Ricardo Bruera en su piso  frente al Monumento. Foto: Jerónimo Principiano,
Ricardo Bruera en su piso frente al Monumento. Foto: Jerónimo Principiano.

El Eslabón entrevistó a Ricardo Bruera, el ex ministro de Educación de la dictadura que fue escrachado dos veces durante 2011 hasta que debió apartarse del Colegio Rosario. En una extensa charla, reconoció haber armado un órgano de inteligencia dentro de su cartera, para identificar “subversivos”.

Más allá del hombre de la dictadura, del primer ministro de Educación del proceso surgido del golpe de estado más sangriento que registre la historia nacional –es responsable en alto grado al menos de los secuestros, asesinatos y desapariciones sufridos por integrantes de la comunidad educativa en el período que duró su gestión–, Ricardo Bruera parece hoy un abuelito que se mantiene muy bien físicamente, lúcido y activo. Hasta hace apenas unos meses ocupaba la Dirección del Colegio Rosario, lugar que abandonó luego de una serie de escraches que le realizaron los estudiantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) junto a la agrupación HIJOS. Aunque reconoció que sigue siendo socio de la institución.

Es un tipo que no parece jamás perder la clama. O es un cínico, o un gran actor. Siempre relajado, durante la entrevista mantuvo la misma buena onda aún cuando el cronista le dijo que consideraba que él era responsable de las desapariciones ocurridas en la comunidad educativa durante su mandato y que por esa razón debía ser juzgado e ir preso. Incluso al despedirse de fotógrafo y periodista, Bruera dijo: “A mi me gusta la charla en la contradicción, a pesar de lo diferente que pensamos, yo los quiero, soy popperiano” (por el filósofo y sociólogo vienés Karl Popper).

Varias veces funcionario de gobiernos surgidos de los cuarteles –ocupó el mismo Ministerio en la provincia de Santa Fe durante la dictadura de Agustín Lanusse–, Ricardo Bruera, es el anciano de buen vestir que participa de los actos escolares en el Colegio Rosario, que anda tranquilo por las calles de Rosario, muy bien considerado entre sus coquetas vecinas del lujoso departamento que posee frente al Monumento a la Bandera, con una impresionante vista del río Paraná. Pero también es el mismo que supo requerir recursos especiales al presidente de facto Jorge Rafael Videla, para montar un organismo de Inteligencia dentro de su cartera con el objetivo de espiar y “depurar” las listas negras de docentes y estudiantes que después eran secuestrados por los grupos de tareas del terrorismo de estado. Algo que reconocerá a lo largo de la entrevista –de más de una hora y media– a pesar de rechazar la acusación de haber sido parte del Operativo Claridad*, el cual dice que comenzó luego de su salida del Ministerio.

El tipo se considera un académico, un técnico pedagogo e investigador de la educación, un intelectual. Con el mismo tono que cuenta que ahora está escribiendo sobre las neurociencias y la educación, explica que para él el problema que tenían las universidades en los setenta eran “las corrientes marxistas internacionales y la subversión armada” y que su misión era “ordenar ese desorden”.

Por un trabajo requerido por el diario Tiempo Argentino, en el cual necesitaban fotos para una nota sobre el ex ministro, desde nuestra redacción hicimos una llamada telefónica al propio Bruera, para chequear si vivía donde fue escrachado, ya que tras algunas averiguaciones se pensaba que no residía ahí –el guardia del edificio aseguró que se había mudado al exterior–. Nelly, su esposa, atendió el teléfono del domicilio que figura en guía, de calle Córdoba 603 piso 10, y rápidamente sin preguntar mucho –para sorpresa de los periodistas– pasó el tubo a su marido, quien accedió a una entrevista para el día siguiente en su casa.

