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(Resumen del capítulo anterior: El Desubicado por fin se encuentra con su viejo amigo el Bigote de Mauricio que está como loco haciendo changas en el labio superior de Aníbal Fernández. En un alto de la ajetreada agenda de su patrón, el bigote sale del televisor y departe acerca de la vida con El Desubicado quien, por ejemplo, insiste en defender su voto por el precandidato Miguel Del Sel en las elecciones primarias de Dakar. El Bigote de Mauricio no lo puede creer, aunque admite que haber votado al ruralista Eduardo Buzzi –“Soy muy amigo de su bigote”, argumentó– tampoco es algo que lo enorgullezca)

–Bueno –anuncia el Bigote de Mauricio –tengo que dejarte, amigo. Mañana otra vez zaranda con Aníbal…
–Cómo te tiene… súper erizado… ¿no tenés francos? –pregunta El Desubicado.
–Es que justo el Bigote de Aníbal se tomó vacaciones acumuladas… le quedan 3.847 días… imaginate la antigüedad que tenía en ese labio superior…
–Y claro… ¿Y tenés que laburar corrido?
–Salvo cuando duerme… jajajaja… No, hay un par de suplentes, además, no estoy solo. Es que es demasiado tiempo para un solo bigote. Además no cualquier bigote puede ser el de Aníbal Fernández, hay que ser tupido y experimentado, y estar listo para ensuciarse de chori y de caviar. Es la misma diferencia entre atajar para el equipo del barrio o en la selección, incluso me asombra que yo pueda estar haciéndolo bien.
–Pero vos con Mauricio tenías experiencia, no eras cualquier bigote…
–Ya hablamos en el capítulo anterior sobre Mauricio –se cansa el Bigote –, basta de hablar de ese gil, que después lo termino extrañando… Bueno, justo la semana que viene tengo unos días y voy a festejar mi cumple, ¿les avisó Filoso Fofó?
–Sí, nos dijo el otro día en la oficina de producción. Yo voy a ir seguro, los otros no sé, andan en cosas raras…
–¿Por qué?
–El señor Abramovi, autor de esta columna, nos citó para retarnos porque se está quedando sin chistes. Pero después empezó a fumar marihuana con Fofó y el doctor Güis Kelly y estuvieron como dos días colgados escuchando todos los discos de Frank Zappa…
–¿Todos? Uy qué horror ­–se horroriza el Bigote de Mauricio.
–¿Viste? A mí también me aburre… –busca complicidad El Desubicado.
–No, no. A mí me gusta. Pero el problema es que a Aníbal le gusta demasiado, no pasa un día sin escuchar algún disco de Frank… En fin, te dejo porque me tengo que ir… Mañana bien temprano tenemos conferencia de prensa, después reuniones y creo que a la tarde Aníbal empieza un curso de buceo táctico. Y si decide ser candidato a gobernador agarrate…
–Bueno, chau Bigote, nos vemos en tu cumple –saluda El Desubicado mientras el Bigote se toma un watsapp para llegar más rápido al laburo.

