La primera vez que lo hizo fue en el cumpleaños de 15 de mi prima Cecilia, en el 901 de la avenida Pellegrini y Maipú. A todo orto la fiesta. El vestido debe haber costado más que mi casa, que por supuesto era alquilada, pero se comió y chupó a morir. Esa fue la primera vez que el Gogui desplegó todo su talento. El guacho se coló en todas las fotos. Ey, en todas las fotos de ese cumpleaños está el Gogui. En el 90 por ciento está mi prima, obvio, y en el 100 el Gogui. Y de ahí no paró más. Bautismos, casamientos, Bar Mitzvah, lo que fuere. El tipo se las ingeniaba para entrar y después hacía su trabajo: detectaba rápidamente al fotógrafo contratado (o pariente garroneado) y lo seguía como 3 al 7, por todos lados. Además se pasaba los fines de semana en el laguito del Parque Independencia para salir en las producciones de novias y quinceañeras aunque más no sea como un extra que pasaba justo por allá atrás, en el fondo de la imagen. Tal vez fuera de foco, pero siempre, siempre mirando a cámara.
Un par de días después de que murió bajo las ruedas de una coupé Fuego en la autopista a Santa Fe, mientras retrocedíamos por la banquina hasta una estación de servicio para ver por tele el partido que íbamos a ver en vivo si no se hubiese fundido el bondi de Bigote, fuimos a su casa con Damián, el hermano, a levantar los bártulos y a soltar las últimas lágrimas. En la pared, sobre la que descansaba el respaldar de su cama de una plaza, seguía colgado el póster de la formación de Central en un partido que le ganamos a Boca en Arroyito, una tarde en la que el Negro Palma la rompió y le cedió el gol a Lanzidei después de tirarle sendos sombreritos al boliviano Melgar y al Loco Gatti. Detrás de los 11 titulares que posaban para la eternidad, varios parados y el resto hincados, aparece el hijo de puta del Gogui, haciéndose el boludo, fuera de foco, pero mirando a cámara.