“No siempre es recomendable reactivar situaciones que fueron duras”

“Mi misión es enseñar –comenzó la entrevista Bruera, apoltronado en un cómodo sillón del living de su departamento–. Entonces, me niego a enseñar o a recibir a alguien porque piense o no piense a favor mío o en contra mío, es una debilidad muy grande. Lógicamente, me abro a cualquier cuestión, aunque no siempre sea recomendable reactivar situaciones que siempre fueron duras. Más allá de los sucesos históricos de los que he venido participando, puedo hablar con tranquilidad de todo lo que me compete y me corresponde. Yo quisiera evitar una cuestión fundamental. ¿Viste que todo aquel que se aleja de un gobierno o renuncia, después habla mal del gobierno, después habla mal del gobierno al que renunció? Si renunció, es por algo. Lo absurdo es que uno después intente justificar y empiece a hablar mal de un gobierno del que participó para justificarse uno mismo”.

―¿En qué situación está usted hoy en relación al Colegio Rosario?

―En realidad, el problema de mi apartamiento de la conducción del colegio Rosario, es anterior a todo el problema este de los escraches, porque fue anticipado ya en una reunión anterior. A los ochenta años quiero hacer algo que cierre una etapa de una vida académica orientada, no a la acción directa sobre el funcionamiento escolar –que es desgastante, una tarea continua–, sino a crear cosas, a pensar cosas que quiero armar en esta última etapa de mi vida. Obviamente, con estas cuestiones, se hizo la asamblea el 30 de junio. Yo dejé la presidencia de la institución…

―Pero sigue integrando la asociación civil.

―Como simple miembro. No tengo puesto, es decir, no soy el responsable de la conducción. Y no por defección, o por miedo a que haya gente que no le guste, sino por una cuestión que comprenderá fácilmente: a cierta altura de la vida uno dice «¿cuánto me queda?» y me parece que ocuparme de los detalles menores era una cuestión que no le ayudaba a la escuela.

―Sobre las actitudes de los padres que decidieron sacar a sus chicos del colegio Rosario por considerar que no correspondía que un ex funcionario de la dictadura esté dirigiendo el colegio, ¿usted cómo tomó eso?

―Como una actitud legítima. Nosotros jamás le pusimos inconvenientes ni para que continúen, ni para que los saquen.

―¿Qué balance hace de su experiencia, en ese tramo que estuvo en el Ministerio de Educación, entre el año 76 y 77?

―¿Qué balance hago? Y el balance lo hice con la vida. Yo me fui al año. Y tuve muy poco tiempo de hacer cosas y reconvertir cosas. Y me fui no en un momento en que recibía repulsa social por ser ministro del gobierno de la Nación, sino que el 85 por ciento de la opinión pública (se ríe) estaba de acuerdo y son datos constatables en la época, entonces quiere decir que, a mí me pareció conveniente, te lo voy a decir con toda sinceridad: esto no lo digo yo, no es una afirmación que yo te diga «este se está auto defendiendo».

―¿Cómo fue convocado? ¿A usted lo convocó el propio presidente?

―Yo no fui el primer ministro, fui el segundo, asumí un día después. El primero fue Burseti, es decir, fue un almirante el primer ministro de Educación. Yo había hecho – acá me voy a auto elogiar–, pese a todos los líos que tuve que soportar, había hecho un buen ministerio provincial de Santa Fe, en la gestión del gobernador (interventor de facto Guillermo) Sánchez Almeida. Hice una buena gestión. Eso me dio un reconocimiento que en las bases de información de potenciales candidatos, ellos me eligieron.

―¿Para usted no fue una contradicción, porque ya había tenido una experiencia previa, integrar un gobierno de facto?

―Una dictadura nunca es la mejor solución, pero las dictaduras en toda la historia del mundo, surgen por ciertas necesidades que no son resueltas con otros procedimientos. Y no te olvidés que hasta los errores cometidos después, en el transcurso de todo el gobierno, el concepto de dictadura ha variado sustancialmente. Nosotros vivíamos en estado permanente de sucesivos golpes, desde Uriburu en adelante, periódicamente había golpes de Estado, así que era ya una modalidad social. Y de hecho, hay un aspecto nunca considerado: eran los civiles los que iban a tocar las puertas de los cuarteles para pedir la intervención militar.

