Yo no sé no. Pedro se acordaba cuando vimos por primera vez una gran bandada de patos en la lagunita, donde en realidad eran locales los gorriones, los jilgueros, las corbatitas, las tacuaritas, algún que otro cardenal y sobre todo horneros, que aparte del líquido venían por barro y paja. Nosotros estábamos acostumbrados a los patos blancos de los dibujitos, como Donald, o negros como el Pato Lucas, pero estos eran criollos.

En esa semana, para sumarse a nuestro equipo vino un pibe al que al toque le pusimos Patito. Al principio jugaba en cualquier puesto, pero con el tiempo se afirmó en el medio campo. La visita de los patos se hacía cada vez más frecuente, tanto que uno de los pibes pensó que era una señal: De aquí en más, un paso una cagada o nos afirmamos como una bandada de aguerridos patos criollos a la que no le costara ir de visitante. Nos decían “el equipo del Patito», en tiempos en los que se decía, cerca de fin de mes: «Estoy pato, pato», cuando el bolsillo estaba vacío.

Pisando los ‘70, aparecieron (para nosotros) los jugadores con el apodo Pato. Por acá, desde Santa Fe, apareció el Pato Colman, que con la 8 en la espalda la hizo de trapo. La lagunita ya no está, de vez en cuando se ve volando alto alguna que otra bandada y jugadores con apodo Pato no sé, pero buenos con la 8 en la espalda faltan. Y desde la primera semana del mes, nuestros bolsillos están re patos. Para colmo, estos que nos gobiernan le piden ayuda a uno que se llama Donald. Habrá que esperar que aparezca la bandada de criollos y que cada paso sea una esperanza, me dice Pedro mientras mira para el lado en donde estuvo la lagunita y ese medio campo donde el Patito se hizo y nos hizo fuertes.

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