José Gervasio Artigas era “un bandido, un tártaro terrorista. Jefe de bandoleros, salteador, contrabandista, endurecido en la rapiña, incivil, extraño a todo sentimiento de patriotismo, famoso vándalo, ignorante, rudo, monstruo, sediento de pillaje, sucio y sangriento ídolo con chiripá. Ese salvaje animal que enchalecaba hombres con cuero fresco lleva por séquito inseparable el degüello y la devastación», según el gran maestro de los argentinos Domingo Faustino Sangriento.
Al falsificar la historia se pierde la identidad de un pueblo. Esa política de arrebatar el pasado para crearlo de forma que justifique la política dominante, tiene un largo recorrido en nuestro país. Los historiadores y la prensa hegemónica participan en ese saqueo a partir de su relato.
El “famoso bandolero”, en verdad, molestaba demasiado a los intereses de la oligarquía porteña, gustosa de cierta dependencia a la cual “gerenciar” desde el puerto. Artigas, ya en 1813, proponía la Independencia y una constitución que estableciera los derechos y la igualdad, la libertad de culto, la defensa en juicio, la libertad de prensa. Avances que tardaron 40 años en ser tomados, algunos, por la Constitución Argentina.
Por estas razones, la historia oficial olvida al 18 de mayo de 1818, cuando en una batalla se marcó el camino de la independencia nacional. Parte de no prestar atención a ese enfrentamiento tiene que ver con que esas desprolijas tropas también buscaban la independencia social. Entonces, Mitre y sus secuaces se las arreglaron para que la fecha sea uruguaya y no argentina. Entonces, al crear la galería de próceres argentinos, Artigas quedó afuera.
Se trató de un triunfo del gauchaje y la indiada de Artigas ante las fuerzas de España en la Banda Oriental. Eran épocas en que Francisco Javier de Elío gobernaba Montevideo, último bastión ibérico en el Río de la Plata.
Elío mandó al capitán de fragata José Posadas a levantar su cuartel en San Isidro Labrador de Las Piedras, cerca de Montevideo, para frenar a los rebeldes. En tanto, Artigas se instalaba en la actual Canelones, a 40 kilómetros de la capital uruguaya.
Los profesionales españoles contaban con seis cañones de artillería, dos obuses lanzadores de granadas explosivas y modernas armas de fuego; las tropas artiguistas, en cambio, tenían 400 soldados de a pie y 600 jinetes con armas rudimentarias. El ejército español contaba con 1230 soldados, de los cuales unos doscientos se pasaron al bando criollo en medio de la batalla
A eso de las 11, los españoles se posicionaron en una zona de altura. Artigas, entonces, mandó a la infantería en un avance “vertical”, amagaron cuando les tiraron con artillería, simulando un abandono. A los imperiales se les dio por perseguirlos y dejaron su parada ventajosa, lo que fue aprovechado por los jinetes criollos que tras aparecer desde un flanco lograron rodearlos.
A las 17 flameó la bandera blanca de rendición entre los españoles pero no hubo represalias para los derrotados, ya que Artigas dijo aquello de “clemencia para los vencidos”.
Así terminaba el sitio de Montevideo y, por el momento, la Banda Oriental quedaba limpia, portuguesa y brasileña. Alberto Zum Felde considera al triunfo en Las Piedras como decisivo, ante la derrota de Belgrano en Paraguay, para impulsar la revolución.
Tropero de almas
Artigas se crió en el campo, entre gauchos, negros e indígenas. Se hizo baqueano, “tropero de almas», y lo respetaban porque era un hombre duro pero correcto. El investigador Daniel Vidart dice que “Artigas fue amigo de los indios charrúas, de los guaicurúes, de los abipones, a los cuales hizo venir al Uruguay, y fundamentalmente de los guaraníes, su vanguardia heroica y sacrificada cuando lucha contra el portugués. Ahí está Andresito, Sotelo, y un montón de héroes que hoy celebramos muy poco”.
.
