Rocío Muñoz Vergara nació en Sevilla, España, en 1982. Es poeta, docente, editora, gestora cultural e investigadora de Conicet, lo cual la convierte en “una hija legítima” de la Argentina, donde vive hace más de diez años. La literatura está en su vida desde que tiene memoria. “Siempre me leyeron, me contaron cuentos, me recitaron poemas”, dice. Su abuelo materno, un republicano que huyó del franquismo durante la guerra civil, era un gran recitador y contador de historias, pero la lectura física, como práctica, viene por el lado de su papá. Los Cuentos de la Selva fue uno de esos libros, entre tantos otros clásicos que leyó con él cuando era chica y desde entonces forma parte de su mundo propio. “Yo tenía una fascinación muy fuerte por la selva,por lo que Leonor Fleming en el prólogo que hace del libro de Quiroga llama «la persecución de la aspereza», por ser «intérprete de la desmesura, el exceso»”. Hoy, los cuentos del escritor uruguayo y su animalidad son tema de su tesis que realiza para el Doctorado en Literatura y Estudios Críticos de la Universidad Nacional de Rosario.
Quizás de aquel enganche de su infancia y de la fascinación y amor por los animales, la serpiente sea su favorito. Figura que a modo de talismán la acompaña en un juego de metáforas indefinido. Por ejemplo, su último libro de poesía se llama Lengua de Serpiente, y en el collar que lleva puesto se luce un dije con la figura del animal sagrado que le regaló su mamá. Además, en la sala de trabajo tiene un recitario, un cofre de madera con una serpiente en relieve adornando la tapa. A todas las Femimasa que la entrevistamos nos convidó, como ofrenda por la visita, una frase de regalo. El mismo ritual hace con sus alumnos en cada cierre de etapa, aunque ellos deben aportar nuevas citas, versos o refranes, para que el juego no se termine. Entre todas las acepciones mitológicas que tiene la serpiente, Rocío escoge la del Génesis: “Es la serpiente la primera que da la pauta de que las cosas pueden hacerse de otra manera, por lo tanto el principio del arte está en la serpiente”.
En la secundaria, Rocío ya sabía que la literatura no iba a ser solo un trabajo o una profesión, sino un modo de vida, y a los 26 años y con el título de licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla se armó el bolso y se vino sola a la Argentina. “Yo era una pendeja. Ahora no entiendo cómo hice, ni en pedo lo haría ahora”, dice entre carcajadas, y se acuerda del día en que le contó a sus padres, con el pasaje en la mano, que se venía para acá. “Nosotros somos andaluces, así que fue una cosa súper dramática, barroca. Y lloramos los tres un montón, el llanto también es algo épico, liberador. Lo recuerdo como un momento muy intenso de mi vida y por eso también lo recuerdo con mucho afecto.”
Para hablar de ella, Rocío no cuenta ningún drama personal sin su costado cómico, grotesco. En su semblante no hay solemnidad, sino un sentido del humor que profesa con mucha elegancia, y entonces, mientras se acomoda su larga cabellera negra detrás del hombro, te cuenta que cuando creyó que por fin se había recibido, luego de rendir la última materia en la Universidad de Sevilla, tiró la casa por la ventana. Hizo grandes festejos con amigos y familiares, unas mini vacaciones y fiesta de despedida incluida, porque ya tenía el pasaje rumbo a Argentina. Pero mientras esperaba el título, al que aún le faltaba ¡la firma del Rey de España! le informaron que también adeudaba algunos pocos créditos, de acuerdo al sistema de puntaje europeo. “¡Un papelón!”, dice y se agarra la cara para contarlo muerta de risa. “Me tuve que poner a estudiar como una loca para rendir un seminario antes de la fecha del vuelo, decí que me tomé todo el tiempo que pude para la joda.”
Maradona, Martin Hache y la contradicción viva
Le preguntaron tantas veces ¿por qué Argentina? que ya se armó un relato tipo muletilla, al menos para entrar en tema: los goles del Diego en el Mundial del ‘86 y el cine argentino de los ‘90, que fueron de gran inspiración durante su adolescencia, sobre todo “por ese gusto tan fuerte por la palabra, por la conversación y por la indagación en los vínculos, como por ejemplo Martín Hache”. “Pero lo cierto es que el acento, la forma de decir las cosas, esta cosa foucaultiana que tiene Argentina de que nada está dado por sentado, que cualquier cosa que se suponga como verdad tiene que ser argumentada, esa característica tan particular y tan maravillosa para mí”, destaca. Por las dudas, aclara que en Sevilla nunca tuvo amigos argentinos y que hasta no cruzar el Atlántico jamás había tomado mates ni escuchado una canción de Charly García. Mientras tanto, la poeta andaluza nos convida unos amargos que preparó con muchas hierbas y yuyitos que la chica de la dietética le va ofreciendo para variar los brebajes.
