La ciudad quedó partida de un hachazo feminista: una marcha que ocupó 20 cuadras colapsó el centro e hizo visible y audible el reclamo de igualdad de derechos y de libre disposición del propio cuerpo y su sexualidad, que clamó por el fin de los femicidios y exigió al Estado la despenalización del aborto, principal causa de muerte de mujeres pobres.

De todas las edades y estratos sociales, con espíritu festivo y carnavalesco, con pintadas en sus rostros, con remeras con consignas contundentes, con algunas frases escritas en espaldas y hasta en las tetas, disfrazadas, con sombreros y pañuelos violetas, del feminismo, y verdes, del derecho al aborto. La gran murga de féminas que se lanzó a las calles de Rosario este jueves 8 de marzo no dejó títere con cabeza y marcó otra vez, con masividad nunca vista, un reclamo que truena en los oídos de todos los que quieran oír, y que ha ganado la calle como ningún otra demanda en la historia.

El movimiento feminista protagonizó una nuevo hito en su lucha. Por segundo año consecutivo, en el marco del paro de internacional mujeres del 8M, llevó adelante una larga y extensa peregrinación de más de tres horas que recorrió las principales avenidas céntricas y que concluyó con una convocatoria final en la zona del Monumento a la Bandera.

La multitud fue una marea de mujeres diversas que confluyeron desde innumerables organizaciones sociales, políticas, estudiantiles, sindicales o autoconvocadas por distintas problemáticas de género, con claras consignas en común entre las que se destacaron el reclamo de igualdad de derechos, el clamor del fin de la violencia machista y los feminicidios, los señalamientos al sistema de injusticias y discriminaciones en todos los ámbitos y el pedido unánime por la despenalización del aborto para que Estado se haga cargo y ponga fin a las altas tasas de muertes de mujeres por estas prácticas.

El epicentro inicial fue la plaza San Martín, desde las 16, transformada en un gran campamento familiar a la espera de las columnas que luego, pasadas las 18, comenzaron a marchar. El espacio público estaba completo, mientras seguían llegando más y más mujeres.

En pocos minutos, la ciudad quedó partida en dos como pocas veces o como casi nunca. Porque esa gran caravana atravesó todo el centro por el bulevar Oroño, desde Santa Fe a la avenida Pellegrini, de Pellegrini a Corrientes, de Corrientes a Santa Fe y de Santa Fe hasta Laprida, para llegar al final al escenario ubicado frente al Monumento.

Para tener una dimensión de la extensión de la movilización: a las 19, salía desde la plaza San Martín la última de las columnas por Santa Fe hacia Oroño; y en ese mismo momento, la cabeza de la marcha ya estaba en Corrientes y Pellegrini.

El colapso en el tránsito provocó que muchos colectivos y autos estuvieran varados durante largos tramos, con hileras de vehículos atascados que se alargaban cuadras y cuadras.

Las miles de mujeres, alrededor de 50 mil, casi sin presencia de varones por expreso pedido de la mayoría de las organizaciones, desfilaron con banderas, carteles, disfraces, bombos y redoblantes y con consignas que giraron en torno los principales temas que ocupan al movimiento feminista como “de camino a casa quiero ser libre no valiente”, “igual salario por igual tarea”, “se cae el patriarcado”, “yo paro pero no me quedo quieta”, “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Los carteles pintados con simples fibrones sobre cartones repetían muchas de esas demandas cotidianas y contundentes, con gran presencia de las más jóvenes, y en una especie de carnaval desfachatado y alegre, que reclamaba por la libertad de sus cuerpos, por el gozo y hasta por el orgasmo, con la presencia además de los colectivos de lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero e intersexuales (Lgbttti).

Pero también se sumaron en el camino algunos pocos provocadores. Había algunos carteles –habían colgado uno en Oroño que decía “los niños por nacer son personas”–  y en algunos tramos aparecieron gritos desubicados y algunos objetos que cayeron desde algunos balcones, que por fortuna se perdieron en la indiferencia de la multitud que gritaba, bailaba y cantaba su verdad, y que prometía no bajar los brazos ni silenciarse nunca más.

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