La agrupación HIJOS, fundada a mediados de los 90 por hijos de desaparecidos, asesinados, exiliados y presos políticos de la dictadura, celebró este domingo su decimosexto aniversario en Rosario.

Una muestra de fotografías, espectáculos artísticos y un recital frente a los tribunales federales de esta ciudad, donde se lleva adelante el juicio oral y público por la causa Díaz Bessone, dieron marco a los festejos por los 16 años de lucha de la agrupación HIJOS.

“Siempre dijimos que todos somos hijos de una misma historia, por eso desde un primer momento en Rosario nuestra agrupación estuvo abierta no sólo para hijos de desaparecidos, sino para quienes quieran luchar contra el modelo de país que nos dejó el terrorismo de Estado”, dijo Juan Emilio Basso, miembro de la organización.

"También por eso la celebración de nuestros 16 años la hicimos en un espacio público, con todos los que se ponen la camiseta y levantan la bandera del juicio y castigo a los genocidas", completó Carolina Ibáñez.

Los festejos por el decimosexto aniversario de creación de la organización en Rosario, que fue suspendido hace diez días por lluvia, coincidieron con el primer aniversario de la primera sentencia por juicios de derechos humanos en esta ciudad, en la causa denominada Guerrieri-Amelong, que condenó a cinco ex integrantes del Ejército por delitos de lesa humanidad, cometidos durante la última dictadura.

"A 16 años del nacimiento de nuestra lucha, que vino a sumarse a la de Madres y Abuelas, queremos festejar junto a todos los que nos acompañaron en este duro camino, frente al lugar donde se produjo la primera sentencia contra represores de Rosario", dijo a Carolina Ibáñez.

La celebración, convocada para las 17, se inició un rato antes de las 18 con una exposición galería de arte y la instalación de una escultura en forma de álbum, con imágenes y objetos que ilustran fragmentos de vida de los desparecidos.

También actuó la murga la Memoriosa, y luego tocaron las bandas de rock Sinapsis y el Regreso del Coelacanto.

La actividad, que tuvo como marco las audiencias del juicio a Díaz Bessone, se realizó bajo la consigna "los juzga un tribunal, lo festejamos todos".

"De la impunidad y los escraches, al actual proceso de condenas a los genocidas, tenemos tanto por qué festejar, como por seguir luchando", concluyó Basso.

Un Torrente de público

La actividad estuvo acompañada de un numeroso público compuesto en su mayoría de jóvenes, en el que también se pudo ver a históricos referentes de la lucha por los derechos humanos, ex presos políticos, querellantes y testigos de las causas contra el terrorismo de estado en Rosario, y las Madres de plaza 25 de Mayo.

Una nota destacada la puso la presencia del falmante director técnico de Newell’s Old Boys, Javier Torrente, quien incluso se prestó para ser parte de la campaña "Ponete la camiseta del Juicio y Castigo" y se sacó una foto con una de las remeras que les acercó HIJOS.

Entre las actuaciones de las bandas de rock, miembros de la agrupación HIJOS leyeron un documento, que a continuación Redacción Rosario reproduce por completo.

Documento a 16 años de HIJOS

Nacimos como generación en pleno genocidio, cuando nuestros viejos combatían a la dictadura asesina antipopular y antinacional, resistían a los milicos, eran encarcelados, se iban del país, o se escondían dentro de nuestra propia patria, en la clandestinidad, allí donde las garras del terrorismo de estado no los pudiera alcanzar. Nacimos cuando todo nuestro pueblo sufría el modelo económico de Martínez de Hoz, cuando la importación comenzaba a destruir la industria nacional, el trabajo y la organización gremial.
Nacimos en medio del terror y la entrega con que los históricos dueños del país (el capital oligárquico y multinacional), quisieron perpetuar su poder para siempre, barriendo con las organizaciones sindicales, la militancia social, el compromiso político de las juventudes y los proyectos de una patria para todos, que soñaron las generaciones del sesenta y setenta.
Nacimos en los centros clandestinos de detención donde mataron y torturaron a nuestras madres, en las casas donde penetró el miedo sembrado por los genocidas, en los barrios que se fueron haciendo cada vez más pobres a medida que se consolidó el proyecto económico neoliberal iniciado por los dictadores. En una Nación diseñada en función de los intereses de unas pocas familias y entregada al imperialismo.
Crecimos en una sociedad metida para adentro, en la que el individualismo y el sálvese quien pueda había sido impuesto por sobre la solidaridad y la apuesta a los proyectos colectivos. Pero crecimos también en una patria que no dejó de resistir ni si quiera aún durante los perores momento de la dictadura.
Crecimos con el ejemplo de las Madres de plaza de mayo, de nuestras Abuelas, quienes entra tantas cosas nos enseñaron que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Y nos sumamos a esa lucha, en un momento en que ya se había decretado que la In Justicia para con los crímenes cometidos por los genocidas se debía instituir para siempre, a través de los Indultos menemistas, que venían a completar el sistema de impunidad iniciado con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final alfonsinistas. En un momento donde el modelo neoliberal (que era reelegido en las urnas), parecía festejar una supuesta amnesia social, a través de la cual esperaban se olvidara el pasado y se perdonara a los asesinos.

