Actualmente, en Paraná asistimos al tramo final del Juicio conocido como “IPP” que hace referencia a los hechos acontecidos en el Instituto Privado de Pediatría, clínica en donde tanto el melli como yo estuvimos internados en el servicio de neonatología, allá por marzo de 1978. Es un juicio histórico; una de esas instancias bisagras en donde tenemos la oportunidad de conocer la verdad, reflexionar y juzgar a los responsables –en este caso médicos neonatólogos y pediatras– de esos acontecimientos, y acercarnos al Melli. Este proceso judicial es un producto social, histórico y político. Resultado de una lucha colectiva en la que forjaron el camino, hace más de cuarenta años, las abuelas, las madres, los organismos de derechos humanos, los sobrevivientes.

Hay dos verdades nuevas que fueron aportadas en el marco de este juicio y que no dejan de resonar en nuestra mente. Son dos imágenes que parecen ser simples detalles y que podrían pasar inadvertidas. Pero de esos detalles se llenan las historias como esta, en donde el rompecabezas se presenta abominable y donde esas notas de color se vuelven piezas claves para poder desmontar el pacto de impunidad.

La primera fue brindada por una de las enfermeras del Hospital Militar, lugar al que llevaron a nuestra mamá Raquel Negro a hacerse al menos dos controles de embarazo y en donde finalmente dio a luz a sus hijos mellizos. A sus 82 años, llegó Alicia a declarar y a jaquear el andamiaje médico corporativo: “Fue un doctor del IPP junto a un camillero con dos incubadoras el que ingresó en la Terapia intensiva del Hospital Militar para retirar a los mellicitos”… “quién había llamado para pedir el traslado fue el doctor Ferrarotti”, enunció la enfermera del Hospital Militar. Y así sin más, revelaba una de las mayores intrigas: cómo había sido la coordinación entre las dos instituciones médicas para la derivación de los pacientitos.

«Ustedes, Miguel Torrealday, David Vainstub y Jorge Rossi, son responsables de sustraer, retener y ocultar al Melli Valenzuela Negro», plantean desde Hijos Paraná y Rosario. Y reclaman: «Rompan el silencio, digan donde está el melli, tienen la posibilidad de romper su pacto de impunidad y decirnos la verdad».

La segunda imagen surge en el último tramo del juicio, de la voz del fiscal de la causa y da cuenta del final de nuestra estadía en el IPP, aquel 27 de marzo de 1978, tal como acredita el “libro de producción”, una de las pruebas documentales más importantes de la causa. Allí estamos anotados tanto el Melli, bajo el nombre NN López, como quien habla, bajo la falsa identidad de Soledad López. En ese libro, que tiene ingresados más de 2600 bebés, los únicos que provenimos del Hospital Militar somos nosotres.

Argumentó el fiscal: “Cuando un bebé sale de neo son los médicos responsables quienes dan el alta, y quienes brindan a los padres o tutores las indicaciones sobre el cuidado que debe tener ese bebé”… “si a estos bebés durante más de veinte días no vino a visitarlos nadie, ¿a quién le dieron estas indicaciones los dueños del IPP? ¿A Amelong y a Pagano?”. Esta idea recalcaba la fiscalía en su alegato y aportaba una nueva imagen concreta de lo que es la trama burocrática y médica de las altas en torno a bebés recién nacidos. Porque fue un médico del IPP quien había ido a buscar a los mellizos al Hospital Militar y quien conocía que habían nacido en cautiverio, que venían sin mamá, papá, abuelos o tíos, y ahora lo estaba entregando. Como dato de absoluta contundencia, son las mismas enfermeras las que relatan que se comentaba que eran hijos de una “subversiva”.

Cabe agregar que el 27 de marzo fue el lunes después del feriado largo de semana santa, hecho no menor si se tiene en cuenta que durante los fines de semana y feriados el personal administrativo –dedicado exclusivamente a la tarea de cobro de honorarios profesionales– no trabajaba, y que demuestra de modo fehaciente que el alta de los mellizos estuvo planificada.

Entre esas dos instantáneas del horror se suceden nuestros primeros días de vida. Desde que el médico del IPP nos introdujo en la incubadora y salimos de la órbita militar para pasar a la tutela de los cómplices civiles, hasta que los dueños del IPP –los mismos que habían abierto el servicio de Neonatología hacía pocos meses, y cumplían incansablemente las guardias de 24 horas para afrontar las deudas adquiridas–, nos entregaron a nuestros apropiadores. Y aceptaron participar del plan de apropiación y sustitución pergeñado por la dictadura para separar de sus familias de origen a los niños y niñas y “salvarlos de la enfermedad de la subversión”.

Sabemos que a mí me llevaron los represores Amelong y Pagano (La patota de Guerrieri) a las puertas del Hogar del Huérfano, ese mismo 27 de marzo cerca de la medianoche, y que me incorporé al circuito de adopciones legales, siendo adoptada de buena fe por mi familia Gullino. Del Melli hemos perdido todo rastro.

Estos puntos en tensión que dan inicio y fin de nuestro paso por el IPP ponen en evidencia la práctica médica /el saber poder/ dispuesto al servicio del robo de bebés durante la dictadura cívico militar. Demuestra claramente que el ingreso en la Neonatología privada, nuestra internación y nuestra salida solo ha podido ocurrir con el conocimiento, consentimiento y participación de los dueños del IPP. Y lo más grave es que eligen la amnesia corporativa para evitar decir a quién le entregaron el Melli. Es decir que el mellizo sigue desaparecido gracias a su pacto de silencio deliberado. Un delito que se sigue cometiendo cada día que pasa desde hace cuarenta años.

Próximos a la sentencia –con un pedido de pena por parte de la Fiscalía de 12 años para el director del IPP, Torrealday, a quien se acusa de obrar con dolo como partícipe necesario, y un pedido de pena de 9 años para Rossi y Vainstub, en carácter de partícipes secundarios–, no quedan dudas de que estamos cada vez más cerca del Melli. Gracias a este juicio, pudimos reconstruir casi minuto a minuto nuestro ingreso, pasaje y alta del Instituto. Hecho que no pudo haber sido posible sin la connivencia de sus dueños. Y que callan esa verdad porque están ¿tal vez? encubriendo a la familia apropiadora.

Sabemos que estamos cada vez más cerca del Melli, y de los más de 300 hermanos y hermanas que nos faltan abrazar. Y que no vamos a parar hasta que todo sea como lo soñamos.

*Docente universitaria, militante de Hijos Rosario e integrante de Abuelas.

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