(Resumen de los últimos 12 años del mundo real: luego del colapso radical-neoliberal con el cual se iniciara el siglo 21 en estas pampas, el país más rico del mundo volvió –no sin esfuerzo– a levantarse. De pronto la tierra empezó a sacar granos y granos y granos y granos que los chinos necesitaban para darles de comer a sus chanchitos. La riqueza generada, algo cuestionable desde el punto de vista ambiental, esta vez fue empleada con otra lógica más inclusiva desde los estamentos de poder. El Estado retomó la batuta para redistribuir el producido de la venta de esos granos a través de políticas públicas que propendieron a la creación de empleo y al tendido de una red de contención social que, por ejemplo, permitieron que el país pudiera atravesar al menos en paz las sucesivas crisis económicas mundiales derivadas de los desastres que el capitalismo financiero insiste en aplicar –como una de sus tantas formas de dominación– en todo el mundo, a través de shocks de empobrecimiento masivo e imposición compulsiva de deudas.
La idea de los gobernantes de estas pampas fue fortalecer un mercado interno que permitiera una circulación un tanto más autónoma de los recursos que fluyen en el diario vivir. No es una apuesta fácil en un mundo globalizado en el que muchas potencias no se pueden curar de los vicios adquiridos en los años coloniales. Y siguen insistiendo en instalar sus ideas sobre civilización y barbarie, pobreza y desarrollo, la guerra y la paz, el honor y los buitres.
Podría pensarse que generar una economía autónoma –y su correspondiente pathos sociocultural independiente y soberano– en el mundo así tal cual está es una tarea difícil. Por algo las sociedades y estados que lo intentaron, por ejemplo, en el subcontinente latinoamericano durante el siglo 21 terminan tambaleando ante los embates que los popes banqueros lanzan a través de sus usinas de poder mediático y de lobby. Llevado al extremo, en un sentido utópico, un país que logre mantenerse exclusivamente de su riqueza circulando equitativamente terminaría erigiéndose en una burbuja de bienestar en un mundo en llamas.
Y la condición de la burbuja es reventar. Explotar. Y las explosiones tienen ondas expansivas que se leen a través de la variable del espacio y el tiempo, donde se asientan las coordenadas de los daños que pueden causar. Así, una estrella que explota hoy y arrasa con todo lo que hay a su paso puede terminar, más benevolente, iluminando un cielo lejano a millones de años luz.
Mientras tanto la pelea cotidiana sigue ya que, al menos por ahora, el sol sigue saliendo todos los días.)
En una dimensión paralela a ese mundo real donde aparecen como monigotes destinados a tomar las riendas nada menos que de un país, Mauricio y el sapo Dani siguen departiendo en la burbuja establecida en la oficina de producción de esta columna, en el piso 37 de un edificio ubicado en el centro de Dakar. Esta versión ficticia del destino los puso aquí, en una zapada con los personajes –El Desubicado, el doctor Güis Kelly y Filoso Fofó– y el autor, el señor Abramovi, que además se hizo cargo de tocar la viola durante la noche.
Mauricio –hay que admitirlo– la descosió con su perfomance en eso que le sale natural: la música de Queen, la obra de Fredy Mercury. Como una reencarnación de aquel artista nacido en Zanzíbar, el candidato empresario hijo del poder vernáculo emocionó y divirtió a la muchachada con gemas de esa banda que él, en un punto inocente, cree neoyorquina aunque se sabe que es británica.
El sapo Dani, por su parte, demostró con su ya conocida enjundia su capacidad para adaptarse a cualquier terreno donde sea capaz de brincar. Sabida entre los presentes su predilección por la música de Pimpinela y Agapornis, el batracio presidenciable hace el esfuerzo necesario para cantar con onda los temas de Sumo que tanto le gustan al autor de esta columna. Y luego de negarse gentilmente a cantar a dúo con Mauricio “(1989) No tan distintos”, el sapo también la rompe con una seguidilla de temas del memorable creador ítalo-escocés-cordobés del abasto porteño.
Mauricio arrancó aplausos y despertó admiración en un auditorio que no daba dos mangos por él. El sapo Dani también sorprendió, pletórico de carisma, convirtiendo la oficina en un gran pogo. Luego de horas de tocar, los personajes salieron de escena haciendo un trencito y ellos se quedaron solos, cara a cara.
–Mauricio, me preocupa en serio qué vas a hacer con la economía si llegaras a presidente –insiste el sapo Dani.