―Vale aclarar que no hay registro de las masas agolpándose delante de los cuarteles, sino que eran determinados civiles.

―Eran determinados civiles, pero representantes de muchos sectores. Quiero decir, yo tuve contertulios permanentes, con todos los sectores políticos, representantes de todos los partidos políticos, yo tenía reuniones con representantes de los más diversos partidos, de sindicatos…

―¿Como quiénes?

―La mayoría están muertos. Excepto el pobre Balbín, que en la noche del golpe estaba proclamando la unidad nacional en un mensaje que, por supuesto, estaba superado por los hechos, todo el mundo se vinculaba. La mayoría están muertos. Yo no puedo hacer referencia ahora de quiénes eran mis contertulios en lo que yo llamaba Los jueves de Bruera. Pero eran de todos los partidos, radicales, peronistas, del MID, de todos los que quieras, eran concurrentes a conversaciones para ver cómo se solucionaba la cuestión. Yo efectivamente, tenía la intención o, mejor dicho, la ilusión de –en un momento de reorganización– enderezar esto que estaba funcionando tan espantosamente mal. La última parte de la década de los 60, los primeros años de los 70, realmente habían convertido a las universidades en gravísimos problemas.

―¿Esa descripción de la situación que usted hace de las universidades, tiene que ver con el operativo denominado Claridad?

―No, eso fue posterior. No te olvidés de que antes de mi gestión, había estado la Triple A en la universidad. No era necesario, incluso como creían muchos militares, hacer una excesiva depuración, porque los habían depurado de la peor forma. Te diría que por izquierda. Para mí el problema no eran los Montoneros, sino quienes establecían una ideología normalmente ordenada desde círculos internacionales, ideologías contradictorias.

―¿Cómo contradictorias?

―Contradictorias entre sí porque confluíamos nosotros en un gran conflicto internacional, que era la Guerra Fría. Y en la Guerra Fría intervenían tanto los EEUU. como intervenían las penetraciones de un marxismo continental. Había una serie de cosas que se movían en el mundo. Así como los americanos podían promover los golpes de Estado para contener lo otro, estaba la presión de la subversión. Y había en esto, además, todo un proceso intelectual europeo que se gestiona en mayo del 68 francés que incitaba a una teoría que era la teoría de la revolución como paso indispensable para poder enseñar. Se establece la moralidad tomando como carne de cañón a los estudiantes, estableciendo un proceso de acción activa revolucionaria y eso se expande por toda América Latina. Yo con los Montoneros no tenía problemas, fueron mis alumnos. Mi mayor dolor en todo este período fue ver que, suscesivamente, mis alumnos iban a la muerte. No era una cuestión personal con ellos. Yo tenía un problema con los que los enviaban en acciones absurdas.

―Lo que usted me dice con toda esa descripción es que según su lectura, una gestión tenía que abordar esa problemática, en sintonía con la lectura de una dictadura que decía que ante este escenario, “tenemos que frenar ese proceso revolucionario”.

―El proceso en la universidad estaba frenado –entre comillas esto– desde la gestión Ottalagano en la Universidad Argentina. Quiero decirle que no era necesario un Operativo Claridad, porque el Operativo Claridad ya se había hecho.

―Pero así y todo, se hizo…

―Claro, pero ese es otro factor. Se hace, y acá es donde intervienen otros elementos. Se hace ese operativo, efectivamente. Y se empiezan a ejecutar –ya que te interesa el problema, y es parte de lo que me endilgan– empiezan a ejecutar listas –no quiero discutir qué estaba bien, qué estaba mal–. Era la lucha ideológica tomando determinados personajes, cuya magnitud ni remotamente era tan grande, pero que arma toda una cuestión e interviene –para que ustedes entiendan– un factor que a veces no se considera suficientemente, que es la mezquindad de los civiles. Estas informaciones que fueron recopilando los militares no eran solamente conclusiones personales de búsqueda, eran cuestiones que transmitían los civiles. Acá lo que yo quiero marcar un poco, es la cuestión de los civiles. Toda la cuestión esta, de lo que es el funcionamiento de una dictadura en sí –después vienen las pasiones que se desencadenan–. Creo que hubo ahí un gran aprovechamiento, de egoísmos personales, de vendetas personales, de odios universitarios mantenidos. Entonces empezaban a figurar en los listados personajes que no tenían absolutamente nada que ver.

