Entre el 1 de octubre y el 6 de noviembre, 97 personas fueron asesinadas y 560 resultaron heridas en espacios públicos de EEUU por desconocidos que los eligieron al azar, como en un trágico juego de video. Sin embargo, ese país sigue siendo, para algunos, ejemplo de orden y seguridad.
Están los que gritan “Alá es grande” luego de cometer sus crímenes. Otros, en cambio, no creen en Dios y piensan que los que creen y van a la iglesia “son unos estúpidos que merecen morir”. Otros matan y luego se suicidan, y entonces se llevan el secreto de por qué mataron con ellos. Notable la diversidad de EEUU. Pero tanto unos como otros coinciden en un punto: salen a la calle a matar gente al azar. Masacran personas que no conocen. Por distintos motivos, con métodos diversos, matan personas recreando escenas de guerra, como la de las películas y las guerras reales que EEUU produce.
Y nada ni nadie puede impedir las acciones de estos asesinos, ya sean devotos de Alá, de Smith & Wesson, o de nada. Pese a que matan en el país que se considera a sí mismo una fortaleza, el paradigma de la seguridad, y un gran exportador de armas y tecnología de punta para la vigilancia y el espionaje.
Muchos consideran a EEUU un país ejemplar por sus instituciones, su sistema judicial, sus fuerzas de seguridad. Nadie duda en pedir asesoramiento a la policía de ese país. Acaso sea hora de comenzar a preguntarse si estas valoraciones tienen algún correlato con la realidad o bien son producto de la propaganda y su consiguiente efecto sobre ciertas mentes colonizadas.
También suenan, cada vez más desafinados, los cacareos de los defensores de la pena de muerte, que se aplica en algunos estados de EEUU (31 de 50 estados), entre ellos Texas. Es más: Texas es el estado que, según Amnistía Internacional, la aplicó en más oportunidades y “con discriminación, arbitrariedades, errores y crueldad”.
La evidencia indica que, en EEUU, los condenados a muerte muchas veces se van de este mundo sin saberlo. Con días de diferencia, en poco más de un mes, una seguidilla de masacres desmintió el machacón discurso de la mano dura y el anti-garantismo, que está tan en boga en el país derechoso, xenófobo, armado e intolerante de Trump. No sirvió. Ni contra las amenazas externas ni contra las internas. No brinda seguridad. No evita la violencia.
El domingo 5 de noviembre la masacre tuvo lugar en Sutherland Springs, una pequeña localidad rural de Texas, de menos de 400 habitantes, a una hora en auto de la ciudad de San Antonio. Fue en la iglesia, a la hora de la misa, al mediodía. El templo estaba lleno. Y Devin Kelley lo sabía.
Vestido de negro, con chaleco antibalas y armado con un rifle semiautomático Ruger AR-15, el hombre de 26 años irrumpió de improviso en la Primera Iglesia Baptista de Sutherland Springs (condado de Wilson) y disparó indiscriminadamente contra los asistentes. Los vecinos oyeron al menos 20 disparos. Mató a 26 personas e hirió a una veintena, según el gobernador del Estado, Greg Abbott. Los fallecidos tenían entre cinco y 72 años. Dos de los muertos fueron encontrados fuera de la parroquia; 23 dentro. La víctima mortal restante murió en un hospital. En la eucaristía participaban unas 50 personas.
En Texas todos los hombres andan armados. Es el estado de los estancieros, las grandes hebillas de los cinturones y los guapos. La frase con que recibe al visitante no es muy amable y remite a un ambiente social no muy acogedor con los extranjeros: “No se metan con Texas”.
Por eso, para un texano es una verdadera afrenta que aparezca un tipo y balee a una multitud sin que ningún hombre lo reviente a tiros. La explicación es que muchos no van armados a misa. Solo Dios está por encima de las armas en EEUU, a veces.
«Faltaron armas dentro de la iglesia»
“Si alguien de los que estaba en misa hubiera llevado un arma habría impedido que el asesino siguiera matando”, lamentó Alvino Carvajal, vecino de la zona, poco después de la masacre.
Pero apenas puso un pie fuera de la iglesia, allí sí, fuera de la jurisdicción de Dios, Kelley se encontró en la típica y pistolera Texas, donde todo el mundo anda con su rifle y su arma de puño, y fue perseguido por un vecino que le disparó con un arma larga. Kelley logró huir con su coche pero poco después fue hallado muerto en el vehículo en una carretera cercana. El sheriff Joe Tackitt indicó que se disparó él mismo. “Sabemos que sus ex suegros, o suegros, acudían de vez en cuando a la iglesia atacada. El domingo no estaban», explicó. Y horas después se supo que Kelley esperaba que su suegra estuviera allí.
