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Yo no sé, no. Pedro se acuerda cuando al equipo llegó un negrito ruliento y recontra flaco, que en la posición de 7 se mandaba unos desborde increíbles. Hasta ese momento, los wines que teníamos, si bién eran veloces, eran pesados y les costaba frenar. Y también se acuerda de un partido especial, en una cancha “no amigable”, chica y rodeada de casillas. Tanto que una de las esquinas del córner estaba a un metro y medio de un baño y nadie se animaba a desbordar por ahí. Para colmo, el ruliento 7 que teníamos, iba a jugar sólo 45 minutos porque se tenía que ir a vender helados a Funes, por esos bordes del pueblo a los que nadie entraba. Lo cierto es que se mandó cuatro veces por esa punta, desbordando y tirando a veces el centro atrás, otras a la cabeza de algún compañero, y con esas jugadas marcamos la diferencia. Luego, en el segundo tiempo, aguantamos el resultado.
Eran tiempos de picnic, en los que algunos comunicadores pacatos advertían sobre posibles desbordes juveniles. En el barrio, pegadito a las montañitas de Vía Honda, aparecían las primeras casillas. Y también por aquellos primeros años de la década del 70, hubo un desborde lindo de los sectores populares. Fíjate cómo en el relato deportivo la palabra desborde es aceptada, dice Pedro, mientras que si salimos a la calle a defender nuestros derechos, los medios alertan que se temen posibles desbordes. Y en realidad, los que han pasado los límites democráticos, constitucionales, y en lo económico social, son ellos. Intentando achicar tanto la cancha para que entre un sólo equipo: el de ellos.
Por eso, me dice Pedro, hay que convocar a todos los jugadores que se animen a jugar estos partidos, en cancha no amigables y, en especial, a aquellos livianitos pero corajudos y eficaces a la hora del desborde. Todo eso me dice Pedro con la mirada a lo lejos, tratando de recordar el último centro del ruliento que hasta el día de hoy, le parece que con el pie de apoyo estaba pisando la raya, mientras que el otro, con la punta de la zapatilla, rozaba la cortina de aquel bañito antes de pegarle de lleno a la de cuero.