El paso de Eduardo Jozami –ex preso político, militante de derechos humanos, abogado, escritor, periodista, docente universitario– por Rosario, con motivo de cumplirse cuarenta años de la “Carta de un escritor a la Junta Militar” de Rodolfo Walsh, trascendió los límites del homenaje ajustado a efeméride y el de la mera reseña elogiosa. Durante la charla que ofreció el 29 de marzo en el Salón “Luz y Fuerza” y que organizó el Sindicato de Prensa Rosario (SPR) –en reconocimiento también a todos los periodistas detenidos y desaparecidos–, Jozami fue reconstruyendo la trayectoria de Walsh marcando las tensiones del periodista, escritor y militante, y el modo en que estas fueron modificando su praxis. Otro tanto, ocurrió durante la conversación que mantuvo con El Eslabón. De sus dichos, surge la necesidad de volver a visitar tanto “Operación Masacre” como “Esa mujer” –y toda sus investigaciones y toda su narrativa– o seguir leyendo “la carta”, ya no solo para interpretar el pasado sino para interpelar al presente.
—¿En qué medida la dimensión de la figura de Walsh ha obstaculizado la lectura de su obra?
—Es difícil establecer cuánto la ha obstaculizado. Piglia lo señalaba más como un peligro que como algo que estuviera ocurriendo, sobre todo cuando una persona llega a tener la notoriedad que ha alcanzado Walsh y, además, una vida tan interesante como la de alguien que fue protagonista de momentos importantes de la vida política argentina y tuvo un final trágico.
Me parece que, efectivamente, hay que leer la obra de Walsh, que es muy variada, porque en vida fue muy categórico y la más de las veces muy injusto con su obra, renegando de todo lo que había escrito antes; primero, de la literatura policial; y, después, de los cuentos.
Me parece que tenemos la obligación de leer todo para entender la complejidad de la relación entre el escritor y el político; porque algunas veces se han sostenido ideas simplificadoras: que el estilo de Walsh no era de un escritor o que después se transformó en un militante político y no escribió más. No es cierto, porque lo seguía haciendo, aunque es verdad que se generó una situación crítica de mucha tensión entre las demandas de la militancia y las de la escritura; pero de ningún modo dejó de considerarse un escritor, nunca.
—De hecho, su última pieza, “La carta a la Junta Militar” es brillante como texto; y si se quiere es más escritor que militante, o se da la conjunción de ambos…
—Es la conjunción, porque “La carta…” es de las pocas situaciones en que se puede reunir en un solo acto una pieza literaria tan lograda como esa y, al mismo tiempo, un hecho político de la importancia que tuvo. Generalmente, la literatura y la política van por caminos más separados; pero todo lo que él escribía lo hacía como alguien que sabe de la importancia que tiene la forma y, en ese sentido, nunca pensó un texto político independientemente de su escritura.
—Por caso, fue autor del breve texto de la tapa del diario “Noticias” cuando murió Perón, que es una lección de precisión, de certeza…
—Sí, porque es un homenaje y no era, por supuesto, el momento para plantear las diferencias ni las críticas a Perón. Es una manera muy elegante, sobria y concisa de recordar también que había sido una vida compleja. Ese es un texto notable.
—Usted plantea “discutir con Walsh”, ¿quiénes considera que tienen esa misión: los periodistas, los estudiantes, la academia?
—Bueno, la academia no lo discutió mucho. Como he citado varias veces, pongo el caso de Saer, que escribe “El concepto de ficción”. Ese es un artículo de discusión con Walsh y no aparece mencionado, aunque todo el mundo ve que está debatiendo con él; porque seguramente, y esto es muy comprensible, los escritores de la generación de Walsh, frente a alguien que terminó su vida trágicamente y que vivía o vive rodeado de ese halo de homenaje, les resultaba difícil discutir o cuestionarlo, pero eso no es bueno. Walsh no va a ser menos importante en la vida argentina, porque de pronto se lo discuta más.
