Yo no sé, no. El otro día, Pedro se acordaba que cuando pusimos los arcos en la canchita del barrio nos faltaba el travesaño y lo armamos con un piolín. Era la manera de terminar con la discusión de si había sido alto o si había sido gol. En ese momento, todo el mundo soñaba con ver un tiro de uno clavado en el ángulo. En la escuela, a Pedro le estaban enseñando justamente los ángulos. Empezaba a usar las hojas a cuadros y siempre lo salvaban, por lo menos para hacer el ángulo recto cuando se olvidaba la regla o la escuadra. También le enseñaron que había –aparte del recto– ángulos complementarios y suplementarios.

Y volviendo al campito, había una pica tremenda con los de barrio Triángulo, que sí tenían una cancha con arcos de madera, con travesaño y todo. Y ahí, clavarla en el ángulo de visitante era todo un sueño. Al poco tiempo, Pedro se acuerda que aparecieron distintos ángulos en la discusión política, y estaba bueno. Había quienes veían los ángulos con una visión peronista y otros un ángulo más de izquierda, pero todos contra ese ángulo chiquito que ejercía el poder en aquellos años oscuros.

También aprendió en la escuela que el ángulo visual tiene casi 180 grados, y el vertical entre 60 y 70. Ahora, dice Pedro, los medios te acotan el ángulo de la información. Inclusive para los partidos de fútbol, que ni subiéndose a un árbol –como se hacía antes para ampliar el ángulo visual– te los van a dejar ver. De repente, además, te ocultan el ángulo visual de la represión, de la gente que se queda sin laburo diariamente, y hasta de lo que presentimos: que a la Patria la están vendiendo de la forma mas cipaya.

A lo mejor, Pedro se acuerda de un poema de Spinetta: “El ángulo de la vida es una semilla. Las trabajosas hileras que nos dieron años de respiración”. Y dice que capaz que si juntamos todas esas semillas de nuevo, le damos un susto. Y que para eso hay que tener los ojos bien abiertos, bien abiertos.

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