El asesino fue descrito por algunos de sus excompañeros de escuela como un «marginado» que «predicaba su ateísmo» en las redes sociales. Se había alistado en la Fuerza Aérea después de culminar sus estudios, pero había sido expulsado tras ser condenado por graves hechos de maltrato familiar contra su hijo y su esposa.
La portavoz de la Fuerza Aérea de EEUU, Ann Stefanek, citada por la CBSN, confirmó que Kelley había pertenecido a dicha unidad militar entre los años 2010 y 2014, prestando sus servicios en el área de logística. Sin embargo, fue juzgado en el 2012 por cargos de agresión contra su cónyuge y su hijo (le fracturó el cráneo) y fue condenado a confinamiento por un año. En el 2014 recibió baja deshonrosa y fue despedido de la institución.
Según sus ex compañeros de escuela, solía publicar con frecuencia mensajes relacionados con su ateísmo y aunque era calificado de “extraño”, ninguno esperaba que cometiera tal atrocidad. “Siempre estaba hablando de cómo las personas que creen en Dios somos estúpidas, y trataba de predicar su ateísmo”, manifestó su ex compañera de escuela secundaria Nina Rose Nava.
Seguidilla sangrienta
El miércoles 1 de noviembre, pocas horas después del atentado terrorista en Nueva York, se produjo un tiroteo en Denver, Colorado. Un hombre de 47 años identificado como Scott Ostrem entró armado al supermercado Walmart y, con toda tranquilidad, comenzó a disparar en forma aleatoria y mató a tres personas. Luego salió del local e intentó huir de la policía en su vehículo, pero tras una breve persecución, quedó atrapado por el tránsito y fue detenido.
El martes 31 de octubre, ocho personas murieron y otras 12 resultaron heridas después de que una camioneta atropelló a peatones y ciclistas en el suroeste de Manhattan. El conductor era un hombre de 29 años que resultó herido y detenido. De los fallecidos, cinco son argentinos, todos parte de un grupo que festejaba las tres décadas de su egreso de la Escuela Politécnica de Rosario. Otro de los amigos resultó herido y está fuera de peligro. La Policía Metropolitana de Nueva York precisó que el hombre, identificado como Sayfullo Saipov, circulaba por una calle del Bajo Manhattan, cerca del lugar que ocupara el World Trade Center. El atacante subió con su vehículo a la bicisenda situada al borde del río Hudson y atropelló a varias personas. El conductor aceleró y continuó su travesía hasta chocar su vehículo alquilado contra un autobús escolar. Luego bajó de su camioneta con dos pistolas de utilería, y fue baleado y detenido por las fuerzas de seguridad.
El 1 de octubre se produjo en Las Vegas, Nevada, la mayor masacre de la historia de EEUU: 60 muertos y 527 heridos. Stephen Paddock disparó con varios fusiles contra una multitud que se hallaba asistiendo a un recital desde una habitación del piso 32 del hotel-casino Mandalay Bay.
La versión oficial, tanto en al caso de Texas como en el de Las Vegas, machaca hasta el cansancio con la idea del “lobo solitario”. A lo sumo insinúan cuestiones psiquiátricas, pero siempre individuales, nunca sociales. De esta manera, intentan desvincular lo ocurrido del contexto socio-cultural, económico y político del país que lo produce, que además lo produce de manera casi exclusiva en el mundo. Pero la verdad es que este tipo de masacres ya forman parte de una cultura, de una idiosincrasia típicamente estadounidense. Son parte de la violencia que define al Imperio estadounidense. De la violencia que el imperio siembra por todo el planeta. El sentido común dominante intenta convencernos de que estas masacres nada tienen que ver con los valores en los que se sustenta todo un andamiaje social y un sistema económico y político de EEUU. Con el flaco arbolito de lo individual se trata de tapar un enorme bosque: las masacres ocurren en el mismo país que, fuera de sus fronteras, balea a mansalva a poblaciones civiles en varios continentes. EEUU, con sus francotiradores, desata lluvia de balas sobre gente inocente en los más recónditos rincones del planeta.
Fuente: el Eslabón.