A pesar de esas amistades, Artigas no parece tan bárbaro. Impulsaba la reforma agraria, el voto popular en asambleas y el Federalismo. Todo eso molestaba tanto a los “civilizados señores del coloniaje” que querían sacárselo de encima y, en al menos dos oportunidades, los directores supremos le ofrecieron que se independizara. Alvear le recomendó: “Tome la Banda Oriental, váyase, quédesela”. Algo que también le propuso Álvarez Thomas, según indica Pacho O’ Donnell.
También don Manuel de Sarratea le mandó dos hermosas pistolas a Fernando Otorgués, amigo de Artigas, «por si quería matarlo». Pueyrredón, en tanto, manipulaba a la prensa y el 27 de enero de 1818, se podía leer en La Gaceta: “Con Artigas y todos sus prosélitos sucede lo que con los tigres y demás animales voraces que aterran la campaña: a nadie se le ocurre el pensamiento de capitular, es preciso concluir con ellos a todo trance. Todo el que sepa, todo el que tenga, todo el que vea algo, ved ahí a todos los enemigos de Artigas y sus secuaces” … “¿Se puede capitular? No. Luego, es preciso hacer la guerra; luego es precisa concluirla. No hay que pararse en medios: nada hay que deba excusarse en esta lucha”.
Pueyrredón afirmaba que “los pueblos creen todavía cuanto ven escrito, y si es de imprenta le prestan una fe ciega”. Por eso le encargó a un funcionario de la Secretaría de Gobierno que editara un panfleto propagandístico contra Artigas. Fue denominado «El Protector Nominal de los Pueblos Libres, Don José Artigas, clasificado por el Amigo del orden.”
En 1818, el periodista y político don Pedro Feliciano Sáinz de Cavia (Buenos Aires, 1776/1849), arma ese folleto de 66 páginas para atacar al caudillo, tarea que también tomaron un tal Francisco Berra y Domingo Faustino Sangriento.
También en abril de 1819 surge El Americano, con el mismo Cavia y Santiago Vázquez a la cabeza, para defender al supuesto «orden directorial”. A ellos se les plantó el fraile Francisco de Paula Castañeda, cura loco que merecerá otro capítulo.
Así, el verdadero Artigas fue encubierto por la historiografía liberal que Mitre inventó tras el genocidio en Paraguay. En una carta a Vicente Fidel López, don Bartolomé decía: «Los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las grandes figuras y las mismas repulsiones contra los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente».
Y ese López gemía: «Artigas fue un malvado, un caudillo nómade y sanguinario, señor de horca y cuchillo, de vidas y haciendas, aborrecido por los orientales que un día llegaron hasta resignarse con la dominación portuguesa antes que vivir bajo la ley del aduar de aquel bárbaro».
Pero, la historia siguió. Uruguay fue usada luego como «estado tapón» para beneficio de Gran Bretaña y el proyecto federal fue suspendido… pero continuará.
(Publicada en El Eslabón Nº 143)
Pablo
04/06/2019 en 17:11
Perdón, ustedes, los santafesinos, ¿se consideran argentinos o pertenecientes a la caduca Liga de los Pueblos Libres? ¿Qué hizo de bueno Artigas por ustedes? ¿Fundó escuelas? ¿Terminó con el analfabetismo? ¿Les construyó puertos sobre el Paraná? ¿Les construyó ferrocarriles? ¿Promovió la industrialización de la provincia?
No entiendo para qué tanto lamebotismo con el enchalecador del otro lado. Fue la Argentina organizada post Pavón, la que posibilitó el crecimiento de Santa Fe. ¿Tienen algo que agradecerle al bandolero en este sentido?
Dik Freire
29/10/2023 en 11:28
la verdad que deja mucho que desear el comentario, es el primer republicano, respetuoso de las identidades de cada provincia, no quería una monarquía disfrazada como la que terminó imponiendo la provincia de buenos aires sobre el resto cuando crea la supuesta Republica Argentina, que solo es la provincia de buenos aires y el resto del territorio, olvidando todo lo bueno de cada una de las provincias a la alejaron de su hermana, la provincia oriental.