Foto: Germán Klein
Mosh en show de Aterradoras Manifestaciones Civiles (AMC), 1996. | Foto: Germán Klein

Ya hablamos de la alegre hospitalidad hardcore punk, de sus encuentros, cooperaciones y autogestión. Ahora tiene turno el otro lado de la luna: la violencia.

El movimiento tuvo con ella una relación polimorfa, con diversas fuentes y destinos. Así como estéticas repulsivas, discursos confrontativos y canciones de cuatro acordes distorsionados bien podían resaltar lo hostil de unos bichos históricos –nosotros– viviendo un momento de reconfiguración agresiva de lo social, había otras líneas que hacían a la micropolítica de la tribu.

Ambivalencias: la alegría contrapunteaba con oscuridades, tristezas, desorientaciones, miedos y exclusiones. Para muchas chicas, por ejemplo, no era fácil habitar esa jungla de testosterona; las que lo lograban oscilaban entre la protección y la hiperexposición. Alejandra Pace, adicta a recitales, lo condensa en una imagen: “Una vez me subí a un escenario y me tiré de espaldas. Me empezaron a pasar de mano en mano (nunca me acuerdo si eso es mosh o slam, tiene más pinta de slam), me manosearon bastante, hasta que, de repente, un chico le grita al otro: «¡Ey! Es una mina!» ¡Ahí me bajaron!”.

Ese impulso al cuidado no siempre estaba. El panorama podía mostrar cuerpos en tramas agitadas y destructivas, donde la rabia se convertía en ira.

Además de ver a un chico corriendo a otro hasta pegarle, mi primer recital ofreció la escena de un chabón de dos metros dándole a un pibe de metro setenta una patada oriunda de arte marcial. El pibe giró sobre sí y aterrizó. Fue sólo el comienzo: con los años vi cuchillos, manoplas, culos de botellas y nudillos rotos que el pulular del flemático punk cabeza no hizo más que incrementar. Pilar Almagro Paz, que alguna vez editó Actika, suma fotos: “cadenas, pogo violento mal, pibes que se metían de todo en el baño, tomaban cualquiera. Una vez vi uno que andaba con la jeringa en el bolsillo de la camisa”. Por si faltara, Nacho Molinos, hoy responsable del sello Soy Mutante y miembro de Matilda, ayer bajista de Argies, sube la apuesta: “Me acuerdo que una vez a Osvaldo (Zulo) lo persiguieron con un hacha”.

Yo no estuve pero el perseguido Zulo se acuerda de “un recital que se hizo en Amigos Unidos, un club que queda bajo el Viaducto. Tocaba Payasos Tristes, Los Daylight, Conciencia Propia y Jerk me parece. Fue 2000 o 2001 y pasó a la historia entre los que fuimos como «el día del caos», fue una batalla campal como pocas. Tenía toda la remera manchada de sangre de otra gente”. El día del caos en Amigos Unidos: excelente definición para una historia hecha de empujones, patadas, cabezazos y piñas que, comparativamente, hacen que el pogo parezca el momento tierno. Esos choques de cuerpos, cuenta Santiago Pogo Córdoba (editor del fanzine Kabezas Negras y manager), fueron prólogos de muchas vidas con finales tristes: “muchos de esos pibes, que nunca pagaban una entrada y pudrían los recitales, se murieron, se quemaron o se hicieron evangelistas”.

Una segunda fuente de tensión eran las tribus urbanas aledañas. Cuando Zalo Old Punk daba vueltas por la Rosario de 1991 prefería evitar algunos encuentros: “era muy difícil cruzarte con las hordas del metal siendo un punk de 15 años, dado que estaban compuestas por metaleros más grandes, eran más personas y no muy abiertos que digamos”. Y una tercera era “el ciudadano medio”, dado al lanzamiento de dardos –lingüísticos o púgiles– por razones estéticas. Pogo condensa el asunto en un aprendizaje: “el punk me sirvió para darme cuenta que ser joven siempre fue difícil en Argentina”, y yo en una pregunta: ¿qué habrá sido de los pibes que una madrugada se bajaron del auto para pegarle a un amigo mío porque tenía el pelo teñido de rosa?

Pero la violencia estaba lejos de agotarse en affaires intratribales, intertribales o civiles. Su cara más densa se encarnaba en el personaje más puteado de la historia del rock: la policía.

Razzias, aprietes y represión a plena oscuridad de la noche azuzaban marcas de miedos latentes, como las que muestra Álvaro (guitarrista de Lunátikos): “En 1993 mi hermano fue a un recital de Animal Dead en Alem y Pellegrini (creo que se llamaba Vampire el reducto y seguramente era un antro); resulta que estaba tocando Animal Dead y entró la cana (de civil, pinta de botones) con ganas de levantar pibes. Al final no pasó nada pero cuando me contó nos pareció a los dos que la cosa aún estaba jodida”. Ese aún me queda picando: ¿aún respecto a qué? Se me ocurre que refiere a la dictadura; se lo cuento a mi hermano Javi (voz en INP y editor de De protesta para la resistencia) y me devuelve una historia que encandila por nítida: “En 1993 fui a un recital de Attaque 77 en Vicente López (Mitre y Tucumán), clima de bardo, en el segundo tema un mosh me depositó en el escenario. Los patovicas me bajaron. Me fueron sacando a golpes hasta afuera y antes de atravesar la puerta me pusieron una picana entre las piernas. A casi todos nos hacían lo mismo”.

Mientras los pibes de Las Delicias recuerdan escaparse de la PSF por las cortadas del barrio, invoco una noche de 1996 en Montoya (Corrientes y Tucumán): cayeron dos camionetas, se bajaron varios robocop sin ley, gritaron y regaron de balas de gomas cielo, paredes y algunos pies. Hubo que correr varias cuadras. Sólo al rato nos reagrupamos, lentamente, con ojos tensos y más rabia que alegría. La esquina estaba repleta de patrulleros.

También hubo un montón de patrulleros el 12 de agosto de 1998 cuando, gracias a una demanda del Ente de Administración de Bienes Ferroviarios y el silencio de la Municipalidad, el octavo intento de desalojo del Galpón Okupa (Wheelright y España) tuvo éxito, marcando un hito en la ocupación estatal-mercantil de la costa del Paraná y condensando toda una política cultural.

Exógenas y endógenas, explícitas y subrepticias, el hardcore punk volvió audibles algunas de las violencias de la coyuntura histórica en la que existió. Aquellas resonaron en cuerpos, que desde cierto punto de vista, parecen haber estado en posición de combate.

Publicada en el eslabón nº 141

Relacionada: Capítulo II: La Autogestión

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2 Lectores

  1. kelo

    06/05/2014 en 0:23

    AMC hip hop rosario .. El skt.. Amigos.. Las calles.. Intense mosh.. Sac.. ROSARIO HARDCORE!!!!

    Responder

  2. Rocío

    09/05/2014 en 15:57

    Que recuerdos de buenos momentos!!!cuanta nostalgia, che!!Los recitales de Fun People, Asphix, NDI, SAC, el galpón OKUPA, la Ghiraldo, Pinhead, los cassettes grabados,los fanzines en los recitales,etc!!!Gracias por ponerlo en palabras…Rosario Hardcore-Punk por siempre!!!

    Responder

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