Mientras los analistas siguen buscando definiciones para el electo presidente brasileño (neofascista, postfascista, neopinochetista) el idioma brutal de la violencia se despliega, legitimado por los votos. Se viene la reforma previsional, los recortes brutales y grandes retrocesos en todos los derechos.
Buscar una definición para caracterizar al presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, parece ser, a esta altura, un callejón sin salida y una tarea hastiante, aunque necesaria, claro. Neo-fascista. Neo-pinochetista. Post-fascista. Todas las etiquetas son parcialmente correctas, aunque tentativas e inseguras. Se ha intentado calificar lo que ocurrió en Brasil como una “dictadura electoral”, incluso. Las palabras se tendrán que ir ajustando a los hechos, a medida que Bolsonaro implemente políticas concretas una vez que asuma el gobierno.
La diferencia entre tener el gobierno y tener el poder se irá haciendo más evidente, además, y será muy significativa.
Lo que parece obvio es su autoproclamado autoritarismo. Y más que remitirlo a procesos autoritarios que se produjeron hace tantos años en otros continentes, en otros contextos (fascismo, nazismo), acaso sea tarea menos insegura, una tarea que cuenta, además, con abundantes datos de la realidad actual, señalar el autoritarismo, y la violencia (sistémica, simbólica y física) que implica el neoliberalismo en su etapa actual, la más salvaje, la que fagocita derechos y vacía de sentido las instituciones de la democracia, y nunca funciona sin la represión de la protesta social.
Como todo presidente de Brasil (le hubiese sucedido a Fernando Haddad, le sucedió a Lula) el poder de Bolsonaro es acotado. Deberá discutir y negociar cada ley con un parlamento fragmentado en decenas de partidos que van a sacar tajada de cada artículo de cada norma que el presidente intente aprobar. Y deberá negociar y ceder. Allí se verá cuán grande es la distancia entre las promesas de campaña y lo que efectivamente es capaz de hacer.
En campaña, Bolsonaro habló en nombre de Dios, y dijo que “por encima de todo está Brasil” (parafraseando un eslogan nazi), lo que podría leerse, en principio, como un gesto “nacionalista”, un término que posee cierta ambigüedad y distintas significaciones según cada particular contexto histórico. Pero en la elección de su ministro de Hacienda, que cumplirá además funciones de superministro (tendrá también a su cargo las carteras de que incluirá a las actuales carteras de Planificación e Industria y Comercio Exterior), el Chicago Boy ultraneoliberal, ajustador y privatizador serial Paulo Guedes logra desambiguar el término.
Al mejor estilo de los genocidas que formaron parte de las dictaduras latinoamericanas en décadas pasadas, el tan cacareado nacionalismo se limitaba a denunciar “el marxismo apátrida” como solían decir los militares asesinos entrenados en la Escuela de las Américas. Pero en materia de economía, estaban dispuestos a entregar todo a los intereses extranjeros, siempre que fueran de EEUU, que representaba, según la retórica perversa de los asesinos de masas, “los valores Occidentales y cristianos”.
Paradójicamente, la dictadura militar brasileña (1964-1985), igualmente asesina y genocida, en el plano de la política económica se diferenció de los planes aplicados, por ejemplo, en Argentina y Chile. No desindustrializó el país, sino que llevó adelante una política desarrollista, por solo mencionar un aspecto de un tema complejo que merece un tratamiento mucho más extenso.
Bolsonaro, con la elección de Guedes, vendría a diferenciarse de esa tradición castrense brasileña. Algunos analistas señalan que los planes neoliberales que claramente esboza por estos días el presidente electo y su ministro made in Chicago podrían tener resistencias dentro del Ejército. El modelo de Guedes es el Chile de Pinochet: la gran experiencia neoliberal en la región. Los posibles cortocircuitos con ciertos sectores castrenses es por estos días una de las tantas especulaciones que se irán disipando o confirmando con el tiempo y la gestión del presidente electo.
Las declaraciones de Bolsonaro y de Guedes ya produjeron cortocircuitos con los poderosos industriales de Brasil, uno de los sectores del establishment que lo apoyó, sin mucha convicción, como plan B, y solo porque no encontró otra alternativa viable entre los partidos tradicionales.
La apertura al mundo sin restricciones que defiende Guedes, disminuir la importancia del Mercosur y la relación con la Argentina, y la eliminación del Ministerio de Industria, Desarrollo y Comercio Exterior fueron anuncios que cayeron muy mal en la Confederación Nacional de la Industria (CNI). “Si el gobierno reduce la tarifa externa común en forma unilateral el ganador será China, que viene ocupando el mercado brasileño en toda la región”, se quejó el presidente de la CNI, Robson de Andrade, que recordó que una buena parte de las exportaciones de Brasil son con destino al Mercosur, y que Argentina es un socio comercial muy importante.