Al día siguiente El Desubicado sale a comprarle el regalo al Bigote de Mauricio. Apenas pisa la vereda le llama la atención la presencia de cuatro o cinco mesas apiladas junto a un contenedor de residuos domiciliarios. Como quien no quiere la cosa, se acerca a examinarlas con la intención de verificar si alguna le puede servir, quién sabe, tal vez como regalo de cumpleaños para su amigo.
–Con cuidado por favor, estamos muy frágiles –le advierte la más grande de las mesas.
–No parece. Se las ve bien, no entiendo por qué las dejaron acá como si fueran basura –le responde El Desubicado mientras palpa la fortaleza de los muebles.
–Yo sí lo entiendo, así es la política –responde la mesa intentando mantener la dignidad. El Desubicado la mira azorado. Y ella le explica: –Permítame presentarme: soy una mesa testigo del socialismo. En rigor, somos una familia de mesas testigo del socialismo –dice señalando al resto del mobiliario abandonado.
–¿En serio? ¿Existen las mesas testigo del socialismo? Yo pensaba que eran un mito… –se sigue sorprendiendo El Desubicado.
–De ninguna manera somos un mito. Y hemos tenido días de gloria. Nuestros vaticinios se cumplían a la perfección, éramos el oráculo posta de todos los comicios a los que nos convocaran: internas, generales, universitarias, en clubes, vecinales. Allí donde quisiera que hubiera que dirimir algo mediante una votación nosotras predecíamos el resultado. Y jamás le pifiábamos –memora orgullosa la mesa.
–¿Y cómo hacían?
–Contábamos los votos y después decíamos la verdad. A la larga, esa es la única forma de no pifiar. Pero bueno, parece que todo aquello que existe en algún momento tiene que llegar a su fin. Es la ley de la existencia –se apena la mesa.
–Pero se las ve tan bien… No entiendo por qué alguien querría desecharlas…
–Yo sí. Como le dije, así es el mundo de la política –dice estoica la mesa. Hace una pausa, suspira y sigue: –Hace tiempo que nos vienen pateando en contra. Primero con las encuestas en boca de urna…
–Pero si esas nunca acertaron nada…
–No importa. Ellas supieron cómo venderse y, usted sabe, con tal de que les digan lo que quieren escuchar los políticos suelen comprar cualquier cosa. Y nuestro problema es que sólo podemos decir la verdad. Somos las mesas testigo del socialismo, no somos cualquier planillita llenada por una promotora en la puerta de una escuela…
–Bueno, mesita, pero nadie está exento de fallar alguna vez… –intenta atemperar El Desubicado.
–¡¡Las mesas testigo del socialismos jamás hemos fallado!! –se exalta la mesa. –¡¡¿Qué pasa??, ¡¡¡ya nadie cree en nosotras!!!!
–Perdón, pero tengo entendido que en las últimas elecciones ustedes dijeron que había ganado el socialismo… –recuerda El Desubicado.
–Nunca dijimos eso… Tal vez lo haya dicho el socialismo, pero no nosotras. Además eran internas, ningún partido le podía ganar a otro, si no competían entre sí… Pero bueno, usted vio cómo es… como en el Facebook es fácil tenerla más larga ya nadie quiere salir a la calle, ¿me entiende?
–No, la verdad que no.
–Esteeee –la mesa piensa –cómo le explico… ¿le pasó alguna vez que se erra un gol cantadísimo y entonces se queda parado frente al arco no pudiendo superar ese estadio de lamentación hasta que opta por hacer como si no hubiera pasado lo que acaba de pasar?
–¿Qué, cómo? Me perdí. No le entiendo nada –. El Desubicado se empieza a incomodar.
–Esteeeee… no sé cómo decírselo para que lo entienda… La cuestión es que la verdad ya no cotiza como antes. Y las mesas testigo del socialismo siempre dijimos la verdad. Y acá estamos, esperando que nos levante un cartonero o nos lleve el basurero. ¿A usted le parece que terminemos de esta manera? –se lamenta la mesa. Las otras también se lamentan (parecen estar como en sincro).
–Yo a todas en mi casa no las puedo albergar –se apiada a medias El Desubicado –pero algo podemos hacer. Es más –propone –me gustaría obsequiar a una de ustedes a mi amigo el Bigote de Mauricio.
–Pero… –la mesa vacila, algo no le cierra –eso sería como una especie de… trata de mesas. Por favor, después de tanto manoseo –la mesa se ofusca y las otras también –nos gustaría algo un poco más digno como brindis final… Nosotras vamos todas juntas a la salvación o al cadalso.
–No me malinterprete –se ataja un tanto cobardemente El Desubicado –. Podría conseguirles una oficina para que estén todas juntas.
–¿Ah sí? ¿O sea que con un poquito de buena voluntad usted accedería a hacer algo por nosotras sin sacar ventaja? –la mesa mira cómplice a sus familiares. Y sigue: –Usted es realmente muy valioso, tuvimos mucha suerte en toparnos con alguien así. Y mire que las mesas testigo del socialismo sólo decimos la verdad.
–Muchas gracias –se halaga El Desubicado. Con confianza, saca el celular y llama al señor Abramovi, autor de estas líneas, para proponerle incorporar a las mesas testigo del socialismo como parte del mobiliario de la oficina de producción de esta columna.

Fuente: El Eslabón

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