer una competencia. Consistía en llegar hasta el tronco y dejarle algo a modo de ofrenda y de deseo. Los dos que llegaran primeros recibirían una gaseosa y unos familiares de mortadela y queso, todos tenían que volver con un pedazo de ese tronco. 

Para cuando ya habían pasado tres horas y media de lluvia comenzó el certamen. Cuatro equipos de dos participaron: José y Tiguín irían por Riva, Pedro y Manuel por Cafferata, Carlos y Raúl por San Nicolás, y la Susi y Graciela por Quintana. Para eso de las cinco de la tarde, el cielo a media luz se puso gris. La lluvia era cada vez más abundante y a los refucilos se los veía de lejos. Eso nos animó más. Que cayera un rayo era una idea remota. 

José avanzó nadando con una bolsita en la mano que contenía anzuelos y una foto de Raquel Welch (él estaba enamorado de la Raquel). Tiguín avanzaba con un pedazo de cadena de bici y la foto de la Coca Sarli. Carlos iba hacia el tronco con una figurita (de las rectangulares) del equipo de Boca, Raúl con una de Central y los dos con una de Brigitte Bardot. La Susi con la Graciela iban con unas muñequitas vestidas por ellas mismas, con shorts y minifaldas; La Susi con una foto de Alain Delon, la otra con una de Favio. Manuel y Pedro llegaron últimos al tronco entre la lluvia que no cesaba. El Manu dejó un mocasín marca sin fin y una cartita que escribió para su madre apenas aprendió a escribir y que ella nunca llegó a leer. Pedro llegó con un barquito hecho con una hoja cuadriculada que le hizo la Pupi; en el barquito había puesto una imagen de Sofía Loren y también una foto de un cumpleaños donde estábamos todos. 

Para eso de las ocho estábamos comiendo unos familiares con una Mirinda, el agua parecía taparlo todo. Pero a las horas paró de llover, la gran laguna empezó a desaparecer y nos fuimos a dormir escuchando a la radio advertir sobre “una gran tormenta que se desató en Rosario”. Al otro día estaba casi todo seco y del gran tronco ni noticia. 

Años después, viniendo por Riva, bajo una lluvia tranqui de verano, vimos a unos pibes con la auriazul. El de Arroyito había salido campeón por primera vez. También vimos cómo por uno de los pasillos que llegaba hasta la mitad de la manzana (la misma que se había inundado) salía un torrente de agua como un arroyo enfurecido. Pedro sintió el aroma a familiar de queso y mortadela, a Manuel le pareció escuchar la voz de su mamá, un refucilo alumbró todo y la Susi se desató las Flechas blancas y se metió al agua cuando vio pasar a su muñeca con minifalda, abrazada a Delon.

Publicado en el semanario El Eslabón del 08/02/25

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