En semana santa de 1995, un importante número de hijos de desaparecidos, presos políticos y exiliados de la dictadura realizamos un encuentro en las sierras cordobesas, en la pequeña Cabalango, allí donde supo veranear en su juventud Ernesto Che Guevara. Pibes de entre 17 y veintipico de años definimos sumarnos a la lucha de Madres y Abuelas, para seguir exigiendo el juicio y castigo a los genocidas, para seguir buscando a los hermanos apropiados, para reclamar el desmantelamiento del aparato represivo intacto, que seguía matando a las Teresa Rodríguez o a los Víctor Choque.
Pero también quisimos construir nuestra propia identidad militante, con nuestras necesidades generacionales. Y nos propusimos crear nuevas herramientas de lucha, enfrentar la apoliticidad publicitada desde las usinas del poder, volver a tejer los lazos sociales destruidos por el terrorismo de estado, para recuperar (parafraseando a Rodolfo Walsh), aquellas viejas banderas de lucha que los treinta mil desaparecidos habían recogido, en el punto exacto donde otros luchadores que los antecedieron, las habían dejado.
Ante la imposibilidad de la condena legal a los genocidas, trazamos el objetivo de crear una cárcel simbólica para los represores. Fomentamos a través de los escraches, el crecimiento de la condena social a la dictadura, que entendíamos que por un lado era un camino que además nos podría permitir, en la medida que esa lucha creciera en legitimidad, derribar ese sistema de impunidad instituido. Y que por otro lado era una manera de recuperar el diálogo con nuestro pasado, con los proyectos invisibililizados de los desaparecidos y con la memoria de una larga tradición de lucha de nuestro pueblo, que podría remontarse hasta los días de la conquista.
Pero también pusimos por esos primeros años de nuestra organización, gran parte de nuestra energía en encontrarnos con los más golpeados por el proyecto genocida. Porque desde un primer momento en H.I.J.O.S Rosario asumimos la convicción de que “todos somos hijos de una misma historia”, y en consecuencia nuestro espacio siempre fue pensado como un ámbito de militancia generacional, abierto para todos aquellos que quisieran revertir el proceso instaurado por la dictadura.
Desde esa convicción es que decidimos formarnos como militantes junto con los compañeros de los barrios más castigados por el neoliberalismo. Por eso podemos decir que aprendimos a luchar y organizarnos con espacios como la Vagancia, del barrio Ludueña, al que nos acercó nuestro querido compañero Pocho Lepratti; o junto a los compañeros de La Rigoberta, del barrio La Cuarta, por sólo mencionar a dos importantes referencias de nuestro camino.
En los entrados años noventa, aprendimos además a confluir en la calle, o en ámbitos multisectoriales, con una amplia y heterogénea diversidad de organizaciones, de las más variadas identidades políticas e ideológicas, con las cuales supimos enfrentar esa etapa de clara resistencia al neoliberalismo, que intentaba consumar la tarea de los genocidas, profundizando la dependencia a través del perverso mecanismo de intromisión en los asuntos nacionales, que implicó la convertivilidad y el constante endeudamiento con el FMI y el Banco Mundial.
Esa enseñanza de construcción en la diversidad, es la que nos permite aún hoy, a pesar de las más profundas diferencias que atraviesan al campo de la militancia, seguir organizando cada 24 de marzo una de las pocas marchas unitarias que se realizan en el país para conmemorar el inicio del genocidio.
Esa misma diversidad que se encontró una vez más volcada a las calles en diciembre de 2001, para decirle basta al las políticas del neoliberalismo.
Pero desde 2003 para acá se inició un nuevo proceso, que tiene si dudas un origen fundamental nacido de esas trágicas jornadas.
Pero que entendamos que vivimos un proceso nuevo, ya no sólo de resistencia, sino también de avances, no quiere decir que haya sido derrotado al proyecto neoliberal planificado por los genocidas y continuado en democracia. Sólo debimos replantearnos en qué escenario se desenvuelven nuestras luchas y cómo encararlas en este nuevo marco.
Ya aprendimos como pueblo, la enseñanza de Scalabrini Ortiz, de que no debemos esperar que otros hagan lo que nosotros no somos capaces de hacer; que los gobiernos sólo reflejan los intereses de la mayorías, si éstas están organizadas, acumulan cada vez más fuerza, trasladan su pelea también al territorio del Estado, y exigen el cumplimiento de sus derechos con tenacidad y firmeza.
Vivimos en la actualidad un proceso abierto y complejo, pero que se plantea un dialogo directo con algunas de las históricas demandas de nuestro pueblo. A nuestro criterio es tan importante señalar en este punto, que el proceso de juzgamiento a los genocidas de la dictadura es producto de una lucha de más de treinta años, iniciada por Madres y Abuelas, y sostenida por un sinnúmero de organizaciones sociales, gremiales y políticas; como también destacar que fue fundamental para su concreción el hecho de que desde 2003, Néstor Kirchner (y en la actualidad, la compañera Cristina Fernández), han convertido esta lucha en una política de estado de sus gobiernos. Fue el gobierno iniciado en el 2003 el que con hechos, políticas y acciones, reivindicó la lucha de nuestros viejos, apostando a un proyecto nacional y popular que hoy vemos plasmado en el gobierno de la compañera Cristina Fernández. Y que fue Kirchner, el primer presidente que tuvo el gesto político y humano de quitar el cuadro del genocida Videla, en ese acto que muchos, jamás olvidaremos.

