Yo no sé, no. Pedro el otro día se acordaba, no de la primera canchita, sino del primer arco, en el patio de la casa que tenía en Zeballos, cerca de Callao. Había un arquito del que se acordaba de un palo, que era un macetón de un gran helecho. Le gustaba porque era tan grande que no lo movían nunca. Él siempre se armaba un partido imaginario, atacando con la pelota, y quería que pegue en el palo (en el macetón sería) y entre.

Minutos antes de que lo vengan a buscar los pibes de al lado con los revólver para jugar a los cowboys, estaba entre la guerra y la paz. Entre ir a la guerra con los pibitos, a los tiros, o quedarse con ese momento de paz que te lleva a enfrentarte solo contra el arco.

Cuando se vino para acá me comenta que en la esquina había un terrenito lindo, que de pronto empezó a ser surcado por pozos, que eran los cimientos de la casa. Quedó igual un gran patio y a la hora de la siesta los pibes iban y el dilema era qué hacer, porque esos agujeros estaban lindos para usarlos como trinchera, o ir a jugar al fútbol. El dilema entre la guerra y la paz.

Eran años en los que el fútbol rosarino estaba comandado por el Gitano Juárez en Newell’s y Don Ángel en Rosario Central. Ambos habían pertenecido al otro club, pero lo habían superado. Allí ganó la paz.

Pedro se acuerda que en su juventud, yendo para el colegio –cuando se había puesto brava la mano porque habían declarado ilegal al Centro de Estudiantes– iban a volantear por la calle Montevideo y Rodríguez, y vio unos pibitos jugando un baby entre los gigantescos plátanos y la pared. Pedro dice que dejó los volantes para jugar unos minutos con los pibitos. Y otra vez aparecía el dilema entre la guerra y la paz, porque en el colegio les habían declarado la guerra las autoridades jodidas que se habían impuesto en ese momento.

También se acuerda en el 78, que en el barrio sabíamos que estábamos en una dictadura. Pero había que ganarle a Polonia, golear a Perú y había que ganar la final. Ahí estábamos, entre la guerra y la paz, sabiendo que estaba ganando la guerra, una guerra sucia y nada convencional. En el 82 escuchó por la radio, entre un penal que iba a patear Argentina y un comunicado de la dictadura por Malvinas.

Ahora que el Mundial ya terminó para nosotros y la estamos balconeando, luchando por un equipo o por otro, piensa Pedro, después del domingo estos tipos que nos declararon la guerra económica, los que gobiernan ahora, vamos a estar más full time, para zapatearle en todos los terrenos, y a lo mejor proponiéndole la paz le doblamos el brazo a estos genocidas y a esta guerra económica que nos lleva a un final tremendo.

Y me lo dice convencido, tan convencido como cuando encaraba ese arco virtual, del macetón, o cuando se iba a jugar a los cowboys, pensando que estaba entre la guerra y la paz. Se la vamos a ganar, a la guerra y a la paz, me dice Pedro, sonriendo.

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