―¿Usted considera que en esos listados había gente que tenía que estar, y otras que no?

―Algunos no tenían nada que ver. La gran mayoría no tenían nada que ver, de los que estaban en esos listados, no tenían absolutamente nada que ver.

―Pero esos listados, efectivamente, se hacían en el marco de este Operativo Claridad. ¿A usted le llegaban esos listados?

―Acá viene una de las injusticias que están presentes. Yo nunca firmé el Operativo Claridad. Cuando sacan la referencia de la creación de una agencia de Inteligencia en mi propio Ministerio, no era para perseguir, era todo lo contrario. Yo creé una Secretaría de Inteligencia con un tipo que había conocido acá.

―¿Recuerda el nombre?

―Sí, Balladares, que era especialista en Inteligencia.

―¿Usted lo convocó?

―Sí, pero para hacer contrainteligencia. Porque yo no podía aceptar y, de hecho, no acepté proceder así nomás con la gente porque si a vos se te ocurría denunciarlo a él (señala al fotógrafo) porque le tenés bronca porque te saca mal la foto y ahí lo denunciabas. Yo no podía admitir esa exposición.

―¿Cuál era, entonces, la función que usted le dio a este órgano que usted creó?

―De contrainteligencia. Y yo lo único que podía hacer es que, si habría las listas y ponía el dedo y decía «todos estos tipos no tienen nada que ver», porque así como a mí me mataron alumnos montoneros, también me mataron por error a los que no tenían nada que ver con Montoneros en toda esta larga y trágica historia de aquellos años. No es como dijo en su momento Clarín, que publicó unos papeles que me jorobó la vida para siempre. Era de contrainteligencia, así que para demostrar lo que no era.

―Y confirmar lo que según usted sí era

―Es que mi tesis, en ese momento era que no estaban, no había. Era toda una cuestión en que la parte civil iba con informaciones que eran recopiladas ingenuamente y por esa pasión desastrosa que abren estos conflictos como el que se creó acá, una situación de enfrentamiento como el que se produjo y que era una forma de contener el avance. Y, de hecho, yo no firmé el Operativo Claridad. El Operativo Claridad fue firmado el 27 de octubre en un decreto del ministro Catalán, posterior a mi gestión. Está todo un fascículo en el decreto donde se inicia y se procede a la firma en octubre del 77. Yo me fui en mayo del 77. Entonces, que me endilguen a mí algo que no hice, es parte de una situación.

―Pero usted puede hacerse cargo de que creó un organismo de contrainteligencia.

―De contrainteligencia, no de inteligencia.

―Con la misión de confirmar las personas que sí estaban involucradas con la denominada por la dictadura “subversión armada”.

―Es al revés, descalificar a los que no estaban.

―Pero confirmar a los que sí.

―Mi problema no era, te lo digo con toda sinceridad, el problema ideológico. El problema era la subversión armada que es una cosa completamente distinta.

―Y en todo caso, en la universidad y en el ámbito educativo, era su tarea específica. O sea, lo que usted me dice es que entre sus tareas específicas estaba el de resolver el problema de, como se denominó en aquel momento, “la subversión armada en el ámbito de la educación”.

―La subversión armada que, yo te diría que en aquel momento, si tenía alguna expresión, era mínima, y como relicto de otras cuestiones.

―¿Usted dice, entonces, que no existía, que no hubo una sola persona durante su gestión, que haya pertenecido a la comunidad educativa e integrado la denominada por ustedes “subversión armada”?