El ajuste brutal de Michel Temer, pero con votos
El plan económico que va a intentar implementar Bolsonaro no es más que la continuidad y la profundización de las medidas de ajuste y el plan de privatizaciones que aplicó, en forma incompleta y con muchas dificultades, Michel Temer. Pero el presidente saliente carece de la legitimidad que otorgan los votos. Y llegó a tener niveles de aceptación de su gestión inéditos de tan exiguos (de entre el 2 y el 3 por ciento). En este sentido, con el 55 por ciento de los votos (más de 57 millones de sufragios), Bolsonaro inicia su mandato con un capital político infinitamente mayor. La privatización de Petrobrás y Eletrobrás, así como la reforma laboral (que se hará de acuerdo al modelo pinochetista) son las grandes prioridades.
“Es la reforma más importante y la más rápida. Mientras que la privatización es lenta y a lo largo del tiempo”, dijo Guedes, que también ofrece los consabidos argumentos neoliberales para justificar la privatización de las empresas públicas.
“Eletrobrás no consigue invertir, dentro de poco va a haber un apagón en el Amazonas, en Alagoas, porque ellos no están permitiendo la privatización de esas empresas (distribuidoras de Eletrobrás)”, dijo. “Son empresas que están aparejadas políticamente, no invierten”, señaló el Chicago Boy que, según dijo, no le teme a una suba del dólar. “Si hubiese crisis especulativa, no tenemos miedo. Puede pasar y si el dólar se fuera por las nubes, va a ser excelente, porque vamos a reducir dramáticamente la deuda interna, va a acelerar nuestro ajuste fiscal”, consideró.
Persecución, violencia e intimidación
Bajo el falaz discurso de la lucha contra la inseguridad, y en medio de una cruzada contra los “rojos” y la “ideología de género” nadie está seguro en Brasil desde que ganó Bolsonaro. Militantes, integrantes del colectivo LGTBI+, mujeres y, en general, cualquier ciudadana o ciudadano que no apoye las ideas retrógradas que están cada vez más en boga, puede ser víctima de hordas de asesinos que al grito de “Bolsonaro” matan con total impunidad, ante la mirada cómplice de buena parte de la sociedad.
La prédica violenta, racista, misógina, xenófoba y homofóbica de Bolsonaro está dando sus pútridos frutos en las calles de Brasil. Y en las zonas rurales, las habituales intimidaciones a los campesinos, los sin tierra y las comunidades originarias, que siempre existieron, se incrementaron. Los ejércitos privados de los grandes hacendados, que nunca dejaron de operar, se sienten avalados, legitimados, y salen a agredir, intimidar y matar.
Comunidades indígenas de los estados de Mato Grosso do Sul (Amazonía) y Pernambuco (nordeste) sufrieron ataques armados por un grupo de personas que llegaron en camionetas y tractores. En Pernambuco, una escuela y un puesto de salud de una comunidad originaria fueron incendiados. Según el Consejo Indígena Misionero (CIMI), organismo vinculado al Episcopado brasileño, la comunidad está asustada porque las entidades públicas ya habían recibido amenazas de incendio con antelación. Los miembros de esa aldea recibieron además mensajes de advertencia de que el agua sería envenenada.
En las escuelas y Facultades se alienta a los alumnos a que filmen a los profesores que “adoctrinen” a sus alumnos. “Doctrina” e “ideología” pasaron a ser malas palabras en Brasil. El Mercosur, la educación, la diplomacia, y buena parte de todo lo que venía pasando en la sociedad es tachado como “ideológico”.
Es la gran trampa que les tienden a los votantes las nuevas formas de la derecha que, más allá de las diferencias en cada país, tienen un rasgo en común: son posiciones tan ideológicas como cualquier otra posición política (incluso más, porque llegan al fanatismo y la violencia) pero se ponen una máscara y se presentan falsamente como anti-políticas, no políticas, o como “pragmáticas, al margen de las ideologías”. Esa máscara se ponen para salir a cazar gente al grito de “¡Bolsonaro!”
Según informó Gustavo Veiga en Página 12, una joven diputada electa del partido de Bolsonaro lanzó una campaña desde Santa Catarina para que los alumnos en las universidades filmen a los profesores que los “adoctrinan”. Ella misma se encargará de recopilar las denuncias.