El arzobispado de Rosario respaldó al sacerdote Raúl Giménez, tras haber dedicado una polémica oración al ex capellán de la jefatura de policía durante la dictadura Eugenio Zitelli ‒detenido por su complicidad con el terrorismo de Estado‒ y a quien además consideró como un “querido amigo”, en la misa que ofreció el pasado viernes en la catedral.
“Por estas horas está pasando momentos difíciles pues está siendo injustamente acusado”, había dicho Giménez, lo que provocó que organismos de derechos humanos le exigieran una explicación a las máximas autoridades eclesiales locales.
“El sacerdote celebrante puede elevar en la misa diversas oraciones por intenciones variadas que manifiesten una acción de gracias o la súplica”, justificó la nota firmada por la secretaría del Arzobispado.
El reclamo presentado por los organismos había sido en respuesta a las expresiones del cura Giménez, vertidas en la misa del viernes 18 de noviembre en la Catedral de Rosario.
En la celebración religiosa, Giménez dedicó un pasaje a su “querido amigo”, quien según el cura “por estas horas está pasando momentos difíciles pues está siendo injustamente acusado”, en alusión a Eugenio Zitelli, pero sin nombrarlo.
Aunque una estrategia de defensa que podrían haber utilizado las autoridades religiosas para zafar del cuestionamiento es que nunca Zitelli fue nombrado, el arzobispado reconoció que las palabras del sacerdote fueron dirigidas al cura detenido por delitos de lesa humanidad, si bien aclararon que las mismas no respondieron a «una circular» del propio arzobispado, sino que fueron a título individual.
“Habitualmente se elevan estas intenciones con fe, por pedidos de los fieles, o por iniciativa del celebrante, como se hiciera en este caso”, confiesa el texto del arzobispado dirigido a la presidenta de la Asamblea Permanente por los Derechos del Hombre (APDH), Norma Ríos, y continúa: “en las que se pide por ejemplo por los difuntos, los enfermos, los difuntos, los que sufren, los necesitados, o por una persona detenida, como sucede con el mencionado sacerdote”
“Son mentiras todas esas cosas que se dicen por estas horas, no torturó ni avaló violaciones. Sólo por haber sido capellán lo están injuriando”, había elevado en su plegaria Giménez.
El respaldo del arzobispado a su camarada, quizás se explique por la propia complicidad de las autoridades eclesiales durante el terrorismo de Estado en Rosario. No estaría mal que en el marco de la declaración que solicitó el fiscal Gonzalo Stara para Raúl Giménez, se le pregunte a éste por los hechos de los que fue protagonista, en los años en que se sentaba a cenar con el ex comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Fortunato Galtieri.
La complicidad de la curia
Tal cual publicamos en El Eslabón en 2004, las principales autoridades eclesiales de Rosario hace por lo menos treinta y cinco años habrían descubierto y escondido secretamente bajo siete llaves, –en los arcanos archivos del sótano del Arzobispado– la verdad de que Dios no existe. Esta revelación, es la única explicación lógica que se desprende de la lectura del comportamiento de estos apóstoles del evangelio, durante el período en que nuestro país fue sometido al terrorismo de estado.
Omar Digerónimo, uno de los jueces que llevó adelante los juicios contra los militares en Rosario en su etapa de instrucción, que no pareció estar advertido de semejante buena –¿o mala?– nueva, confesó hace tiempo a El Eslabón que profesaba la fe católica. Será por eso que ningún medio de comunicación se enteró en su momento de la declaración prestada por el cura que da las misas todos los domingos en la catedral de Rosario, Raúl Giménez, en el marco de la causa Fábrica Militar de Armas. Es raro que esta noticia –cuando tantas otras si lo han hecho– no se le haya escapado de los tribunales de Oroño.
Mentir es pecado
El 26 de marzo de 2004 el juez Digerónimo citó a declarar al Padre Raúl Gimenez en el marco de la causa conocida como Fábrica Militar de Armas. Se le pidió al cura que “detalle cómo el Capellán del Ejercito en el año 1977 le dijo que una chica iba a ser liberada, y que diga quién era en ese momento el Capellán del Ejército”. Giménez dijo que el Capellán era Héctor Pedro Martínez, pero no recordó haber asegurado que la chica estaba viva. La conducta de Giménez con esa chica –allá por el `77–, no es reprochada por la familia de la ex detenida que finalmente fue liberada. Pero Giménez no habló de muchas otras cosas que Digerónimo tampoco le preguntó, como por ejemplo ¿Si alguna vez se reunió con representantes del Ejército?
Las últimas Cenas
En marzo de 1977 el pare Raúl Giménez era Director espiritual del Seminario “San Carlos Borromeo”, una escuela en Capitán Bermúdez donde se estudia para sacerdote. El rector era Mario Maulión, a quien los estudiantes de entonces no recuerdan justamente por su predicamento a favor de los pobres. El Obispo de Rosario por esos días era Monseñor Bolatti, persona que mantenía estrechas relaciones con la plana mayor del Segundo Cuerpo de Ejército conducido por el general Leopoldo Galtieri.