―Creo que en la gestión hubo relictos de situaciones que venían ya planteadas desde el gobierno anterior y que fueron encaradas de esa forma. En relación a la pregunta concreta del Operativo Claridad es que yo no lo firmé. Nunca lo quise firmar. Si usted lee el decreto, no recuerdo ahora, creo que octubre, el 27 de octubre del 77, que establece todo un marco de la subversión en la universidad y consecuente con eso. El Operativo Claridad era un listado, para decírtelo claramente, y era una concepción en la lucha universitaria.

―¿Y usted asegura que en la fecha en que se puso en marcha es posterior a su gestión?

―Es en octubre de 1977. Yo me fui antes.

―Está claro. Lo que sí fue parte de su gestión fue este órgano de “contrainteligencia” que usted armó.

―El Operativo Claridad no se origina en el Ministerio de Educación. Lo que se origina en el Ministerio de Educación es un instrumento de control, que es una cosa completamente distinta. Para contener los desbordes de una denuncia indiscriminada que había y que yo obviamente no sólo no la firmé, sino que no la iba a firmar jamás.

―¿A qué se refiere?

―A que yo no iba a firmar los listados porque a uno se le ocurría. Si me preguntan, funcionalmente, cuál fue el error, el error fue declarar la guerra sucia. O sea, una guerra no sujeta a las reglas de la guerra. La guerra siempre es cruel, es mala, es tremenda, pero tiene reglas: los tipos que masacran fuera de un campo de batalla, inútilmente, tienen penalidades aún luego de terminada la guerra. Desde mi punto de vista y creo que era la tesis que había que sostener en aquel momento, era la declaración interna de guerra, que era la única forma de contener la lucha armada. No había otra manera.

―Durante el período de gestión suyo, usted dijo que algunas cosas se pudieron hacer. Usted planteaba –según su óptica– una problemática respecto de la introducción de algunas corrientes, del marxismo, que eran contradictorias con la forma en que usted concibe la educación, y que esto se expresaba en estudiantes, en organizaciones estudiantiles vinculadas a organizaciones armadas y en docentes. ¿Qué se hizo? ¿Cómo fue en la práctica? ¿Hubo cesantías, hubo expulsiones, hubo listas?

―Hubo cesantías, porque hubo una situación persecutoria particularizada. Hubo una réplica a la historia de la universidad.

―Usted me dijo que me iba hablar de hechos. ¿Cómo son los hechos?

―Dejame explicar cómo fue la réplica. Todos los cesanteados y echados habían tomado el poder abruptamente, y no por méritos exclusivamente académicos, sino de otra forma en lo que era una modalidad propia de la época. Todos ellos estaban alejados de la universidad. Había luchas intestinas de equipos echados presentes y de equipos ausentes de la universidad, porque habían sido echados anteriormente. Progresivamente, confirmar un grupo, constituirlo para armar nuevos concursos.

―Ahí uno puede hacer el planteo de que hubo un gobierno de facto que tomó decisiones sobre personas que ingresaron a sus cargos durante un gobierno constitucional.

―Yo lo único que procedí, sin distinguir épocas, es que todo el que hubiese ganado un concurso, cualquiera fueran sus antecedentes, quedó confirmado. Es la única ley universitaria que yo produje. Era consolidar un claustro para que ese claustro fuese el que convocase nuevamente y saliese de un conflicto.

―Pero así y todo, después hubo cesanteados. ¿De qué manera llegaban a ser cesanteados? ¿Ahí interactuaba ese organismo de contrainteligencia que usted había creado?

―Yo pasé dos etapas. Actuaba en el análisis de esas situaciones, porque negar que hubo cesanteados sería una ingenuidad, y además, una mentira.

―¿Entonces me confirma que un cesanteado durante su gestión es una persona no sospechada o puesta en una lista arbitrariamente por alguien que se dejó llevar por las pasiones, sino depurada desde la óptica que usted se planteaba y según la cual alguien debía o no ser depurado?

