“Hay que dar seguridad al pueblo, a las personas y a la propiedad privada”; “A mi primo lo mataron para robarle su móvil, la vida no vale un celular”; “Basta de arrestos domiciliarios”; “El que atropelló a mi hija tenía 2,5 grados de alcohol en sangre”; “La Justicia deja a los niños en manos de los femicidas”; “Mi marido fue acribillado de 60 balazos en su auto por 15 policías”; “Unas vecinas contrataron a un sicario para asesinar a mi suegro”; “Nadie quiere tomar el caso de mi padre, porque del otro lado está Varela, el abogado de los narcos”; “Que los jueces dejen de otorgar la libertad condicional a los asesinos”. Esas frases, entre tantas de similar tenor, se escucharon el pasado jueves frente a la sede local de gobernación, donde culminó la masiva movilización en reclamo de justicia y seguridad. Las consignas y expresiones vertidas por familiares de víctimas de diferentes tipos de violencia urbana, fueron una muestra del heterogéneo origen de las miles de historias personales que se encontraron en la concentración. Diversidad que debería ser reconocida para abordar la complejidad de la problemática y que no ingenuamente los relatos dominantes invisibilizan bajo el reduccionista concepto de la “inseguridad”.
Los artículos previos y las crónicas posteriores de los grandes medios de comunicación, al igual que el discurso hegemónico escuchado en la mayoría de las dirigencias políticas locales, coincidió en circunscribir el reclamo de la convocatoria y la movilización posterior a un “brote” o “pico” de los homicidios en circunstancias de robos. Y si bien es cierto que los más visibles voceros de la marcha fueron familiares de víctimas de asesinatos, no fue menos real la amplia participación, tanto en la movilización, como en el escenario montado frente a la gobernación, de grupos sociales cuyos deudos fallecieron a manos de la “inseguridad vehicular”, la policía, disputas territoriales entre bandas narco o femicidios.
De la composición de la masa marchante –además de que posiblemente por muchas de sus planteos podrá decirse que ciertamente se notaba atravesada por el discurso de los medios–, debería surgir una fuerte interpelación para quienes a diestra y siniestra proponen reducirla a una “protesta contra la inseguridad”. Los deseos de quienes apuestan a capitalizar esa bronca por derecha, desde la demagogia punitiva que propone bajar la imputabilidad de los menores y endurecer penas y leyes, sería saludable que sean confrontados por un propuestas claras de los sectores nacionales, populares y progresistas, que aborden la complejidad del asunto sin esquivar el bulto.
Los dolores y reclamos que unen
Desde las 19.30, horario de la concentración en los tribunales provinciales de Balcarce y Pellegrini, ya pudo verse en las escalinatas del pétreo edificio Judicial, la amplitud y variedad de los reclamos y hechos denunciados. Unidos por el dolor de haber sufrido la muerte en circunstancias violentas de una madre, un esposo, un hijo o pariente, familiares de personas asesinadas en el marco de robos compartieron lugar con las víctimas de la tragedia de calle Salta, de femicidios, de enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes, del gatillo fácil, de gente que fue atropellada caminando por la calle, entre otras cientos de microhistorias.
Además de coincidir en el sufrimiento, quienes encabezaron la movilización también confluyeron en los principales blancos de sus críticas. Jueces y Poder Judicial en general estuvieron al tope de los cuestionamientos, al igual que la Municipalidad de Rosario y el gobierno provincial. En menor medida, la queja también se dirigió hacia el Estado Nacional.
“Justicia” y “seguridad” fueron las principales consignas coreadas desde temprano en la plaza del foro. “Que los responsables de nuestros muertos vayan presos, que los jueces no sigan largando a los delincuentes por buena conducta, dándoles libertad condicional o prisión domiciliaria”, vociferó un hombre con un megáfono desde las escalinatas. “Que la intendenta (Mónica Fein) y el gobernador (Miguel Lifschitz) se pongan a trabajar”, exigió otro. “Nadie se atreva a usar la sangre de nuestros muertos, esto no es partidario, nuestra única bandera es la remera con la cara de nuestros hijos y familiares”, dijo una mujer.
En el revuelo que se armó antes del arranque de la marcha, el titular del derechista portal El último web se hizo del megáfono y ensayo una arenga contra el Partido Socialista que casi nadie oyó porque en ese momento la masa había empezado a aplaudir fuertemente y corear otra vez las principales consignas que se escucharon toda la noche.
