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(Resumen del capítulo anterior: El autor de esta columna, señor Abramovi, escribe una muy graciosa guía para el usuario que contribuye a ilustrar el universo en el que se mueve El Desubicado como experimento de humor en un mundo que apresta a ungir como gobernador a un mediocre contador de chistes llamado Miguel y no necesariamente apellidado Del Sel. Pero luego de varios párrafos jocosos y atinados, Abramovi se pone medio empalagoso y ciertamente mesiánico onda salvador del mundo. Entonces intercede el doctor Güis Kelly y lo convence de que si pretende hacer algo inteligente no tiene que escribirlo sino hacerlo y ya. Como el autor termina admitiendo que está inseguro, Güis Kelly lo mete en un ascensor que lo llevará a un hospitalito, vuelve a la oficina, llama a un tal Miguel y le pide que le mande putas.)

El Desubicado intenta en vano entrar en la oficina donde se produce su columna. Al parecer, un cuerpo tendido obstruye la puerta.

–¡Espere que lo corro al Beto! ¡se fue un poco de rosca! –grita desde adentro de la oficina Güis Kelly. Pasan 30 segundos y el doctor abre la puerta. Un bonete torcido es toda su indumentaria.–Doctor, qué desagradable su barriga… Uh, pero ¿quién es ese?, lo conozco… –apunta El Desubicado contra lo que parece ser el cadáver extinto de un hombre muerto–. ¿No es un detective famoso, doctor?
–¿Beto? Gran personaje. De día es como el fiscal Clark Kent y por las noches vive como James Bond.
–Pero Clark Kent no es fiscal…
–¿Ah no? –Güis Kelly pone cara de qué me importa y eructa sonoramente–. Y bueno… la gente cambia. A algunos les lleva tiempo, otros de la noche a la mañana. Y muchos cambian y siempre siguen igual. En fin… no hagamos mucho ruido, estoy esperando si se despierta…
–¿Le parece que Beto se va a despertar? –duda El Desubicado.
–Debería… Es que anduvimos de partuza… y bua… él vino de apuro de Europa con unas pastis que le dio James…
–¿James?
–Bond, James Bond, sí, unas pastis que te ponen en estado catatónico –Güis Kelly se relame–. Dicen que las usan en casos extremos para abortar misiones de recontraespionaje… Pero además el mambo es increíble porque te morís como cinco días… imagínese…
–Cinco días muerto doc… alto mambete… ¿sale volando y ve quién fue a su velorio y todo eso?
–Todo, completito. Y no sólo eso: cinco días después te despertás en la otra punta del mundo, usualmente en una playa y con un daikiri en la mano.
–¿También chicas, doc? ¿No será mucho para una pastilla? –se relame El Desubicado. E implora –: ¿Se puede poner un calzoncillo, doctor, aunque sea?
–Sí, sí. Claro que no es la pastilla –explica Güis Kelly mientras toma una bombacha que está tirada en la alfombra y se la va poniendo con dificultad­­– lo que lo transporta. Pasa que la pasti tiene un chip que cuando se activa avisa a no sé qué agencia internacional y vienen cinco monos que limpian todo, te llevan y te despertás cinco días después en una isla del pacífico con un daikiri. En la mano –se emociona el doctor.
–Es increíble, cómo harán…
–No sé. En las películas no muestran esa parte, siempre saltan a la escena del espía con el daikiri. Y cuando yo tomé la pasti no me acuerdo que pasó. Pero le digo la verdad –el doctor Güis Kelly se besa los dedos en señal de juramento infantil–, no le miento, no sé cómo, pero cinco días después yo estaba en Tahití con el daikiri en la mano. Se lo aseguro. Es genial la vida de los espías… –afirma mientras intenta mover el cuerpo inerte de Beto.
–O sea que en cualquier momento caen cinco monos que limpian todo… ¿y nosotros qué hacemos, doc?
–Es que no sé qué pasti tomó el Beto… por eso quiero ver si se despierta o hay que evacuar… me debe quedar media hora, ¿qué hora es?
–No sé, doctor, pero por las dudas también me las tomo yo.

El Desubicado sale casi corriendo de la oficina sin rumbo fijo. En el camino se cruza con su vecina Doña Noventa que hace 47 minutos que está atravesando, bastón en mano, la senda peatonal de Sarmiento y San Lorenzo, en pleno centro de Dakar.

–Doña Noventa, ¿la ayudo a cruzar? –le grita al verla El Desubicado, intentando elevar su voz por sobre el constante coro de bocinas que suena desde el voluminoso embotellamiento que la decrépita anciana ha generado con su tortuguesco deslizamiento–.
–No, nene –le grita la vieja levantando el mentón–. Dejá que sigan tocando bocina. Me encanta, me hace sentir que vivo en Chicago o en Nueva York… adentro del mundo.

El Desubicado espera pacientemente 15 minutos hasta que su vecina termina de cruzar.

–Gracias, nene –extiende con maligna sonrisa la mano húmeda de frío sudor–.
–Faltaba más Doña Nove. ¿Cómo anda?
– Y… mal pero esperanzada. Algo me dice que todo puede empeorar. Para mejor, claro…
–Hacía mucho que no se la veía por acá, ¿estuvo enferma?, ¿de vacaciones?
–Tuve algunos problemas. Pero me recuperé. Y me fui un par de años a pasear por Europa. Tengo varias amigas en Francia, Alemania, Italia. Paseamos. Hicimos de todo, jajaja… –la vieja se ríe con maldad–. En Grecia, Portugal, Irlanda nos portamos re mal, jajaja. Y en España nos mandamos cualquiera, fue lo mejor, parecíamos colegialas con fiebre uterineoliberal.
–¿Pero qué hacían?
–Quilombo. Timba, corridas cambiarias, glamour, escándalos, ajustes, y por supuesto todo sazonado con préstamos usurarios, jajaja… Había algunos que se querían volver comunistas de nuevo… jojojo
–¿Y los socialistas las corrían doña? En Europa son importantes…
–Nos corrían… pero para cortejarnos, nene, jajaja. A veces extraño a los socialistas de antes, estos nos dicen a todo que sí… Y los terminás arreglando con una selfie…
–Y… la gente cambia, Doña Noventa… pero usted parece estar igual.
–Igual pero más vieja, nene… yo no cambié pero el mundo sí… Tampoco cambió tanto… Muchos creen que soy una vieja hija de puta y creo que tienen razón, qué va a ser… La verdad es que tengo ya muchos años como para mentirme… y a esta altura prefiero ser como soy y listo. Alguien tiene que ser el malo de la película y a me tocó a mí. Total, después te morís y te recuerdan como a un angelito. Como al Ruso Gerardo, ese sí que nunca cambió…
–¿Qué le pasó?
–¿No sabías, nene? Se murió, pobre hijo…
–Quién sabe Doña Nove –El Desubicado reflexiona consternado. De pronto, saca una esperanza de la galera: ­–Capaz que dentro de cinco días aparece con un daikiri en la mano en una isla del Pacífico…
–Jajaja, nene.. Lo único que le faltaría a ese…

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