―No, en esa época de las cesantías tenían mucha significación las representaciones de los rectores de las universidades. Era un programa en la que los rectores también tenían su complicación, porque tenían que arreglar la situación de los que habían sido echados.

―¿Los rectores eran interventores, no?

―Eran interventores.

―¿Cómo se designaban?

―Eran designados directamente.

―¿Por usted?

―Claro. Antes había habido interventores militares, en la época en que se produjo la mayor cantidad de cesantías. Yo logré que hubiese civiles.

―¿Entre las tareas que tenían los interventores estaba la de evaluar la situación para las cesantías por ejemplo?

―Los rectores vivían en la báscula. Muchos de ellos mismos habían sido cesanteados anteriormente y no por concurso, sino por irrupción del poder que se instaló en las universidades arbitrariamente. Había todo un conflicto humano de intereses que era muy difícil de coordinar.

—En el período democrático existían los órganos de autonomía de las universidades. Durante la intervención ¿hubo expulsiones de alumnos? ¿Eran patrimonio del rector?

―Enviaban las nóminas.

―¿A dónde?

―Las procesaban militarmente dentro del Ministerio. Pero de los alumnos no tengo constancia. Posiblemente, lamentablemente, la suerte de los alumnos era mucho más cruel.

―¿Había entonces un proceder: los interventores elevaban nóminas de alumnos al Ministerio?

―No. Que yo recuerde, personalmente, de alumnos, no.

―¿Sólo de docentes?

―El tema central era el tema docente.

―En el período en el que usted estuvo, según un informe publicado por la periodista María Seoane en Clarín en el año 1996, hay listas en las que si bien no está especificado si son alumnos o docentes, hay una cantidad de 39 que están desaparecidos. Muchos de ellos en el período de su gestión. Algunos son posteriores a junio del 77. ¿Pudieron haber sido “identificados”, separados, y después puestos a disposición de la inteligencia militar en el marco del dispositivo de depuración que usted puso en práctica en el ministerio?

―A mí, ese encuentro de papeletas siempre me llamó la atención. No se correspondían ni remotamente ni inclusivamente con mi época. Porque si de algo cualquiera que hace inteligencia se cuida, es de no dejar información dispersa y tirada por el suelo. Me parece de una ingenuidad tan grande. Aunque objetivamente, con el tiempo transcurrido entre que se encuentran las papeletas y mi gestión, no sé cuáles podrían haberse escrito en aquel momento. De hecho, lo que sí te puedo decir es que yo no la ejecuté jamás. Balladares, mientras estuvo conmigo, respondió claramente; no tenía él la decisión. Pero me informó sin intervención directa para producir actos que yo no desease realizar. De tal manera que esa eventual nómina de desaparecidos y qué se yo, no tengo la menor idea de dónde pudo haber salido y honesta y objetivamente me parece una ingenuidad tan grande que un organismo de inteligencia que se retire, deje papeles tirados.

―Está claro –esto, según mi evaluación– que ningún archivo de un organismo de inteligencia aparece porque sí, sino que tiene un objetivo. Pero esa es otra cuestión. La cuestión es que los papeles aparecieron y suman elementos para la reconstrucción de un período de la historia argentina que en algún punto lo tiene a usted como protagonista.

―El tiempo que yo estuve con Balladares, se comportó, por lo menos no tuvo autonomía para denunciar.

―En lo que usted describe de lo que sí hizo, me parece que a usted le cabe un grado de responsabilidad importante con relación a la suerte corrida por las personas que formaban parte de la comunidad educativa y son desaparecidas durante su gestión.

―Nunca fui ni siquiera procesado.

―¿Nunca fue llamado a declarar por la justicia en calidad de imputado?

―Fui en calidad de testigo y declaré en juicios importantes.

―¿Nunca le iniciaron una causa relacionada a la desaparición de personas?