Ex seminaristas –hoy curas comprometidos con los pobres– consultados por el eslabón confirmaron que durante la dictadura se celebraban, en esa religiosa casa de estudio, cenas periódicas y agasajos para los generales del ejército. Uno de esos curas –de los del lado del pueblo– que nosotros guardaremos en el anonimato para que no lo molesten las actuales autoridades, contó que “una vez por mes, más o menos, se hacían reuniones políticas en el seminario, donde las autoridades de la iglesia de aquel momento aprovechaban para conseguir dinero para el Arzobispado”.
Otro ex seminarista recordó que ellos hacían de mozos en esos eventos y que recuerdan haber visto, entre otros al General Galtieri y a los capellanes de ejercito Eugenio Zitelli que estaba en el Servicio de Informaciones de la jefatura de policía; Héctor Pocholo Martínez de la sede del Comando del segundo cuerpo; el ya fallecido Héctor Pedro García, secretario del arzobispado que los estudiantes para cura –que en esos años discutían a escondidas “el rol del sacerdote en la liberación del pueblo”– lo bautizaron por su buena onda con las iniciales H.P. También participaban obviamente, el director espiritual Raúl Giménez y el rector Mario Maulión ‒quien habría palanqueado la llegada de Giménez a la catedral de Rosario. Es una picardía que Digerónimo no haya preguntado a Giménez de qué se charlaba en la sobremesa de aquellas veladas, mientras los pibes que soñaban con seguir el camino del Cristo de los pobres, debían llenar los vasos con el Whisky preferido de un general del demonio.
El caso Zitelli
Eugenio Zitelli fue capellán de la policía de Santa Fe en la Jefatura de Rosario, durante la dictadura. Allí funcionó el centro clandestino de detención más grande de la provincia, por donde pasaron cientos de detenidos que fueron torturados y desaparecidos, entre ellos hubo varias embarazadas a las cuales robaron sus hijos. A lo largo del juicio oral y público denominado Díaz Bessone ‒ex Feced‒, gran cantidad de testimonios de detenidos recordaron que Zitelli se hacía el preocupado por “si los habían violado”, pero justificaba la tortura.
El testimonio de un detenido del Servicio de Informaciones –que integra uno de los anexos de la causa Feced–, dice que luego de haber sido torturado estando en la jefatura “viene un sacerdote de apellido Zitelli quien luego de escuchar mi exposición poniéndole en conocimiento de la gente desaparecida y de las torturas recibidas, no dio importancia a mi relato interesándole solo el hecho de si me habían violado”. Decenas de declaraciones como estas prueban la complicidad de Zitelli con los represores y el conocimiento que tiene de los desaparecidos que pasaron por la jefatura de policía.
Dar testimonio
La Iglesia provee de capellanes a todos los establecimientos de las fuerzas armadas. En Rosario durante la dictadura, y según hemos podido reconstruir, los capellanes se distribuyeron de la siguiente manera: en el comando del segundo cuerpo, Héctor Martínez; en jefatura de Policía Eugenio Zitelli; en Fabrica Militar de Armas Domingo Matéu, Salvador Gerriero; en Fábrica de Fray Luis Beltrán, Bernardo Milotich; en Prefectura Jorge de Diego –primo de Héctor Martínez–, en la Unidad Penitencial III (La Redonda) Héctor Cardeli, en la escuela de Policía, Julio Galvati. De estos sacerdotes los que están vivos, también deberían declarar todo lo que saben de lo que pasó durante la dictadura en cada uno de esos destinos. “Héctor Martínez, –comentó a el eslabón un entendido en temas de jerarquía eclesial–, por ser el que estaba ubicado en la sede del comando es responsable de todos los otros capellanes y debería haber estado en conocimiento de lo que hacía cada uno de sus subalternos”. Héctor Martínez, Pocholo como lo dicen sus amigos, vivió hasta hace algunos años La Casa del Clero, una institución del arzobispado ubicada en Rioja y San Luis. Los otros que estaban por sobre los capellanes, eran los propios Obispos de Rosario, Monseñor Bolatti y Monseñor Jorge Manuel López quien residió el último tiempo en la casa Siervas de María, ubicada en Santiago entre Urquiza y Tucumán.
Dios, Patria, Hogar
Algunos de estos sacerdotes, amparados por la Iglesia Oficial, han presenciado torturas, han visto detenidos que todavía son buscados, y han bendecido el terror que volvió a crucificar al hijo de Dios, entregó y desapareció la Patria, e hizo más pobres los hogares de los argentinos.
El Infierno está encantador
Es conocida la anécdota de la madre de plaza de mayo Nelma Jalil, que esperó toda una Noche Buena a su hijo porque el Padre Héctor García le había dicho que “le prepare la ropita a su hijo porque esa noche sale en libertad”. “Me estafó de lo lindo, me decía que mi hijo vivía para que yo le siguiese llevando presentes, el ya sabía que nunca vendría a casa”, recordó Nelma al periodista Carlos del Frade. Al igual que García muchos de esos curas han fallecido, pero la historia rosarina ha guardado un lugar especial para alguno de ellos. Para los que ya no podrán ser alcanzados por la justicia terrena, roguemos al cielo que dios exista y les reserve un lugarcito en el séptimo círculo del infierno.