La Solución de Agustín Alzari, escritor, investigador y editor juninense, fue publicada en 2014 por la editorial Yo soy Gilda. Es una novela de humor que combina el suspenso y el terror, situada en el microcentro rosarino, entre la costa central y sus túneles subterráneos y pasadizos secretos. La relación de poder entre un joven visionario de clase media, y la promesa de financiamiento de un extranjero adulador y fanfarrón, es el corazón de un relato casi arltiano, pero en lugar del drama oscuro por la supervivencia, se despliega una sátira sobre la relación de las nuevas generaciones con el trabajo y las generaciones precedentes.
La novela se estructura en dos relatos divididos en tiempo y espacio. La historia principal comienza en la Rosario de pleno enero, agobiante e inhóspita; y la otra, en el invierno cruel de los pirineos catalanes pero 60 años atrás. El origen aristocrático pero melodramático del catalán Albert Briñas, se cruza una y otra vez con el presente de Eduardo Almohada, el joven escritor de historietas que viviendo en un departamento interno -propiedad de su madre jubilada- sueña con editar el comic que está haciendo con su amigo el Chocado, ilustrador. Su único capital es una vieja fotoduplicadora, la Risograph. El problema es que Soluciones Gráficas tiene como único cliente al extranjero, que le habla de grandes proyectos y futuros inversionistas europeos, pero demora con todo tipo de excusas el pago de una deuda in crescendo.
El microcentro rosarino adquiere en La Solución la forma típica de un barrio que, despoblado en plena época estival, deja ver sus estructuras invisibles, sus mecanismos cotidianos y las características de los parroquianos, vecinos y comerciantes. Otro escenario recurrente es el río Paraná recortado de la costa central en las caminatas que comparte con su amigo el Chocado. Las descripciones paisajísticas, y muchos de los diálogos, ondulan entre el costumbrismo y el humor banal que irrumpe siempre con una puteada bien puesta.
Sin embargo, el pilar humorístico del relato de Alzari, es el choque cultural y generacional entre el veinteañero y el extranjero, quien de cada reunión de trabajo hace soliloquios lapidarios sobre la Argentina, un país donde las cosas se hacen mal y funcionan todavía peor. Lee Clarín y Página/12, y está obsesionado con el matrimonio Kirchner. “Joder, Eduardo, con mucho menos allá en España la habrían destituido” (…) “¡Que permisivos os volveis con los ladrones cuando son de guante blanco!”. El personaje antagonista, es quizás un valioso contrapunto de la pasión nacional por la queja, ya que sin el “oye/tu/joder”, las diatribas de Alber podrían estar en boca de cualquier hijo de vecino.
La sucesión de promesas incumplidas, el desaliento y la decepción se transforman lenta y subterráneamente en una venganza contra el catalán embustero que tendrá al lector de narices hasta el último momento. El arco de transformación del personaje principal, de sumiso y paciente a justiciero y con varios kilos de más, refuerzan el estereotipo del antihéroe, del perdedor, que tras desistir de cobrar su deuda, deviene asceta y se refugia en casa de su madre entre guisos y siestas obligadas. Será una fábula budista la última carta de Eduardo Almohada para encontrar la solución.