―Nunca hubo hechos concretos. El juicio que estás sosteniendo es absolutamente legítimo. Tenés todo el derecho a pensar de mí, de mi gestión, de mi valoración, de mi interpretación con tus propios criterios. Además es muy difícil reducir explicando la propia conducta, porque parece que uno se está defendiendo y es lo que yo no quiero hacer. Tomá los datos objetivos.

―Es que a mí los datos objetivos me dan la conclusión de que usted formó parte del aparato represivo en el área de educación, y que entre otras desarrolló la tarea de determinar quienes debían o no estar en esas listas de las que hablamos. Personas que después pueden haber sido asesinadas o desaparecidas. Pienso que en el tramo en el que usted estuvo, formó parte de un plan de aniquilamiento de personas. Por lo tanto debería ser juzgado y pagar por las responsabilidades que implican haber cometido esos delitos.

―Esa es una opinión absolutamente legítima. Y la tengo que aceptar en su legitimidad porque yo no voy a intentar ni siquiera discutir ni controvertir, porque la opinión es una cuestión que uno asume. Lo que intento, como síntesis, es que se juzgue objetivamente lo que fue mi gestión de un año, que se entienda por qué fue de un año y que se lea la bibliografía, no de mis amigos, sino, por ejemplo, de historiadores latinoamericanos o de gente que escribió sobre todas estas cuestiones, como el libro de Tedesco o de Mignone sobre la historia de la Universidad de Luján, en el que destaca lo que yo ayudé a la Universidad de Luján.

El memorandum que el ex ministro le escribió a Videla

La periodista María Seoane, actual directora de Radio Nacional, publicó junto a otros colegas en 1996 una investigación sobre el Operativo Claridad que tuvo como eje central una serie de documentos secretos que demostraban el funcionamiento de un aparato de inteligencia en el seno del Ministerio de Educación durante la dictadura. “Dos de las carpetas que forman este archivo –comienza el artículo de Seoane publicado en diario Clarín– (tituladas “Sistema e Informe sobre la estructura funcional”) sirven para reconstruir la historia. Tras el golpe, se creó en el Ministerio de Cultura y Educación (MCE) un organismo de inteligencia encubierto bajo el nombre Recursos Humanos”.

Entre los documentos hallados se encontró un memorandum en el que Bruera le escribía a Jorge Rafael Videla bajo el titulo «Estrictamente confidencial y secreto» del 23 de noviembre de 1976. “La radicalización del accionar opositor de docentes, alumnos y no docentes en el quehacer educativo y de los elementos actuantes en el ámbito cultural y científico técnico, adquiere una importancia tradicionalmente relevante sobre lo cual resulta ocioso insistir”, decía el entonces ministro de Educación. Posteriormente Bruera agregaba: «Se creó entonces bajo el encubierto nombre de Recursos Humanos un área que funciona como dependencia del Departamento de Asesores del Ministro». «Imprescindible complemento (…) es el aporte de un grupo de personas especialistas en tareas de Inteligencia, destinados a manejar los aspectos técnicos del tema en cuestión. La necesidad aludida ha sido gestionada ante las autoridades de la SECRETARIA DE INTELIGENCIA DEL ESTADO (SIDE), quienes la han cubierto a entera satisfacción del suscripto».

Seoane destacaba en su artículo el anteúltimo párrafo del memorándum: “El MCE necesita contar con una partida de fondos secretos que permita afrontar los gastos que insume el pago de los servicios del personal técnico y la creación de toda la infraestructura de apoyo a la labor informativa (pago de informantes ocasionales) todo lo cual ha sido evaluado por la SIDE y propuesto a su Excelencia para su aprobación”.

“Otro documento –escribió Seoane–, llamado «La estructura orgánica funcional», revela que el jefe de Recursos Humanos contó con un Estado Mayor en el que participaban tres delegados de las Fuerzas Armadas y un enlace técnico de Inteligencia. Allí se ordena usar una segunda máscara: «Adoptar, como cobertura, el cargo de Jefe de Asesores del Gabinete Ministerial (resolución 449)». Ese Jefe de Asesores fue el coronel retirado Agustín Camilo Valladares, compañero de promoción y amigo del general Roberto Viola”.

