Foto: DIDA SAMPAIO/ESTADAO
Foto: DIDA SAMPAIO/ESTADAO.

Un breve repaso sobre lo que ocurrió desde el triunfo de Rousseff en segunda vuelta por escasa diferencia, con guarismos muy parecidos a los de Argentina, pero que en este caso favorecieron al oficialismo, y lo que queda de aquello, en pleno embate destituyente contra la mandataria.

Las elecciones presidenciales de 2014 en Brasil, en segunda vuelta, curiosamente, arrojaron guarismos prácticamente iguales a los que se dieron en Argentina hace algunas semanas… Pero al revés: Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), ganó con el 51,64 por ciento de los votos contra Aécio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que obtuvo el 48,36. En el discurso de la victoria, Dilma hizo alusión a que el pueblo no es bobo y, por ende, a una de las consignas más altisonantes en las campañas de bases y sin coordinación central que se multiplicaron por plazas del país, convocadas por las redes sociales: “¡El pueblo no es bobo, abajo la red Globo!” A continuación, lanzó un agradecimiento muy especial al Partido del Movimiento Democrático Brasileño, el PMDB de su vicepresidente Michel Temer. Pero para esa campaña de las calles, que inclinó la balanza a su favor en buena medida en esa segunda vuelta, hubo silencio.

A partir de ese momento, la presidenta prácticamente se evaporó de la vida pública durante más de un mes, y reapareció para asumir el segundo mandato con un equipo económico de clara connotación neoliberal, con el ministro Joaquim Levy ‒un Chicago Boy‒ a la cabeza, compensado en parte con algunos nombres de militantes de larga trayectoria en ministerios con presupuestos exiguos. Así comenzaba la política de ajuste, ante una militancia social y política entre el azoramiento y la bronca o la tristeza mascullada más o menos abiertamente.

Así empezó a moverse el tablero post electoral y político, salpicado de huelgas y movilizaciones contra el ajuste por parte de los sindicatos más o menos afines al proyecto político del PT, cuya centralidad en el campo popular perdura aunque tambaleante ‒hubo una huelga de docentes universitarios, por ejemplo, que paró las universidades federales durante casi tres meses‒, siempre manteniendo algún lazo de diálogo con el gobierno e intentando forzar un cambio en la política económica y la implementación del programa de campaña, que proponía precisamente todo lo contrario al ajuste en vigencia.

Del otro lado, las fuerzas situadas a la derecha, amalgamadas alrededor del PSDB, que habían propuesto el ajuste como programa de gobierno, pasaron desde el primer día post electoral a concentrarse en el cuestionamiento del resultado: primero alegando fraude, y luego optando por una estrategia cruzada que desembocara en el juicio político, acicateados incluso por los magros resultados de una economía en recesión y con un gobierno haciendo agua por casi todos sus flancos.

La estrategia para arribar al juicio político se encaramó sobre una maraña de ardides: del cuestionamiento de las cuentas de la campaña de Dilma a las llamadas “pedaleadas fiscales”, que consisten en el uso de dinero de los bancos públicos en concepto de adelanto para el pago de compromisos tales como el Bolsa Familia, el buque insignia de la política social de los gobiernos del PT desde el primer gobierno de Lula da Silva.

Y allí es donde se llega a uno de los puntos nodales del porqué del mantenimiento y la centralidad de una relación con el PT que se tensa más y más, pero sin ruptura definitiva entre los movimientos sociales y sindicales y el gobierno de Dilma.

Podría ubicarse a la herencia del lulismo, aun en su estado un tanto deshilachado de los días actuales en lo que hace a la esfera gubernamental, y a modo de parangón más o menos distante, como una medición a la argentina de esa relación de acercamiento y distancia, con aquella definición que John William Cooke hacía del peronismo por el envés, al pensarlo en función del espíritu de preservación de la oligarquía, como una amenaza real y de transformación del statu quo.

Y esto, en una compleja y diversificada formación social, polifacética y multiétnica como la brasileña, que jamás salió del todo y en todo el siglo XXI de sus atavismos patricios, aristocrático-esclavistas fundadores ‒hágase mención al menos a la era de Getúlio Vargas, que puso una cuña de derechos laborales que perduraron‒, bajo los efectos de sentido micro y macropolíticos de ese “inconsciente colonial” pulsante ‒al decir de la psicoanalista y crítica cultural Suely Rolnik‒ resulta decisivo y necesario para entender la enervante espera de definiciones en cuanto a hacia dónde se inclina la balanza de decisiones políticas de un proyecto que nació para plasmar transformaciones si no revolucionarias en el sentido clásico, sí profundas e intensas en cuanto a marcas de empoderamiento social nunca antes vividas en la historia de este país, bajo el nombre de lulismo.

