Yo no sé, no. Pedro se acordaba cuando apenas llegó al barrio que uno de los personajes que más llamaba la atención de los pibes era el cartero. Se veía venir de 3 cuadras y siempre venía con la bolsa llena, de noticias, de información y fundamentalmente de cartas. Pedro, en aquel verano, había mandado su primera carta a la piba de séptimo y esperaba ansioso una respuesta.

Eran tiempos en los que Nino Bravo cantaba Cartas amarillas. También estaban las cartas de Perón desde el exilio, la carta del Che a sus hijos, las cartas de Mao, que seguramente habrá escrito, y sobre todo la de Rodolfo Walsh a la Junta.

Había un vaguito, se acuerda Pedro, que caminaba la cancha mientras iba diciendo los nombres de los jugadores propios y los de los contrarios también, y le pusimos El cartero. Además, cada pase que daba era como una correspondencia, una misiva que te mandaba como diciendo: ahí tenés, hacelo. El tipo metía pelotas entre un montón de piernas, como hacen los carteros que llevan cartas a lugares inaccesibles. Y había otro vago que militaba en el Frente Estudiantil y que tenía como virtud conocer las calles de Fisherton, que en aquella época para nosotros era un pueblo alejado y conocíamos como mucho hasta Donado y Córdoba. Pero este sabía las alturas, te indicaba cómo llegar hasta tal calle de Saladillo o qué bondi te dejaba, y por supuesto también lo bautizamos El cartero.

Casi todas eran cartas importantes pero algunas un poco más, como las del pibe que se había ido a la colimba y le escribía a sus viejos, o los que tenían familia en otras provincias y se saludaban para las fiestas, o una postal gratificante que te llegaba desde algún lugar. Pero de repente desapareció todo, dice Pedro, y sólo quedaron esos carteros que ni parecen carteros y que sólo distribuyen boletas a pagar. Boletas de la tarjeta de crédito, de los servicios o lo peor de todo: el telegrama de despido.

Tendríamos que volver a escribir cartas, dice Pedro, a los amorcitos, a los compañeros, que vean nuestra carta y nuestra cursiva reducida, nuestra letra. Que nos convoquemos todos así asoma una gran carta abierta que se oponga a este liberalismo que va por todo. Hasta el telegrama de despido capaz que desaparece, piensa Pedro, y directamente cuando llegás a tu lugar de laburo ya no existe más.

Qué bueno sería una gran carta abierta del pueblo argentino, o por lo menos de los que estos pretenden dejarnos afuera, oponiéndonos. Y si, como dicen, el cartero llama dos veces, con esa gran carta del pueblo va a tener que golpear más de dos veces. Porque de eso se trata: de golpear, aunque sea con cartas.

Fuente: El Eslabón.

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