Omar Acha sostiene que Pigna y O’Donnell son revisionistas blandos.
Omar Acha sostiene que Pigna y O’Donnell son revisionistas blandos.

Antonio Gramsci escribió que contar la historia de un partido político es también relatar el pasado de un país, aunque le faltó preguntarse qué pasaría si en lugar de estudiar una agrupación política completa, se hubiera puesto la atención en su fracción juvenil. En este sentido trabajó Omar Acha en su libro Los muchachos peronistas, en donde se animó a indagar sobre la primera y menos revisada Juventud Peronista (JP).

Acha no eligió el periodo de la “Resistencia peronista”, ni la “Primavera camporista”, ni mucho menos la trágica y sangrienta represión sufrida primero a manos de la Triple A y posteriormente con la última dictadura militar, este autor eligió bucear en los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón (1946-1955). Allí descubre que la juventud peronista ya se perfilaba pero la misma quedó oculta en la arrolladora memoria popular que prefirió los años posteriores al golpe de Estado de 1955 y hasta creó un “mito”. La presentación de Historia de los orígenes olvidados de la Juventud Peronista durante los primeros gobiernos de Perón. Planeta, Buenos Aires, 2011, se realizó el pasado sábado 17, en Librería Ross.

–¿Por qué te referís a la Juventud Peronista como a un mito?

La Juventud Peronista tal como se la conoció hasta ahora aparecía como parte integrante de la “Resistencia Peronista” posterior a 1955. Es decir, surgía en una era de proscripción y persecución del peronismo, con Perón en el exilio, sin apoyos institucionales. Se decía que esa Juventud Peronista estuvo presente en las acciones de lucha, con el movimiento obrero, de combate clandestino contra el gobierno de la autodenominada “Revolución Libertadora”. Yo vengo a decir que no fue así, que hubo una Juventud Peronista anterior, y que puede ser rastreada hasta los inicios mismos del peronismo, hasta 1945.

Mi investigación intenta mostrar que las primeras formaciones llamadas “Juventud Peronista” tuvieron diversos comienzos y asumieron formas distintas desde el primer peronismo. Al principio se trató de agrupaciones más o menos pequeñas y de antecedentes bien variados: nacionalistas extremos, radicales yrigoyenistas, católicos laicales, laboristas, y otros que podríamos denominar más propiamente peronistas porque comienzan a militar sin trayectorias previas.

Un argumento de la Juventud Peronista “tradicional”, es decir, la que presumía su nacimiento después de 1957, era que su juventud los había preservado indemnes de las debilidades de las burocracias partidarias que no habían sabido luchar por el gobierno de Perón. Además, eran activistas con derechos porque eran jóvenes, y por lo tanto incontaminados con las mieles del poder. Entonces, la existencia de una Juventud Peronista antes de 1955 no les servía, debían negarla. Y así fue como se borró de la historia y de la memoria todo rastro de la Juventud del peronismo. Fue un mito constitutivo de su política posterior a 1957.

 –¿Por qué es importante hacer la historia de un grupo político etario?

Lo que me interesa pensar históricamente es la construcción de una estrategia juvenil organizada, orientada a la acumulación de poder y acción política. Creo que hoy se frivoliza demasiado la aparición de juventudes políticas y no se reflexiona sobre sus exigencias, por ejemplo, respecto de las identidades generacionales. Lo que mi trabajo intenta relevar es la dificultad para la formación de una política juvenil autónoma con capacidad de incidencia real. La Juventud Peronista posterior a 1957 quiso tener una importancia política, y desde luego eso también ocurrió con la generación política juvenil de los años setenta. Pero no fue así con la emergida hacia 1950. ¿Por qué? ¿Qué nos dice esa historia de la relación entre el movimiento peronista, Perón, el partido, y las agrupaciones juveniles? Una vez que tenemos una comprensión adecuada de la política juvenil, en su complejidad, me parece, podemos calibrar mejor un actor fundamental de la política argentina de las décadas de 1960 y 1970. Sin una historia de la juventud politizada de los treinta años que van de 1946 a 1976 es casi imposible entender ese periodo. 

–Más allá de que decís que la JP se perdió, que no será la misma ¿existe una continuidad entre aquella juventud y la que en el presente apoya al gobierno de Cristina Kirchner?

Sí, por raro que parezca a primera vista, hay más en común entre las distintas formaciones de la juventud que se alinea con el kirchnerismo y la que estudio en mi libro para el periodo 1945-1955. En ambos casos se trata de estructuras relativamente fluidas, poco dogmáticas, sin demasiadas preocupaciones por disponer de un programa político propio. Hay cierta ingenuidad en ellas, al menos si las pensamos en comparación con las de las décadas de 1960 y 1970, que disputaban el poder interno del movimiento peronista. No es imaginable que alguna fracción de la Juventud Peronista simpatizante del kirchnerismo, o una articulación global de sus diversas franjas, pueda tener un proyecto diferencial y firme que no sea la defensa del gobierno. Sucedió lo mismo con la primera JP. 

–¿Por qué decís que si se desmonta el mito (de la JP) necesariamente se reinterpreta la historia argentina?

Esa afirmación aparece en la contratapa del libro, y fue inscripta por la editorial. En buena medida acuerdo con ella porque la interpretación del peronismo dice mucho, aunque desde luego no todo, de la historia argentina contemporánea. Y por buenas y malas razones, la Juventud Peronista es parte de esa narrativa. Todavía estamos a la espera de trabajos que aborden con nuevas concepciones el estudio de la Juventud Peronista después de 1955. Hay varias producciones en curso que seguramente aportarán en esa tarea. Pero hay algo más. La historia de las juventudes políticas fue siempre conflictiva. Ante una idea de la historia argentina como decadente (lo que vende el blando revisionista del tipo Pigna u O’Donnell) o como progresiva (lo que defiende la mayoría de la historia académica) necesitamos una historia del peronismo y de la Argentina más atenta a las mutaciones en que se anudaron los grandes y pequeños dramas nacionales. Así reconstruiríamos una experiencia más terrible pero también más atenta a la eventualidad de que todo pueda ser radicalmente diferente.

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