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El tipo esperó 20 años. Se bancó el descenso y equipos que no seducían, pero no claudicó. A su hijo lo hizo socio el mismo día en que llegó a este mundo y desde que su madre se lo permitió lo llevó a la cancha, tal como su padre había hecho con él. El tipo, además, paga las cuotas religiosamente, va al club cada vez que puede, a comer un asado, a disfrutar el río, a estar con canayas. Fue a cada una de las elecciones que hubo para decidir quiénes iban a conducir los destinos de su querida institución y aunque algunas veces la pegó con su voto, la mayoría de los dirigentes lo terminó defraudando. Disfrutó los cuatro clásicos ganados al hilo pero en el fondo sabía que lo que se necesitaba era un título, para quebrar la racha y para sacarle a los compañeritos de su pibe el único argumento que éste no podía refutar en las tradicionales discusiones futboleras de los recreos.

El tipo se ilusionó con la llegada de Coudet y de refuerzos de jerarquía y el entusiasmo fue creciendo a medida que pasaban las fechas y los triunfos. Pese a que al otro día era domingo y podía darse el lujo de dormir hasta tarde, puso el despertador a las 3 de la mañana, preparó el equipo de mate y se fue al Gigante. El objetivo era conseguir las entradas que le iban a permitir estar en el lugar en que la historia así lo requería: en el estadio mundialista de Córdoba, donde su querido Central podía volver a gritar esa maravillosa palabra que desde hace dos décadas tiene atragantada. El tipo se bancó que se le colaran varios vivos, se aguantó los apretujones a medida que se acercaba la hora de la verdad, se comió un par de bastonazos de la siempre dispuesta a reprimir policía y vio como los malditos barras fajaban –como tantas otras veces– a los verdaderos hinchas. Pero consiguió los benditos boletos y volvió feliz a su casa. Se gastó un dineral para llevar a su familia a la Docta. Soportó las filas interminables de autos y bondis, y unos cuantos controles, y tuvo que dar infinitas vueltas para llegar a los alrededores del Mario Kempes. Alentó durante todo el partido y se emocionó hasta las lágrimas con la fiesta que desató el pueblo auriazul en ese monstruo de cemento.

El tipo esperó 20 años y en apenas 45 minutos lo despojaron de todo. Pero no claudicó. Aunque no supo qué responderle a su hijo cuando éste le preguntó “cómo puede ser que nos hayan robado así, tan alevosamente”, lo abrazó fuerte y le dijo que el fútbol siempre da revancha. No descargó su bronca contra nada ni contra nadie. No arrancó un pedazo de paravalanchas para utilizarlo, al mejor estilo Thor, como maza de boleo y destrozar algún panel. Tampoco le pareció bien que los directivos salieran al día siguiente a pedir la cabeza del juez, del línea y –ya que estamos– del titular de la Escuela de Árbitros. Y mucho menos para exigir que el partido se vuelva a jugar, porque entiende que los partidos se ganan en la cancha y no en los escritorios. Tampoco compartió los mensajes de Whatsapp con el número de teléfono y la dirección de Diego Ceballos. Masticó la bronca en silencio y le habló a su hijo de la grandeza de Central y de las veces que se había recuperado de situaciones como esa. O peores.

Y este domingo, cuando por caprichos del destino el Canaya cierre la temporada recibiendo a Boca, se limitará a aplaudir a sus jugadores y al cuerpo técnico, y a alentar durante todo el partido. Y rogará que a ningún energúmeno se le ocurra tirarle un cascotazo al colectivo xeneize o un proyectil al campo de juego que suspenda el partido y le genere consecuencias nefastas al club de sus amores. El tipo está enamorado de Central, y del fútbol; y aunque asistió a uno de los robos más escandalosos de los últimos tiempos, no deja de pensar en aquella historia del padre que le dice a su hijo: “Tené cuidado por dónde caminás”, y –sobre todo– de la respuesta del pibe: “Tené cuidado vos, porque yo voy siguiendo tus pasos”.

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Un comentario

  1. Beto

    08/11/2015 en 15:59

    Viví a la salida del Kempes con amargura y bronca lo admito un echo que me movilizó todo el cuepro. Un padre caminando con su hijo que no llegaba ni siquiera a su cintura, le preguntó:

    Pá: – «como puede ser que nos hayan robado así, esto no puede ser»

    – El padre con una voz un tanto quebrantada y otro tanto condimentada por bronca y angustia le contestó al hijo mientras lo llevaba de la mano: «Así es Central, Central es grande hijo, Lo van a golpear, lo van a insultar, lo van a maltratar, pero Central es Grande, y siempre va a ser Grande, por eso nosotros somos de Central». Que le vamos a hacer, esto es el fútbol, que hoy nos quita y mañana nos va a dar revancha, no te angusties, yo también tengo bronca.

    El escuchar eso a la salida del partido mientras nos preparábamos para emprender el regreso, me dejo un vacio tan grande como la alegría que sentí al escucharlo. ESTO ES CENTRAL.

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