Debe decirse que el proceso de juicio político de Dilma ha avanzado hasta un punto que pone en serio riesgo la continuidad de su gobierno. Esto de la mano de un chantajista profesional que se encuentra en la presidencia de la Cámara de Diputados llamado Eduardo Cunha, que allí llegó, siendo del PMDB ‒aliado del gobierno, aunque al centro-derecha, una especie de confederación de partidos regionales e intereses dispersos adueñados de la capilaridad de la máquina del Estado, siendo campeón en términos de municipios que gobierna, por ejemplo‒, increíblemente con el apoyo de la oposición del PSDB y conformando un bloque derechista-conservador. Allí confluyen los intereses más espurios: del derrocamiento del PT, hablan de “la burra lesbiana”, piden “terminar con el PT y todos los subsidios a los vagos” y “contra la corrupción” (siempre como si se tratase inocentes carmelitas descalzas, los dueños de todo durante 500 años de expoliación extractiva), y plantean las propuestas más surrealistamente fascistas en términos de cercenamiento de las subjetividades, desde el ariete del a su vez más surrealista aún “bloque evangelista”, una de las tantas transversalidades brasileñas de la representación parlamentaria, del cual Cunha es líder, a fuerza de dinero distribuido y cuentas probadas en Suiza.

¿Las propuestas? Baja de la edad de imputabilidad, extinción de las escasas figuras de aborto no sujeto a criminalización, complicación de la figura de la violación y prohibición de tratamiento de las mujeres víctimas de violencia sexual en el sistema público de salud, con eliminación de la distribución de la píldora del día siguiente, y por allí va la cosa.

Tanto es así que la vanguardia clara, explícita, orgullosa y altiva contra la patética autoridad inmoral de Cunha corre por cuenta de los movimientos feministas de las grandes ciudades, Río, San Pablo, Porto Alegre y Belo Horizonte entre ellas.

Cunha está siendo procesado en el consejo de ética de la Cámara Baja, en donde echa mano burdamente de su discrecionalidad y domina a voluntad, en sesiones que han terminado a las trompadas esta misma semana. Mientras tanto, en carácter de venganza, hace avanzar el proceso de impeachment o juicio político de Dilma.  «Y el gobierno, cuasi maniatado por los nombres que no paran de salir del “caso Petrobras”, más aún con un nuevo enemigo en sus “propias” huestes: el vicepresidente Michel Temer», que envió una carta “personal” a Dilma ‒previa distribución a la cadena Globo y todos los medios corporativos‒ prácticamente declarando la ruptura. La peculiaridad muy de las instituciones brasileñas y sus efectos de sentido coloniales: se mostraron 48 después reunidos y limando diferencias casi que apaciblemente.

Dilma parece resistir, diría que barteblyanamente, a partir de un único y obstinado valor: no hay manera de probarle un rasgo de implicación ni en las “pedaleadas”, ni en los resonantes casos de coimas y corrupción en Petrobras, ni en nada. Y resiste así, al afirmar cerrilmente que no renuncia, pero renunciando día tras día y extrañamente a hacer política, a tramar otra cosa que esto que se vive y aquí se narra. Y pensar que los avisos en el pulsar de las calles vienen desde junio de 2013.

Las definiciones políticas sobre qué pasará con ella, y con Cunha y con la vida política brasileña se dirimirán pronto en el alto termómetro del verano tropical, y mucho tendrá que ver en ello la amplia convocatoria contra el juicio político del próximo 16, convocada por el Movimiento de los Sin Tierra, el de los Sin Techo, la Central Única de Trabajadores y un gran abanico de movimientos. El partido está jugándose y no hay final previsto ni previsible.

* Psicólogo por la UNR y la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), doctor en Psicología Clínica y Subjetividades por la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC-SP). Vive hace 18 años en San Pablo.

Fuente: El Eslabón.

Más notas relacionadas
  • La universidad de la calle y la cancha

    Entre las miles de personas que defendieron las facultades públicas en las marchas o en re
  • Club de lecturas

    En el marco del Día del Libro, Argentino obsequió obras de Fontanarrosa a capitanes rivale
  • Los siete Locos

    El Marcelo Bielsa de Newell’s, Vélez, Athletic Bilbao, Leeds United, y las selecciones de
Más por Damian Kraus* (desde San Pablo)
  • Migas

    Eduardo y Jimena mastican. Sus bocas se abren y se cierran a un ritmo monótono, vacío, mec
  • A la pesca

    Yo no sé, no. La tarde de la última semana de abril estaba con una temperatura especial pa
  • Mano dura sí, pero ajuste no

    El presidente Daniel Noboa logró que se acepten las propuestas relacionadas con el combate
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Coro y orquesta para chicas y chicos de Las Flores

El proyecto lo impulsó la educadora Laura Daoulatli, lo tomó el Concejo y será una realida