Venimos de un proceso que va de los escraches a las condenas. Y en esto queremos ser claros: en H.I.J.O.S. pensamos que estamos en una etapa de conquistas, pero no de nuestra organización, sino de nuestro pueblo. El hecho de que hayamos mandado a prisión perpetua a los primeros cinco genocidas de Rosario, y que estemos transitando el segundo juicio a los represores, y que tengamos por lo menos otros cinco por delante, tiene que ver con victorias concretas por sobre los objetivos que se trazaron los genocidas.
Y estas victorias no tienen que ver sólo con una reparación para las víctimas, los desparecidos, sus familiares, o nuestros queridos y valientes sobrevivientes, que son quienes con sus testimonios permiten reconstruir el accionar y el verdadero rostro de la maquinaria del terrorismo de estado, dimensión que sin dudas tiene una gran importancia. No sólo tienen que ver con el valor inconmensurable que adquiere, ya no sólo una verdad de los organismos de derechos humanos, sino también una verdad plasmada en una sentencia o un proceso judicial. Estas victorias tienen que ver con el futuro de nuestra Nación y nuestro pueblo.
Estas victorias, concretadas en sentencias y procesos judiciales también tienen que ver con la transformación y profunda consolidación de un Estado democrático, y con la depuración de los poderes del Estado, impidiendo que los responsables de la última dictadura cívico militar, ocupen bancas como legisladores o sean miembros del poder judicial. La condena en el día de ayer a Luis Abelardo Patti, así lo demuestra, como también el juzgamiento al ex juez Víctor Brussa, el procesamiento al ex juez Luis Vera Candiotti, y las acusaciones a la jueza Laura Inés Cosidoy… y vamos por más!
Alguien dijo que perdonar los crímenes cometidos en el pasado, es la peor manera de incitar a que no se vuelvan a cometer. Y por eso también entendemos que este proceso de juicios es para poner fin a una estrategia a la cual el poder real recurrió varias veces a lo largo del siglo 20, con los golpes de estado contra los gobiernos constitucionales y de vocación popular de Irigoyen y Perón en el 30 y el 55, y el más feroz de 1976.
Cada uno de esos golpes subió en sus niveles de virulencia, cada uno de esos golpes intentó frenar procesos (con importantes y diferentes matices) de avance de derechos sociales, y vino a consolidar los intereses de las históricas clases dominantes de nuestro país.
Juzgar a los genocidas, es decirle a ese poder real, y a su mano de obra asesina, señores: en nuestro país el pueblo no perdona y no descansa hasta que sus verdugos paguen su culpa. Es cambiar las reglas de juego en favor del desarrollo de los proyectos populares. Es dar por tierra con la teoría de los dos demonios. Y es decirle a la larga lista de mártires de nuestro pueblo, y a los compañeros desaparecidos, ustedes no murieron con su muerte.
Gracias a todos por compartir con nosotros estos 16 años de lucha. Los invitamos a ir por todo lo que nos falta.

Fotos: Javier García Alfaro

 

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