En Rosario, dicta talleres de creación literaria y para muchos del «mundillo», como ella llama al ambiente literario rosarino, es referencia de encuentro, de reunión, de celebración. Su lugar en el mundo son los bares y tiene una de las voces más potentes cuando recita poemas abriéndose paso entre el murmullo, el ruido de copas y la música de la bohemia rosarina. Además de participar de presentaciones de libros y recitales de poesía, es una de las anfitrionas del ciclo “A 4 Voces” que coordina junto a Laura Brandaza, Federico Rodríguez y Luis Alberto Steinman, su pareja desde hace cuatro años, y por el que han pasado más de 200 artistas entre poetas, músicos y escritores.
“Creo que Rosario es una ciudad con una variedad y una intensidad cultural y literaria en particular tremenda, lo pienso desde el primer dia y cada día más. Lo que en Rosario se lee y se escribe, las ganas de ir a la calle, de estar en los diferentes espacios, de construir escucha. Es tremendo lo que se hace y yo soy muy feliz, con nuestras internas, claro pero ¿qué es un mundillo sin esas internas? Un aburrimiento”, dice. Y agrega: “El problema de Rosario no es lo que pasa adentro, que para mí es genial, el problema es que no trasciende afuera y la centralidad galopante de Buenos Aires, como si fuera la meca donde todo se legitima allí, y ahí se queda”.
Sobre su rol en la gestión cultural de espacios y proyectos prefiere no hacerlo bajo el rótulo de militancia. “No me gusta la palabra militancia para esto, porque soy extremadamente respetuosa con los militantes de los partidos políticos. Me parece de un valor y un altruismo que hace que yo no quiera abrirme en el término militancia a cualquier apuesta de vida que implique a los demás, porque entonces hay un montón de cosas que son militancia”. Y planta bandera: “Yo soy peronista, cuando llegué al país nací como argentina con Néstor, y siempre donde estoy y en lo que hago soy peronista y estoy siempre que se me necesita, pero desde mi lugar de artista, de profe y de editora y no desde una militancia orgánica”.
Si resulta conveniente o no hablar de utilidad cuando tocamos temas referidos al arte y su profunda y compleja relación con la política, Rocío se para de manos, y responde: “Primero podríamos revisar qué cosa es lo útil y también por qué le tenemos tanta bronca a esa palabra. Es obvio que el arte es útil, es más útil que un papel higiénico. Y nadie se pregunta si el papel higiénico es útil. El papel sirve para limpiarse el culo y el arte sirve para dar sentido a la vida, cómo no va a ser útil. Es lo que permite que la vida se perciba como tal y es transformador, y en términos políticos me parece que es una de las mayores formas de resistencia sobre todo en esta coyuntura que estamos atravesando. ¿Por qué será que no podemos relacionar al arte con el macrismo? Porque las derechas son aplanadoras del arte, son aplanadoras de la libertad de creación, de expresión, de la posibilidad de pensar algo más allá de lo que ellos decidan, lo decretado y lo establecido, porque además lo decretado y lo establecido nunca es para todos”.
Volviendo al mundillo, al terreno, al barro mismo de la cuestión, la editora y anfitriona de uno de los espacios de lectura más convocantes de la ciudad se mete de lleno en la contienda de un año electoral reñido: “Si gana el peronismo en Rosario va a ser todo mejor. El socialismo entiende que lo que nosotros hacemos con los ciclos es algo contracultural o under y que merece una palmadita en la espalda, algo que debe ser apoyado dentro de su underidad. La cuestión es colocar eso en una centralidad porque lo que estamos haciendo es el centro de la cultura rosarina, no la periferia. Por lo tanto no me considero ni under, ni independiente, ni contracultural, esto es la cultura rosarina. Lo mismo cuando dicen que El Salmón es una editorial independiente. Que digan que las otras son multinacionales, yo soy una editorial”,
Rocío nació con un tumor y al poco tiempo, para que no creciera, debieron quitarle los ojos. Desde entonces lleva prótesis de metacrilato, y a todo lo que hace, le agrega un “Y sí, también soy ciega”. Para ella hay un par de cosas que fueron fundamentales: que sus padres insistieron para que fuera a una escuela pública y no a una especial, que en preescolar una maestra especial le enseñara el sistema braille y que su maestra de primer grado haya aprendido braille durante el verano. “Son esas dos cosas nada más, pero a mí me armó la vida. Nunca tuve inconveniente la verdad, yo creo que hay una cuestión bastante turbia y perversa en los poderes sociopolíticos en cuanto a la diferencia, ¿no? De incrementarla, y de poner trabas a situaciones que no las requieren. No pasa nada por no ver, es una boludez”.
