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Una profunda degradación se va apoderando cada vez más de la palabra en el escenario mediático hegemónico. Una causa visible es el desprecio que algunos personajes con relativa incidencia en el sentido común de una amplia franja social vienen demostrando por la veracidad de sus propios dichos. En otros términos, si lo dicho no es verdad pero apenas roza la verosimilitud, se dice sin culpa y sin costo para el emisor. La pregunta es: ¿Por qué se puede mentir con ese nivel de impunidad?

En el portal Cuba Debate, y en el marco de un informe especial denominado Manipulación y mentiras mediáticas, el periodista Diego Olivera publicó un artículo titulado La prensa privada, la desinformación y la mentira. En ese texto, reflexiona la situación actual: «Hoy la sociedad humana sufre las consecuencias de la desinformación y la mentira, la verdad ha sido deformada por intereses económicos, los centros de poder en el mundo, como son las trasnacionales, han desarrollado un gran monopolio de medios que actúan bajo un libreto predeterminado, lo que determina que el usuario del medio impreso, la TV o las agencias de prensa internacionales, sufra un bombardeo de mentiras, que generan en la mente consciente una falsa realidad».

Pero yendo al punto que explicaría la falta de costos para quien profesa la mentira como variable informativa, Olivera sostiene: «Muchas personas desconocen los verdaderos hechos, dan por sentado que los informativos de radio y TV tienen la verdad de la noticia, no logran separar el hecho objetivo del armado o tramado de una mentira, o de la deformación de cualquier suceso, ya que para estos grandes monopolios de comunicación solo es importante el enajenar la conciencia, mostrar un falso modelo de sociedad, donde una minoría condiciona a las mayorías, a través de estos mecanismos de dominación».

Sin embargo, ese abordaje no parece ser la única explicación para que determinados comunicadores o, como los mismos medios hegemónicos nombran, «formadores de opinión», usen la mentira como insumo básico de informes que, en muchos casos, ofician como verdaderas sentencias parajudiciales, en especial en el terreno de la política.

En un punto, parecería que existe un público propenso a que se le ofrezca en bandeja un determinado diagnóstico de la realidad, que incluiría un relato donde los amigos, pero en especial los enemigos, cumplen un rol en el que la verdad poco cotiza.

Relato y contrarrelato
«Había que esperar desde abril a noviembre para que el hombre hable. Cuando empezaba Lanata. Había que filmarlo, para que cierre». El que habla, el que dice, el que confiesa, al fin, es Luis Barrionuevo.

De quien habla, a quien desnuda, es Federico Elaskar. Ese tipo, junto a otro lumpen-marioneta llamado Leonardo Fariña, dijo, se desdijo y volvió a decir lo que fuera necesario según lo indicaran los intereses de quienes lo manejan.

Todo eso estaba claro. La novedad es que uno de esos crápulas salga a la luz y lo confiese. Barrionuevo, en el programa Animales sueltos, que conduce el relator de fútbol Alejandro Fantino, confesó. Y Clarín rebotó esa confesión según su particular interés: ««Yo lo tuve 5 meses a Elaskar en casa hasta que habló», dijo Barrionuevo sobre la ruta del dinero K».

¿Se entiende la dimensión de la noticia? No importa, lo que prevalece es la impunidad con que se construye otra noticia, que no es esa, es otra que la precede, aquella en la que primero Fariña y luego Elsakar afirmaron que un empresario del sur se enriqueció gracias a negocios que le habrían facilitado durante los últimos doce años Néstor y Cristina Kirchner.

Como siempre, se trata de responsables periféricos de la gran farsa montada por el poder, pero no deja de tener su valor, habida cuenta de que el asco que produce escuchar tamaña confesión no llega a empequeñecer la profunda dimensión de su contenido.

La planificación, el montaje de determinado relato, pocas veces es explicitado de la manera brutal con que lo hizo Barrionuevo, acostumbrado a ese tipo de declaraciones estridentes.

Clarín, que de esto sabe mucho, cuenta lo que pasó en ese programa: «El líder gastronómico y titular de la CGT Azul y Blanca estuvo anoche en Animales Sueltos y también disparó: «Cristina en una semana está volviendo a Comodoro Py», por la causa del dólar futuro».

