
Yo no sé, no. Los lunes, jueves y sábados, a eso de las diez de la mañana, pasaba por el barrio una señora con una canasta llena de pan casero. A veces, cuando había partido, también pasaba a la tarde por las canchas. Algunos días venía desde el este y Manuel decía que esa señora seguro venía desde más allá de Ovidio Lagos. Cuando aparecía desde el sur, Carlos decía que esa señora tenía un pequeño ranchito pegado a Uriburu. Otras veces, cuando se la veía llegar desde el oeste, Ricardo decía que detrás de las quintas en una estación de trenes abandonada esa señora tenía un horno y que de allí venía. Algunos domingos la vimos llegar desde el norte, por San Nicolás, y a la pequeña Susi se le había puesto que la vendedora de pan venía del mercado de productores y que vivía pegadito a la iglesia San Francisquito. Juancalito decía que todos tenían un poco de razón, que la señora tenía varios lugares para el amasado y el ordenado, y agregaba: “Cuando viene del este, ¿ustedes no sienten un olorcito que les hace pensar en las escenas en las que los pistoleros como Trinity comen frijoles con ese pan? Seguro que esa señora vive cerca de un cine, que puede ser el que está al lado de la iglesia del padre Santidrián (Oroño y Uruguay), o viene de San Martín y Ayolas donde por ahí también había un cine”. José aseguraba que cuando venía del sur, apenas mordía un pedazo de pan se le venía a la cabeza el cantar de las ranas y el perfume de una glicinas que había por el monte Caballero. Tamba sostenía que cuando esa canasta venía desde el oeste, le sentía perfume a tomates y a hinojos. Graciela decía que cuando el pan venía de lado de la iglesia San Francisquito se le venía a la mente el aroma a pizzas del bar que estaba frente al mercado.
Una semana de marzo de aquellos tiempos, durante unos días en el barrio no abrieron las panaderías, no se sabía si por falta de harina o por alguna medida de fuerza de los panaderos. Llegado el sábado ya estábamos saturados de comer tortas fritas caseras. Por la mañana de ese día, fuimos a distintos lugares para saber del paradero de la señora de los panes. A la noche nos fuimos a la cancha a asar unos camotes y por una radio salía una voz que decía: “La medida de fuerza terminó y los trabajadores del pan consiguieron un aumento en su salario”. Raúl dijo: “Algo piola se está amasando”. Al rato, cerca de uno de los arcos, pasó un pibito picando una pelo y, detrás, la figura de una señora con una canasta. Todos sentimos olor a gol con perfume a pan casero.
Publicado en el semanario El Eslabón del 22/03/25
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