Entre talleres de escritura, editoriales y ciclos de lectura, surgió el proyecto Fruta y Maravilla. Apostando al financiamiento colectivo, las impulsoras aseguran que se trata de una propuesta para sostener la producción a pesar de la crisis.

Es martes a la noche y en algún rincón de la ciudad un bar explota de gente que hace malabares para pedir una cerveza mientras deja la oreja atenta a los versos de lxs poetas que desfilan por el micrófono. El público aplaude y alienta. A veces, hasta pide otra. Por el escenario pasan poetas histriónicxs, performáticxs, nerviosxs, acaloradxs. Hay personajes de la noche poética rosarina, conocidxs por varias generaciones: son poetas de ovación garantizada. También hay voces nuevas, recién llegadas, que ante la escucha atónita y encantada del público ya borracho, salen jugando y la descosen. La escena se repite cualquier día de la semana, en todas las estaciones del año. La imparable movida de la poesía local guarda espacio para todxs, en múltiples formatos.

Los engranajes de la factoría literaria

Extraordinariamente, Rosario pone en marcha cada año su enorme factoría de versos, sostenida a partir de varios engranajes: acciones individuales y colectivas, instituidas e instituyentes, tradicionales y experimentales. Sin duda, uno de sus cimientos más fuertes son las decenas de talleres y clínicas literarias que funcionan cada año en la ciudad. Un rápido mapeo de las ofertas hace aparecer nombres como Beatriz Vignoli, Pablo Colacrai, Maia Morosano, Alejandra Méndez, Tomás Boasso, Gaby de Cicco, Beatriz Actis, Marcelo Scalona, Andrea Ocampo, Javier Núñez, Rocío Muñoz Vergara y muchísimxs otrxs. La lista es interminable y se actualiza permanentemente con nuevas propuestas y apariciones. Hay espacios dedicados al cuento, la poesía, la novela, la crónica, la dramaturgia y hasta a los cruces posibles con otros lenguajes artísticos.

Estos talleres constituyen la clave más importante para la aparición de nuevas voces literarias. Allí se generan miles de textos originales: son la trinchera de la productividad colectiva, artesanal, trabajada palabra por palabra, relato por relato, en el refugio seguro de la crítica de lxs talleristxs. Desde allí (nos) suelen sacar la lengua por primera vez lxs escritorxs que, más tarde, poblarán los ciclos de la noche poética local y llenarán las páginas de libros impresos con tinta, sudor e insomnio.

La literatura rosarina fabrica productos intangibles a base de lenguaje que se comparte. Genera ideas y emociones que se distribuyen, fundamentalmente, en los encuentros. Ahí aparecen, en agenda, los ciclos de poesía, semanales, mensuales o espasmódicos, más estructurados o más espontáneos. A 4 voces, Casa Tomada, propuestas en El Círculo y la Biblioteca Argentina, el Festival Internacional de Poesía, jams con micrófono abierto, slams con competencias “ridículas y sanguinarias”, entre otras tantas reuniones, dan forma al entramado de los intercambios poéticos. Allí, una noche cualquiera, hay grandes probabilidades de cruzarse con versos e historias que te cambien la mirada o te tuercen el camino.

Buena parte de esos textos también se publica. Para eso, resulta imprescindible el esfuerzo de las editoriales autogestivas de la ciudad. Son sellos independientes que construyen una biblioteca alternativa a la hegemonía de la gran industria editorial. En las ferias editoriales independientes se pueden encontrar libros publicados, por ejemplo, por El Salmón, Ivan Rosado, Danke, Ciudad Gótica, Baltasara, Casagrande y otras tantas. Entre sus colecciones se atreven a dar el salto nuevas generaciones de escritorxs, hasta entonces inéditxs. Por suerte, también muchas librerías de la ciudad exhiben en sus vitrinas estas publicaciones. Hay autorxs rosarinxs nóveles y consagradxs entre los estantes de Paradoxa, El Halcón Maltés, Oliva, Mandrake, Mal de Archivo, Argonautas, El Juguete Rabioso, Buchín, Arde Libros y otras tantas. Y este es un dato para celebrar.

Los talleres de escritura, los ciclos y encuentros literarios, las editoriales independientes y las librerías locales son los pilares fundamentales sobre los que se sostiene, se construye y se reinventa cotidianamente la producción artística de la palabra en Rosario. Entre los versos que se fabrican y se ponen a circular hay lecturas e imaginarios políticos sobre lo que somos. Y esa poesía es, cada vez más, necesariamente diversa, feminista, no binaria, crítica, mutante, trans y disidente.

Otras apuestas para maravillarse

El proyecto Fruta y Maravilla tiene mucho de todo esto. Es una colección de libros y fanzines surgida en un taller literario (Patas de Cabra, de Maia Morosano). Las primeras en animarse a la edición son Gabriela Elissondo y Luciana Fernández, dos escritoras emergentes que andan con ganas de publicar su primer libro. Por supuesto, Gabi y Luchi ya anduvieron compartiendo lecturas por los escenarios locales, pero esta vez van por algo más grande: la impresión de sus obras en papel. A ellas se sumó la ilustradora Romina Biassoni, en busca de editar su primer fanzine.

“Creemos que el trabajo colectivo y colaborativo es de gran ayuda para poder alcanzar estas metas que de otro modo serían muy difíciles de conseguir”, explican las artistas. Por eso decidieron apostar por el financiamiento colectivo y lanzaron su propuesta a través de idea.me, un sitio que impulsa ideas creativas. “La colaboración no sólo va a permitir que se lancen estos primeros títulos sino que el proyecto siga creciendo y que otrxs autorxs puedan editar”, se entusiasman.

El libro de Gabi se titula Un limón secándose y se constituye desde lo cotidiano y sus sentimientos, construyendo imágenes poderosas. La primera obra de Luchi es Family Game, un libro donde el juego atraviesa los temas más fuertes y donde el amor es una partida en la que ganar genera polémica y desconcierto. Finalmente, Vecinas es el fanzine escrito e ilustrado por Romi. Habla de mujeres pájaro, mujeres viento, mujeres que laten, se mueven y se buscan para encontrarse. Con estos primeros títulos, Fruta y Maravilla irrumpe en la escena rosarina renovando las estrategias para que, aún en tiempos de crisis, la producción poética no se detenga. Mejor aún: para que nos impulse.

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