El gran diario argentino prosigue con su relato de poder: ««100 por 100, de verdad», afirma Barrionuevo ante la pregunta de si cree cierto lo que declaró Elaskar sobre el entramado de «la ruta del dinero K». «¿Y por qué lo tuviste con vos Luis?», pregunta Baby Etchecopar, con algo de «miedo» por no saber con qué otra granada recibiría como respuesta. «Porque había que esperar desde abril a noviembre para que el hombre hable. Cuando empezaba Lanata. Había que filmarlo, para que cierre», respondió Barrionuevo…».

Obsérvese el lugar que le atribuyen a «la verdad» Canal América, Fantino, Clarín y Barrionuevo. Sobre quién depositan la confianza del público a la hora de saber dónde está esa «verdad». Y hasta la intensidad, calidad o graduación de tamaña «verdad».

En otras palabras, centenares de miles de personas le creen a Luis Barrionuevo, a quien no obstante no le comprarían una bicicleta usada. ¿Le creen a Barrionuevo, a Fantino, al programa, al canal, al dueño del canal? ¿O previamente creen que Cristina, el kirchnerismo, los KK, o como los llame esa gran masa, son «una manga de ladrones» y sólo esperan que alguien se lo confirme, aporte «información» que avale esa hipótesis, genere una gestualidad que refuerce ese pre juicio?

Por eso la verdad no juega un rol esencial. Por ello la mentira suele fungir como variable informativa. Por eso, tal vez, un relato que se sostiene en contenidos políticos profundos, como el que se ejerce desde el kirchnerismo, debe ser contrarrestado por otro en el que prevalecen elementos acaso más volátiles, pero muy efectivos cuando se trata de desmontar un discurso sepultándolo con hechos moralmente condenables, sintetizados en una palabra poderosa de todo poder: corrupción.

Anomalía y normalidad

En la edición del último viernes de Página 12, Washington Uranga firma un artículo titulado «Volver a la «Normalidad»». En un intento por desmenuzar el relato central del macrismo, el periodista recuerda que «desde el Gobierno repiten y se ufanan diciendo que el país está volviendo a la «normalidad». Porque todo lo realizado antes estuvo mal, los funcionarios del gobierno anterior son todos corruptos y las universidades públicas son un desastre, entre otros temas».

El macrismo postula una «pesada herencia» recibida, pero no profundiza con datos ese postulado, le pareciera suficiente, para sí y para su público, la mera enunciación de esas dos palabras. Concederle información, ejemplos, estadística o data dura parece una tarea innecesaria, incluso estéril, quizás contraproducente.

Prevalece, entonces, la consigna por sobre el concepto, el relato despojado a la narración arropada de contenido político. «Volver al mundo», en ese sentido, pasa a ser un concepto abarrotado de «normalidad», un paso «natural» que hay que dar sin necesidad de explicación alguna, porque se sostiene por sí mismo, porque lo precede el axioma de que todo lo anterior «se hizo mal» o en forma incompleta y en un sentido «contranatura».

Uranga insiste en ese plano del discurso oficial, pero agrega que su praxis se apoya en lo que siempre criticó. «La táctica incluye todos los recursos y la metodología que, a la hora de predicar «el cambio», se le atribuyó en campaña electoral al gobierno que dejó la Rosada el 10 de diciembre. A saber. Fuerte utilización de la caja del Estado nacional para doblegar la voluntad de gobernadores (y por este camino de sus legisladores); la misma medicina y amenazas de paseo por tribunales para disciplinar a los dirigentes sindicales más prominentes (admitido incluso por los periodistas guionistas del oficialismo); la utilización de una Justicia obsecuente que sabe «leer» los vaivenes del poder y, finalmente, la construcción de un relato justificativo de todas las medidas apoyado, hasta el momento, en la idea fuerte de la «pesada herencia»».

Transitar esa lógica de la contradicción no le produce costos. Por ahora ni siquiera obliga al macrismo a disimular tamaños contrasentidos, por la sola razón de que nadie dentro de su público se lo exige, como sí se le exigía al kirchnerismo desde su propio seno cuando incurría en alguna contramarcha.

Uranga sostiene que aún «admitiendo que todo gobierno necesita de un relato, hay diferencias entre el actual y el anterior. Cristina Fernández de Kirchner tiene un natural carisma de comunicadora y a ello agrega la firme decisión de concentrar en su persona tanto las decisiones como la enunciación de las políticas. Puede considerarse una virtud y un error al mismo tiempo. Macri carece absolutamente de carisma en la comunicación pero el PRO desarrolló un aparato de comunicación que articula a través de estrategias muy precisas para alinear el discurso de todos sus voceros (desde los ministros hasta funcionarios de menor rango). Sobre cada tema de agenda los funcionarios reciben instructivos respecto de lo que tienen que decir, lo que deben omitir y la manera de hacerlo. Todo se repite vía redes sociales para que los «voluntarios» del PRO lo «viralicen»».