La movilización fue multitudinaria. El equipo de El Eslabón acompañó la marcha –que partió por Pellegrini y luego dobló por Moreno hasta la plaza San Martín– de punta a punta y cuando la cabeza arribó a las 20.25 a calle Córdoba, la cola todavía no terminaba de salir de Tribunales. En un cálculo –siempre son arbitrarios–, este cronista estimó la concurrencia en no menos de 15 mil personas.
Con una mayoritaria presencia de hombres, mujeres, jóvenes y familias de clase media, la movilización fue notablemente policlasista. Tal vez quienes menos se vieron fueron vecinos de los barrios más humildes, aunque cuando comenzó a circular la palabra frente a la gobernación, muchos de los familiares de víctimas de diversos homicidios manifestaron historias que daban cuenta de ese origen.
Voces y propuestas que se bifurcan
Con el inicio de los discursos, que fueron breves y numerosos, la complejidad ya descripta se potenció. Así como se dijo que el dolor y el destino de las críticas fueron puntos de unión entre la gran mayoría de los que encabezaron la marcha, las demandas y propuestas que se escucharon desde el sonido montado sobre calle Santa Fe en muchos casos fueron discordantes o contradictorias. Pero debe destacarse que todas fueron, con más o menos entusiasmo, aplaudidas por el público.
Los familiares de víctimas de robos, en buena parte, coincidieron en reclamar el endurecimiento de las leyes y cuestionaron a distintos jueces de la ciudad, a quienes apuntaron con frases como: “dan beneficios a los delincuentes por buena conducta” o “los hacen entrar por una puerta y salir por la otra”. Hasta hubo un joven que tras afirmar que a su “padre lo mataron como un perro”, aseguró: “Yo no quiero justicia, quiero a ese tipo muerto”.
Regímenes como la “libertad condicional” y la “prisión domiciliaria” estuvieron entre los más criticados. En ese reclamo coincidieron algunos familiares de víctimas de la “inseguridad vial”, que añadieron su pedido de que este tipo de delitos “no sean excarcelables”.
“Tenemos que seguir uniéndonos, que unidos podemos. Tenemos que sacar de la comodidad de sus sillones a Lifschitz y Fein, y si no quieren trabajar, que se vayan”, dijo la hermana de Sandro Procopio, el arquitecto asesinado el año pasado también hermano de Pablo, el conocido periodista de La Capital.
“Nadie nos cuida, nadie nos da seguridad, necesitamos más policía”, dijo el hermano de una mujer asesinada, en sintonía con los parientes de los casos más recientes y resonantes ocurridos las últimas semanas, que fueron también protagonistas de la jornada.
“No se confundan cuando pedimos más seguridad, porque los mismos que deberían cuidarnos, nos pueden secuestrar, torturar, desaparecer y tirar al río”, planteó minutos después la hermana de Gerardo Pichón Escobar.
“La Justicia y los medios de comunicación son clasistas, cuando nuestros muertos son de los barrios nos invisibilizan”, se lamentó una taxista, cuyo marido también fue matado en un robo.
Por los micrófonos pasaron decenas, quizás cientos de familiares de personas que sufrieron distintos tipos de violencia urbana. Más allá de sus planteos, y la lectura crítica que se pueda hacer de ellos, las historias, de las más diversas, todas dolorosas y conmovedoras, parecían interminables.
“Somos la segunda ciudad en cantidad de casos de femicidios, y somos la ciudad con más denuncias por violencia de género del país”, indicó una mujer con relación a Rosario, que esta semana también se puso primera en el ranking de desocupación nacional, según los datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).
El crecimiento de la violencia –o el mantenimiento en Rosario y la provincia de los niveles de homicidios dolosos, muy por encima de la media nacional– y el aumento de la desocupación en los últimos meses, fue otra de las relaciones que brilló por su ausencia en las crónicas periodísticas de la semana.
Sobre el cierre de la marcha, alrededor de las 22, desde el escenario se convocó a una nueva movilización para el jueves 8 de septiembre, a la misma hora y con el mismo recorrido, “para que las autoridades respondan a los reclamos”.
Fuente: El Eslabón
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