Que Lionel Messi es en la Selección Argentina una sombra del extraordinario jugador que no para de brillar en el fútbol europeo es un hecho evidente. Lo ve cualquiera, salta a la vista. Nada puede diluir en nuestras mentes de hinchas argentinos la desilusión que este hecho provoca. Contar con un muy buen jugador como él en plantel nacional y que se comporte aquí como un pálido monigote desprovisto de todo talento genera una lógica polémica que se proyecta por todos los rincones del Planeta Fútbol. En esa controversia sobre el comportamiento bizarro de este jugador tanto los detractores como los defensores del argentino tienen un poco de razón.

Por un lado estamos nosotros, los hinchas argentinos que ya venimos apaleados por unas actuaciones de la selección sencillamente lamentables. Todos hemos comprado, sin pensarlo demasiado, la etiqueta del marketing futbolero mundial que designa a Messi como el mejor jugador del planeta, el heredero de Maradona y bla, bla, bla. A partir de esa etiqueta es sencillo exigir al joven multimillonario que esté a la altura de los elogios melosos que lo embadurnan. El partido contra Uruguay fue una muestra más de que Messi con Argentina sufre un bloqueo psicológico que le agarrota el corazón y las piernas.

Del otro lado del debate están los catalanes y su prensa deportiva que no para de alimentar, en el seno de esa particular y pequeña sociedad, el mito nacionalista en el que todo lo que suceda en el Barsa adquiere una dimensión casi patriótica. El enorme peso simbólico, social y político del Barcelona Fútbol Club es el perfecto molde en donde se forjan los sueños de una sociedad moderna que negocia como puede con su pasado de frustración y su presente de riqueza material.

Los catalanes defienden a Messi como si fuera uno de los suyo y es normal que así sea, porque lo es. Todos conocemos la historia del gurrumín rosarino que desembarcó en Cataluña para que las hormonas catalanas lo hicieran crecer como jugador profesional. Ellos lo hicieron, convirtieron a un privilegiado alfeñique de potrero en un megaestrella mundial. Fueron los catalanes, en el buen ojo de Carles Rexach, los que vieron el mar en una gota.

Ante la polémica por esta personalidad futbolística bipolar, la posición catalana es clara a través de sus medios gráficos. Inmediatamente después de la victoria argentina frente a los orientales, con una actuación más que mediocre del muchacho, el popular diario El Mundo Deportivo de Barcelona titulo “Messi y Argentina van al mundial”, seguía con “el mejor jugador del mundo…etcétera”. Este titular que fue retirado en las horas siguientes muestra la reivindicación a flor de piel de los catalanes hacia el hijo dilecto. Ellos creen que la argentinidad, con todo lo que ello implica, mancha la pureza deportiva del dócil y humilde joven. Lo nacionalizarían por decreto, si pudieran, pero el pibe ya es argentino. Despegarían de la mente de Lio los pesados posters mentales que el chico tiene del Gran Diego Jugador. Amics, esto no es posible.

Las polémicas en los foros, tan estériles como significativas, muestran claramente a unos y otros.

Entendibles y burdas diatribas de argentos despechados contra panegíricos catalanes que apuntan sus críticas a otro ex- hijo dilecto que los abandonó para explotar en el sur de Italia. Los catalanes con razón, apuntan al desmadre de la selección y a la necesidad de orden para que Messi pueda mostrar lo que vale. Maradona, que sí fue un número uno indiscutido, mentando felación en sus conferencias de prensa, digamos que no es el mejor ejemplo para un buen chico “casi” catalán como Lio.

¿Qué le pasa por la cabeza a este muchacho? Cómo saberlo, es tan jovencito. He aquí un buen tema de análisis para los analistas, psiquiatras y sabihondos del mundo “Psi”. Piensen, hurguen en las proyecciones, en las representaciones paterno filiales, en las vidas pasadas y en la multiculturalidad de la que adolece el pobre pibe. Con el Manosanta ya muy lejos de nuestro planeta, ¿Quién podrá romperle el bloqueo a Lionel?