No tener que pedir perdón

«Sí, yo lo tuve cinco meses a Elaskar conmigo, hasta que habló». Baby Echecopar miró a Barrionuevo, y le preguntó, fingiendo un coraje que la propia pregunta desmentía: «¿Y por qué lo tuviste con vos Luis?». Luis, el gastronómico, canchero, le respondió lo que ya se escribió más arriba: «Había que esperar desde abril a noviembre para que el hombre hable. Cuando empezaba Lanata. Había que filmarlo, para que cierre». ¿Para que cierre qué, Barrionuevo?, hubiese sido la pregunta pertinente. Pero enfrente estaban los mencionados Fantino, Echecopar, y otros fulanos por el estilo.

Pero se puede sobreentender. Para que cierre el relato, que se haga verosímil, y para eso se necesitaba que volviera Jorge Lanata. Que sería el garante de la verdad que pretendió instalar, e instaló, el poder.

Podría decirse que Lanata es el mismo que aseguró que Amado Boudou se subió a un avión particular con dos bolsos llenos de plata, un determinado viernes a una determinada hora, con el objeto de llevar esa guita a Carmelo, Uruguay, y allí lavar esos billetes negros de toda negrura. Pero ese viernes y a esa misma hora Boudou estaba recibiendo a Luiz Inacio Lula Da Silva, el ex presidente de Brasil, en el Senado de la Nación.

Lanata nunca sintió necesidad de pedir perdón por aquella infame mentira, tal vez porque nadie entre quienes le interesa a él tener como público jamás se lo exigió.

Algo parecido pasa con Mauricio Macri. Cuando se hizo público el escándalo de los Panama Papers, el presidente juró que la empresa off shore en la que figuraba como director, Fleg Trading LTD, «se había creado para realizar inversiones en Brasil, pero nunca se concretaron». El mandatario mintió.

Después se pudo ver que, asombrosamente, Macri pasó de negar esos dineros a reconocer que los tenía, incorporarlos en una declaración jurada en la que también aceptaba haber duplicado el valor de sus bienes en un año, luego de haber eludido hacerlo durante la campaña electoral, y para rematar, terminó desmintiendo su propia palabra, que había empeñado al prometer que dejaría en manos de un fideicomiso ciego la administración de sus bienes, instruyendo al administrador que repatríe esos capitales no declarados.

Ciegos que ven, promesas que no se cumplen, bóvedas, fortunas enterradas en las áridas tierras patagónicas que de todas maneras no se encuentran, billetes contados en una financiera cuya filmación pasa a ser la prueba de todos los males. La palabra sin valor. Lo importante dejando su lugar a lo impactante.

Una sintética crónica escrita por el periodista Pascual Serrano en 2014 aporta ciertamente a entender un poco mejor de qué va esta permanente puesta en escena:

«Cuando el Ejército israelí contabilizaba 1.650 palestinos muertos, un tercio de ellos niños, el periódico israelí The Times of Israel publicaba que las milicias de Hamas habían herido a una lechuza. El diario contaba cómo un estudiante de veterinaria se encontró al animal herido y lo llevó al parque zoológico «cuando el fuego de cohetes desde Gaza disminuyó lo suficiente». El redactor del diario lamentaba que «la pobre criatura» perdiera la visión en su ojo derecho y tuviera el pico roto». Millones de israelíes esperaban un relato de ese tipo. Necesitaban creer. Pedían a gritos algo que tapara el horror. Siempre hay alguien que usa la mentira como variable informativa. Y siempre hay alguien que la toma por verdadera.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. SCHNABEL, raul

    06/06/2016 en 22:14

    Es un material invalorable, felicitaciones. Queda para trabajar el soporte social que se ha configurado por la hegemonía narcorizante de diversos vectores culturales, entre ellos los medios masivos de las corporaciones.El desafío será descubrir qué mecanismos preparan a esas masas acríticas para receptar e incorporar a su «saber» estos relatos sin reservas como si repitieran la voz divina de los dioses.

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