–¿Y yo qué culpa tengo de que vos te preocupes, Daniel? Parecés mi mamá. Ya te dije que yo no me encargo de la economía, están mis equipos. Además te dije que no hablemos de política, me aburre –responde Mauricio con serenidad sin sacar la vista del porro que está armando, por cierto con severas dificultades
–¿Equipos? –croa algo enojado el batracio presidenciable –. No podés ni armar un faso, amigo…
–¿Amigo? ¿Vos me decís amigo, Daniel? ¿Por qué no me ayudas a armarlo entonces, si sos mi amigo?
–No me chicaniés tan feo, Mauricio, sabés que yo no armo porros. No soy René Lavand.
–¿Qué tenés contra René Lavand, Daniel? El nació en Tandil, como yo, ¿tenés un problema con la gente de Tandil? ¿Por qué me tratás mal?
–¡¡¡¡Pero cuándo te traté mal!!!!
–¿Ves? Me estás gritando, Daniel…
–¿Y vos por qué me decís Daniel? Soy el sapo Dani. Da… ni… el sa… po… Da… ni…
–Sabés que me equivoco los nombres, Daniel, perdón… Igualmente, no te quiero mentir, pero cuando yo te conocí eras Daniel, me parece… –desliza socarronamente Mauri mientras intenta cerrar el cigarrito.
–He cambiado en estos años. La vida me enseñó un par de cosas… En cambio, vos seguís siendo el mismo pánfilo cancherito que venía a las fiestas con papá… –sacude el sapo con fiereza.
–¿Ves que me agredís? –despeja Mauricio.
–Vos me dijiste Daniel… –rechaza el sapo.
–¿Tenés fuego? –pregunta Mauricio blandiendo un envoltorio para nada cilíndrico que supone fumable.
–¿Ese chaskibum te pensás fumar? No se sabe dónde están las puntas, Mauricio…
–Pero al final nunca me contestás ninguna pregunta, Daniel…
–Dani, soy Dani. Sapo Dani… Andá a buscar a la cocina, tiene que haber fósforos, yo no tengo fuego…
–¿Ves que no sos tan perfecto?
–Es que no fumo…
–Lo bien que te vendría… –dice Mauricio mientras va hacia la cocina.
Dani brinca en el sillón preocupado. Se lo ve nervioso. Mauricio vuelve con el pucho prendido. –Tomá una seca, boludo… –le ofrece al sapito.
–Te dije que no fumo, Mauricio. Pero qué difícil que es hablar con vos…
–Me aburrís, Daniel, digo, perdón, eeh… Dani. Te dije que me aburre hablar de política.
–Pero… capaz que te eligen para que seas presidente…
–Bueno, pero un presidente no tiene por qué hablar de política. Mil veces fui al programa de Martita Legran, al del doctor Nelson Gástrico, del otro chico peladito de barbita… ¿cómo se llama? Víctor Hugo Inmorales…
–¿Pelado?… Debe ser Morales Solá, Mauricio…
–Ese, el de CN. Bueno, nunca tuve que hablar de política. Y vos me venís a romper los huevos con la economía, ¿a vos te parece que yo puedo hablar de economía, Dani? Yo sólo quiero que los 25 millones de dakarianos vivamos mejor.
–¿Cómo 25 millones, Mauricio? Ya somos como 40 millones.
–¿Tantos? No te puedo creer…
–La gente tiene hijos, la población crece y por eso es necesario consolidar lo bien hecho, corregir los errores e ir por más, seguir fortaleciendo el mercado interno, apostar al desarrollo… –brinca el sapo tratando de que Mauricio le dé bola.
–¿Cuarenta? Somos muchos, al final tenía razón Miguelito, se embarazan porque les pagan…
–¿Pero cómo vas a decir esa huevada, Mauricio? En todo el mundo la población crece, la gente tiene hijos, la especie humana se reproduce…
–Ufa Dani, te dije que no entiendo de economía… Me aburro. Sos más aburrido que Binner.
–¡¡¿¿¿Cómo voy a ser más aburrido que Binner???? –croa indignado el sapo.
De pronto el diálogo se corta con la rotunda irrupción del autor de esta columna y los personajes. Vienen con más bebidas que consiguieron en un after abierto las 24 horas.
–¿Y muchachos? –pregunta el señor Abramovi –: ¿se pusieron de acuerdo? ¿Cómo sigue esta zapada? ¿Quién va a cantar qué cosa?
Ambos candidatos responden al unísono: –Con él no se puede hablar. Decidan ustedes.
Fuente: El Eslabón