Tal cual como lo publicó en 1996 el diario Clarín, con algunos errores en los nombres, publicamos la nómina que aparece en los informes secretos obtenidos por el diario. Marcados como «peligrosos”, se consignaba en aquella nota que las personas mencionadas figuraban en las listas de desaparecidos elaborada por la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas).

Lista de desaparecidos:

Arece, Margarita; Barbano, Alfredo G. 16/3/76 Córdoba; Barrionuevo, N. Carlos 28/3/76; Benamo, Víctor 1976; Berti, Carlos Guillermo 1/7/77 Capital Federal; B. de Herrero, Julia A. 28/3/76; R. IV (Cba.) Bustos, Aldo Meliton 2/2/78 Tartagal (Salta); Cali, Italo Américo 20/5/77 Zárate
Carneglutti, Máximo 1977; Castillo, Mauricia Z. 4/5/76; Cazorla, Jorge Omar 10/6/76 Córdoba;
Colaski, Alberto; Coronel, Marta; Damora, Y. Mabel 11/5/76 Córdoba; Deutsch, Liliana Inés 1977;
Díaz, Manuel Ramón 19/12/76 Capital Federal; Escobar, Carlos A. 29/3/76 Córdoba;Ferreyra, Adrián José 29/3/76 M. N’nja (Cba.); Gattavara, Luis B. 7/8/76 Córdoba; Gel, Liliana 1/6/76 Córdoba; González, Alfredo 1/4/76; Hunziker, Héctor 19/12/76 Capital Federal; Kaplan, Julio 24/3/76; Konig, Ema Raquel 27/5/76 Córdoba; Meza, Oscar 24/3/76 Córdoba; Molina Luján, Raúl M. 5/10/76; Olmos, Jorge E. 13/4/76 Córdoba; Oria, Elber Mario H. 3/4/76 Córdoba; Oteiza, Alberto 1/7/78 Formosa; Ponza, Ernesto E. 14/5/77 Córdoba; Prilleltensky, M. Haydée 1/1/76;
R. de Custodio, S. M. 1/5/76 Bahía Blanca; Serra, María Teresa 10/8/76 Rosario; Sfacia, Henello
Straiman, Enrique; T. de Klimosky, N. L.; Vega, Obdulia 5/1/77 Santa Fe; Walsh, Rodolfo Jorge 25/3/77 Capital Federal; Zucaria Hitt, Ricardo J. 9/1/76 Córdoba.

Dudosos

Bajo el subtítulo de “Dudosos”, Clarín agregaba: Arias, Miguel Angel 29/9/76 Buenos Aires (figura Arias Cuello); Barroso, Angel 10/4/76 Córdoba (figura Barrozo); Castro, Rubén (no hay más datos); Garay, Juan Alberto 16/2/77 W. Morris (BA) (figura Jorge Alberto); Gargano, Alfredo 7/7/76 G. Bustos (Cba.) (figura Gargaro Rucci); Gutiérrez, Ricardo (no hay más datos); López Roberto (no hay más datos) 15/9/77 La Plata; Martínez, Horacio 5/5/77 S. Nicolás (BA) (fig. Horacio Arístides); Muñoz, José Luis Córdoba (fig. Muñoz Barbachan); Rodríguez, Daniel (no hay más datos) 1/12/76; Rodríguez, Virginia 1976 (figura Virginio)

*Fuente “Los archivos de la represión cultural”, publicado en Clarín en 1996 con documentación, textos e investigación de Sergio Ciancaglini, Oscar Raúl Cardoso, María Seoane. On line se puede ver acá: http://edant.clarin.com/diario/96/03/24/claridad.html

Este artículo se publicó completo en la edición 114 (de enero de 2012) del periódico El Eslabón.

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