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Buenas tardes, General, acá estoy. Me dijeron que me estaba buscando… ¡Ah, era eso!… ¡Me imaginaba!… Y bien, usted dirá.
Sí, sí, tal como usted lo dice. Coincidimos punto por punto. Pero no termino de entender para qué mandó llamarme. Lo escucho.
Mmmm… Sí, en eso le doy la razón. Quizás sea un poquito terca. ¡Pero no me va a negar que generalmente tiene razón cuando se empecina!…
Sí, sí, lo entiendo. Lo que pasa es que yo estoy en un lugar donde debo escuchar todas las campanas, ¿no le parece?…
¡Ah, le dio risa!… A mí a veces también me dan risa sus ocurrencias, usted tiene sentido del humor. En cambio, ella se toma todo a pecho.
Y sí, seguramente. La formación, las experiencias de vida nos van moldeando el carácter. Sí, ya sé que usted se moldeó el carácter en el Colegio Militar. ¡Pero no le fue tan mal, le digo!… En cambio ella… ¡Qué vida de privaciones, qué vida de sacrificios!… Por suerte la Divina Providencia terminó iluminando su camino, y ahora tiene la dicha de ser la Primera Dama, con todo lo que eso significa.
Sí, General, lo comprendo perfectamente. Sé que usted es un estratega -por algo siguió la carrera que siguió- y que antes de realizar un movimiento, tiene que estudiar, mejor dicho, tiene que calcular las posibles reacciones de sus contrincantes.
Sí, por supuesto, no se trata de ajedrez sino de política. Pero, ¿sabe una cosa?… En el ajedrez, como en la política, todo es cuestión de cálculo. Absolutamente. Porque son actividades terrenales. En cambio, en la relación con Dios, no hay cálculo que valga. Allí no hay contrincantes. Allí estamos solos con nuestra propia conciencia, haciendo frente a todos los pecados y todas las debilidades que podamos sufrir. Dios es todopoderoso tanto como inmisericorde, usted lo sabe bien.
¡Sí, de acuerdo!… Ya sé que usted no me llamó para que le haga un sermón, sino para consultarme sobre ella. ¡Pero no podemos olvidar que soy el asesor espiritual de ambos!… Claro, claro, y por eso estoy aquí. Bueno, veamos lo que me quiere comentar.
Sí, lo escucho. Hmmm… Entiendo. ¿La ven seguido?… ¿Prácticamente todos los días, me dice?… ¿Y usted tiene idea de lo que hablan?… Sí, ya sé que son todos dirigentes gremiales, empezando por Espejo. Pero no creo que se reúnan para hablar de la marcha de los sindicatos, o de buscar nuevos afiliados… No, seguramente.
¿Ah, usted cree que por allí viene la cosa?… ¿Nada menos?… No, General, no es que me sorprenda. Usted sabe que la conozco bien a ella. Le digo más: le sobraría fuerza y talento para desempeñar esa función. Pero también lo entiendo a usted: no puede arriesgar la reina haciendo semejante movida. Le saldría caro, desde luego. Sin embargo… ¡No, no me malinterprete, no lo estoy desautorizando!…
Pero escúcheme un momento, por Dios Nuestro Señor. ¿Usted ha pensado lo que esto significaría para el pueblo?… ¿Lo que significaría que ella, una hija del pueblo, una de abajo, como todos ellos, llegara a lo más alto que ofrece la República, porque en el único lugar por encima que queda estará usted?… ¡Sería una obra maestra, General!… ¡Sería su obra maestra!…
Sí, General, lo entiendo perfectamente, cómo no. Pero tengo otra visión sobre el asunto. Mire, yo creo que ella tiene una dimensión divina. No, no digo que sea una santa, ni mucho menos. La santidad es otra cosa. Pero la redención, la salvación, Dios la ofreció por medio de su hijo, que supo rodearse de quiénes debía. ¿Y quiénes fueron los compañeros de Jesús?… La Sanmaritana, la Magdalena, Nicodemo, la Mujer Adúltera. Y los ladrones, los desclasados, los abandonados a la suerte divina, porque en este mundo no podían correr ninguna suerte. Hacia ellos fue Jesús. ¿Y sabe una cosa, General?…Hacia esa misma gente va ella, que no por casualidad lleva el nombre de la primera mujer de nuestra especie. Porque es madre, porque es simiente, porque es origen para todos ellos, ¿me comprende?…
Y sí, General, entiendo lo que dice. Usted le teme a su temperamento apasionado, a su fogosidad. ¿Que sería capaz de darle armas a los sindicatos y salir a enfrentar por la fuerza a la oligarquía?… ¡Por supuesto, si es nuestra Juana de Arco!… ¡Pero no debe terminar como ella, no, por Jesucristo, nuestro Dios hecho Hijo y Señor!… ¡Tenemos que cuidarla, General!…
No, para nada, no es que no nos podamos poner de acuerdo. Pero usted, que es tan racional, que actúa siempre como Napoleón, como César, como nuestro General San Martín, ve a las cosas desde el prisma exclusivo de la lógica. Y en esta vida terrenal, General, no todo es lógica. Deje eso para el ateísmo materialista, porque junto con la lógica, siempre debe ir la Fe.
¡Y claro!… La Fe mueve montañas, General, bien lo sabe. Mire, le voy a ser sincero. Yo no sé si usted podría mover montañas. Pero no me caben dudas de que ella podría. Porque tiene el fuego sagrado de los elegidos. De los ungidos por Dios. Escúcheme, General, hágame caso. Déjela andar, déjela volar por los aires. Ella ha escrito que usted es un cóndor. Su cóndor. Pero ella, General, es nuestra águila. Hágame caso, déjela volar. Deje que levante vuelo y caiga, implacable, sobre sus enemigos, que son enemigos de todos nosotros, el Pueblo de Dios. Déjela que llegue allá arriba, bien alto, y cuando nadie lo espere, se arroje velozmente sobre esta carroña humana que nos da combate. En la eterna lucha contra el Demonio, las fuerzas divinas siempre terminarán por imponerse.
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