Y, justamente, si hablamos de la ficción y de su relación con la no ficción, uno puede decir que ese es uno de los aspectos más logrados de la poética de Walsh; ya que no se limitó a presentar los hechos de una manera simplista, sino que elaboró una forma muy compleja de acercamiento a la realidad.
—En ese sentido, se señala que desarrolló la “no ficción” antes de Capote y, si se quiere, de un modo particular y diferente, sin tanta floritura como podía tener la prosa de Capote o ciertos textos periodísticos de García Márquez.
—La no ficción de Walsh es una no ficción política desde el comienzo. No ocurre eso con la de Capote. Incluso, es política cuando Walsh todavía no se da cuenta de que lo es; porque en “Operación Masacre” se acerca a los fusilamientos de junio del 56 con la inquietud frente a un crimen y la actitud de un periodista que busca una noticia sensacional; pero en cuanto toma contacto con los sobrevivientes se ve que establece una relación de empatía muy fuerte; y es un camino que lo va a llevar, años después, a la incorporación al peronismo y a la militancia política.
Además, en la prosa “Operación Masacre” hay también un estilo muy despojado, que es el que corresponde como lo va a decir él después, a los “grandes temas”. En ese libro se cuentan las cosas más fuertes en un tono muy medido, sobrio, que lejos de quitarle fuerza al relato hace que los hechos mismos impongan su presencia.
—Respecto de la condición de militante, en los últimos años se abordó está cuestión del periodismo militante, pero sin un tratamiento profundo. ¿Cree que la lectura de Walsh en ese sentido le daría más densidad a la cuestión?
—Sí, el periodismo militante en los últimos años se ha simplificado un poco: la simple toma de posición en cuanto a determinadas ideas o proceso político no se puede comparar con lo que fue la vida de Walsh, que fue una asunción de responsabilidades y compromisos cada vez mayores, al menos en los últimos diez años.
A mí me parece que él es un buen ejemplo de lo que podríamos considerar periodismo militante, porque es alguien que reconoce la tensión que existe entre estos dos términos o, al menos, cómo se los suele entender. A la militancia se la asocia con la defensa de una idea de un modo categórico, no ecuánime, no analizando todas las implicancias que puede tener; y del periodismo se supone, por el contrario, una mirada menos comprometida sobre la realidad.
Lo interesante es que Walsh fue un periodista militante; porque él tiene cierto rigor profesional que no abandona, incluso en las situaciones más dramáticas y más políticas; y viceversa, a partir del momento en que se identifica con un modo de mirar la realidad, todo lo que hace es periodismo político y no por eso es menos periodismo. Pero, bueno, el término periodismo militante se usó de una manera simplista en los últimos años, porque por un lado fue la divisa de algunos con suficientes méritos o trayectorias como para reivindicarse así, probablemente no de otros; y, por otro lado, fue uno más de los aspectos en que se demonizaba al kirchnerismo, en el sentido de que era un periodismo que tendía a profundizar el enfrentamiento de los argentinos, la “grieta” y que, además, decían que periodista militante era aquel que recibía directivas del gobierno, con lo cual se entró una degradación de la discusión política, que obviamente no tiene mucho que ver con lo que puede ser la idea que Walsh tenía de eso.
Una campaña para desprestigiar el movimiento de derechos humanos
“El gobierno está empeñado en una campaña que tiende a desprestigiar al movimiento de derechos humanos, mostrando que los que sostiene las reivindicaciones que se levantan no son tan ciertas o no son tan justas”, afirma Eduardo Jozami, cuando se le consulta sobre expresiones que proceden del gobierno nacional en relación a los crímenes de la última dictadura cívico militar.
En ese sentido, amplía: “La discusión en torno al número de desaparecidos en el fondo apunta a eso y a darle cada vez más espacio a una reivindicación de lo que llaman ‘memoria completa’, que es otro modo de cuestionar la realidad del genocidio, del terrorismo de Estado y que no puede ser comparado con ninguna otra cosa que haya ocurrido en los años setenta por discutible que pueda ser”.
Fuente: El Eslabón