Sobre esto, la poeta y docente, reflexiona: “Yo tuve mucha suerte. Tuve tanta suerte que hasta desconfío de qué cosa será la suerte. A lo mejor la norma es que la gente sea piola y no al revés como se cree. Mucha gente por lo general cree que todo es cualquiera y que de cuando en cuando surgen seres humanos indispensables. Y no debería ser una excepcionalidad que una maestra aprenda un sistema de braille. Si se da por sentado desde el principio de que todo el mundo está regido por la misma norma vamos mal, porque no existe una misma norma que rija a todo el mundo. No sólo en discapacidad sino por millones y millones de cuestiones que nos hacen particulares”.
La misma lengua, un nuevo lenguaje
En su adolescencia, lo primero que escribió fueron redondillas, romances, sonetos como sus maestros, los poetas clásicos españoles: García Lorca, Rubén Darío, Lope de Vega, Zorrilla, Valle Inclán, Machado, Becker. “Una de las cosas que yo quería aprender era salir de esos moldes tradicionales, necesitaba salirme de ahí, soltarla. No conservo poesía escrita en España, para mi estaba muy encorsetado. Lo que yo podía decir antes de venir a Argentina, ya estaba dicho. Y con las mismas formas de hecho. Yo creo que me vine en busca de un lenguaje nuevo, de una expresividad nueva y lo demás, como generar espacios, organizar ciclos, es una consecuencia de hacer eso con mi tiempo”.
Lo cierto es que la joven muchacha que escribía sonetos entre azahares y cantos gitanos, ya tiene publicados dos libros de poesía en Rosario, que también se leen en Sevilla. Tacuarita en 2009, por el sello Espiral Calipso, que co-dirigió junto a Maia Morosano, y Lengua de serpiente, en 2017, editado por Danke, un poemario que es un abrazo partido, un fuego vivo o una lengua bífida, como la de una serpiente, o como la que se construye de lado a lado del océano.
Será por eso también, que charlar con esta mujer que nació dos veces en dos países diferentes, mezcla de pasionaria y descamisada, sea como entrar en un torbellino que arrasa y se lleva algunas cosas por allá y las devuelve más acá. Porque ella sabe que las casualidades siempre son causa del deseo y para hablar de las vueltas de la vida, nos tira una paradoja por la cabeza: “Las cosas vuelven o no se van nunca”. Por caso, a Rosario la eligió casi como una señal del destino: había un congreso de Cultura Grecolatina, una pasión que compartía con su mejor amigo sevillano, quien emprendía en la misma época un viaje similar, pero a Florencia, Italia. “Yo necesitaba saber dónde estaba, en una ciudad en la que pudiera caminar. En Buenos Aires no entendía nada, nada. Viví un año y pico en Capital y nunca entendí nada”. También intentó ir a estudiar a Misiones pero resulta que la página web de la universidad no andaba. Lo que sí anduvo fue el amor, algunos años después, con un misionero “lo que por supuesto no será casualidad”, aclara. Con Beto están casados y viven en una casita en el macrocentro que tiene un jardín, una escalera caracol, una perrita, Blondie, y una máquina gigante que es una guillotina, en la que terminan de elaborar los libros que editan juntos. Se trata del sello El Salmón que lanzaron en 2018 y que cuenta con una política específica de publicar en tres formatos indistintamente: tinta, audiolibro y braille.
“Para nosotros la editorial también es una forma de lucha y resistencia de construcción de discursos contemporáneos y de descentralización, de ciertas legitimaciones sobre otras. Por ejemplo, la tinta como la única forma de lectura. Se vende más la tinta, obviamente y no pasa nada, pero el hecho de que sea la más demandada no quiere decir que sea la única forma de leer, ni la única forma de comercialización de libros. El braille es muy difícil encontrar en bibliotecas a menos que los busques por encargo. Además es una oferta gratuita, ¡encima que es gratis no vas a querer leer por ocio! La caridad siempre es muy jodida, muy peligrosa. Ahora que estoy mucho con Eva (Perón) y su centenario, me parece muy valioso de su parte meter el dedo en la llaga ahí. La caridad hace que se entienda que todas las cosas que no son para la mayoría tenga que venir de lo donativo, y no, déjense de joder con la caridad que eso no es justicia social.”