El escritor santafesino Francisco Bitar publicó recientemente una nouvelle Historia oral de la cerveza, en la Colección Naranja de la Editorial Municipal de Rosario (EMR), que desde el año 2008 ofrece crónicas literarias, con cruces autobiográficos, en contextos urbanos y rurales, principalmente de la provincia de Santa Fe.
En su último trabajo, Bitar alude al origen, esplendor y caída de la industria cervecera en una ciudad que aspiró a ser mucho más que una capital hiperburocratizada y de puentes caídos. “Si fuera por el brillo de los envases, de noche, Santa Fe sería Nueva York”, comenta un personaje en las primeras páginas de un libro que se presenta como una grabación de audio del autor. Un porrón lleno, de litro, es como un faro. Los envases vacíos descansan, se apilan, se esconden en todos los lugares comunes a donde van a parar las botellas. También los autos tienen ruido de botellas. También se chupa en el baño.
Historia oral de la cerveza es una novela brevísima para leerse de un tirón. Una conversación deshilvanada y lacónica entre amigos en un patio, escenas breves de vidas anónimas, y los testimonios e impresiones de los hombres que pisaron la ciudad tras cruzar el mar. Todo se articula en esta crónica literaria y costumbrista que también, por qué no, puede leerse como un poema de largo aliento, o como un blues de Santa Fe, tristón y poco romántico. “Pobrecitos los borrachos”, repiten las voces del relato, como un mantra.
Al igual que los otros libritos de la colección –en los que publicaron la firmantense Ivana Romero; Pablo Makovsky, de San Nicolás, y la poeta oriunda de Zavalla, Diana Bellesi, entre otros autores de la región– Historia oral de la cerveza incluye fotografías tomadas por el autor, recortes de diarios (por ejemplo, la desoladora portada de El Litoral anunciando la caída del Puente Colgante, en 1983) y otros registros gráficos que documentan una ficción vivida.
Como no podía ser de otro modo, Otto Schneider, prócer y “borrachólogo” hace su aparición, mientras los borrachitos, casi anónimos, defienden el orgullo, la tradición y el ritual de iniciar a los más chicos en el paladeo de la bebida con un cívico (vaso chico de cerveza). Y al enemigo, ni justicia: “El dolor de cabeza con gusto a cerveza”, dicen sobre la marca del sabor del encuentro. Huelga decir que en Santa Fe tomar porrón no es una pose, ni publicidad de sonrisas brillantes, sino un acto cotidiano que configura todo un modo de habitar el mundo con otros, borrachos como uno y como cualquiera. “El Word corrige porrones por borrones”, advierte el narrador que escribe, habla, toma.
Columna publicada en el semanario El Eslabón Nº 239