Como me gusta el fútbol y el Messi del Barsa acepté hace unos meses atrás una invitación de mi cuñado, el Jóse, para ir a ver al Barcelona frente al Atlético de Bilbao en el Camp Nou. Nos preparamos unos entrepans (sandwich en catalán), los envolvimos en papel de aluminio y nos fuimos para la cancha. Luego de la sorpresa inicial por el tamaño colosal del estadio, a uno que ha estado en el Gigante de Arroyito o en la Bombonera, le entra lentamente el frío en el cuerpo. El Barsa no tiene hinchada en el sentido tradicional de término sino un enorme grupo de espectadores que desde sus butacas alientan distantes, timoratos y exigentes las evoluciones de su equipo que es, hay que decirlo, realmente estupendo. Messi esa noche no la rompió pero cada vez que agarró la pelota sacudió argentinamente la prolija asepsia general del Camp Nou. Los espectadores alentaron todo el partido con un “Força Barça, ta ta ta ta, Força Barça, ta ta ta ta”. Los ta ta ta ta corresponden a sendos aplausos.

Glaciales son los espectadores del mejor club del mundo, los que apoyan a Lio y muchos de los que detestan, al mismo tiempo, el esterotipo del argentino que se ha instalado en España. Cada uno con lo suyo. Nadie les quitará a los amigos catalanes su amor por lo blaugrana, que es sin dudas algo más que un equipo de fútbol. Pero al mismo tiempo sería interesante que nos dejen vivir ellos y el resto de españoles, el fútbol como se nos cante que para eso somos libres y llegamos a cuatro finales del Campeonato del Mundo. El método cambalache también da sus frutos, a veces. ¿No?

Messi es el primer gran jugador global del planeta, vendrán otros, un ser mestizo nacido en Rosario y criado en Barcelona. Un pibe que debe llevar sobre sus espaldas todas las frustraciones de un país, los anhelos de una nación, resolverse a si mismo en el espejo de su ídolo Maradona, complacer a los unos y a los otros.

Mulato cultural y futbolístico, Messi cree ser argentino pero sólo lo es a medias. El ADN de Messi es blaugrana, titulaba un artículo sin firma en la prensa catalana. Acaso eso sea cierto, también lo es que lo que el argentino promedio quiere de Messi es que cuando juegue en la selección deje por unas horas su costosa chaqueta de pecho frío que tantos resultados le da en Europa. Acá, es diferent.

Ya lo dijo Jean Piaget, un niño que fue tratado con hormonas desde la juventud no debe nunca morder la mano del enfermero. Messi es fiel a esta consigna. El muchacho, que ve aumentar su fortuna por minutos, le debe a los catalanes algo tan importante como su estatura actual, dato banal en casi todos los humanos e importante en deportistas del mercado mundial. ¿Logrará este leoncito de dos mundos resolver su doble personalidad? ¿Debe hacerlo? ¿Se puede ser catalán y rosarino al mismo tiempo?

En la espera de ver al Messi del Barsa en un partido de la selección yo propongo que para el próximo encuentro de Lio con la albiceleste nos dopemos todos los hinchas argentinos con Bromazepam para que en medio del anodino bochorno hipnótico cantemos monocordes cada 7 u 8 minutos: “ Força Lio pu pu pu pu, Força Lio, pu pu pu pu” Los aplausos podrían ser reemplazados, teniendo en cuenta la especificidad argentina, por bombos tulescos asordinados. Cualquier propuesta que implique el uso de armas de fuego deberá ser desechada. Acaso esta conducta masiva sirva para despertar al mejor jugador del mundo, allá. Podríamos, in extremis, decorar el obelisco con ayuda de los miles de cartoneros de Buenos Aires y transformarlo en una Sagrada Familia porteña, faltarían unas torres por aquí y unos pináculos por allá, pero eso son detalles. Maradona podría usar una careta de Josep Guardiola o directamente una de Joan Laporta, lo que surtiría más efecto todavía. Estas son tan solo modestas ideas para romper el maleficio.

Si esto no funciona, podríamos consolarnos al pensar en la trayectoria de jugadores como Norberto Alonso, Ricardo Bochini o el Trinche Carlovich, destinados a brillar en el fútbol local, barrial, a una escala moderada. Acaso el destino de Messi sólo sea triunfar en Catalunya, no lo crucificaremos por ello. El chico parece una buena persona. Podrá él, llegado a viejo, retirarse en una mansión del barrio de Pedralbes en la bella Ciudad Condal y bailar sardanas, de tanto en tanto, con los botines puestos. ¿Porqué no?

Todo lo anterior tampoco funciona, pensemos que, como dijo Robert De Niro en el magnífico film Bronx Tales: Ni Messi, ni Anelka,ni Pelé, ni Maradona, ni Chocolate Baley jamás, pero jamás, pagarán nuestro alquiler.

Adéu siau i visca Argentina collons.

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