En Villa Banana, populoso barrio del sudoeste rosarino, las pibas ya no sólo aprenden a jugar al fútbol, ahora también realizan un curso de arbitraje y sueñan con una salida laboral.

Villa Banana es una de las zonas más castigadas de Rosario. Las políticas económicas del gobierno nacional acrecentaron las dificultades de vecinos y vecinas que históricamente padecieron la falta de oportunidades. Para afrontar esa situación, organizaciones sociales laburan en el barrio para que los pibes y las pibas encuentren espacios de contención. Uno de ellos es el taller de fútbol femenino, que funciona desde hace un buen tiempo y que ahora sumó una nueva actividad que, además de recreativa, apunta a brindarles una salida laboral a las chicas: la Escuela de Arbitraje.

“Esto arrancó a principios de 2018, con el programa Plan Abre del Nueva Oportunidad, a través del fútbol femenino”, dice Daniel Chaile, profe de Educación Física y uno de los impulsores de la movida. “Arrancamos con unas 25 chicas, aproximadamente, y este año agregamos el curso de arbitraje. Como la Rosarina y la Liga implementaron que las inferiores y los babys tengan también la participación de las nenas, apostamos a que haya árbitras mujeres, y que así tengan una salida laboral, que es el objetivo del programa”, agrega.

Lo bueno, destaca el joven de la asociación civil Balón Sur, es que “se paga muy bien y hacen falta árbitros. Es un trabajo de sábados y domingos, y en la semana te podés dedicar a estudiar, y poder sobrevivir. Están muy enganchadas y les gusta el curso”.

Iván Moreyra, de la organización Comunidad Rebelde –que también participa en el proyecto– destaca que “este es un laburo de empoderamiento muy importante” para las pibas. “Desde el fútbol las chicas han encontrado un espacio de participación, es una forma de lucha que también tiene”, añade.

Romina Salvatierra comenzó a jugar a la pelota hace apenas un par de años, y también se copó con la profesión del silbato y las tarjetas. “Es una muy linda experiencia, y me encantaría trabajar de eso y que sea un futuro para mí y para mi hijo”, desea.

Mi palabra es la ley

Foto: Manuel Costa

En el campito de Villa Banana, en el que alguna vez jugadores de Central y Newell’s reeditaron el clásico con un picado, rueda la pelota los martes, y se suman las de negro los jueves. Daniel cuenta que “el fútbol femenino empezó como algo integrativo”, para “tratar de que las chicas tengan dos horas por día para entrenar”. Y recuerda que “al principio costó ingresar al potrero de Villa Banana, porque siempre está ocupado por los chicos. Y lograr que ellos respeten el espacio para las pibas, fue un logro bárbaro”.

La cantidad de mujeres futbolistas fue creciendo tanto en el barrio, que hoy está representado por tres equipos: Defensoras de París (1 y 2) y Orgullo Rosarino. “En el curso de árbitro son 25, porque no tenemos más cupos”, indica el profe, que detalla que “la idea es hacer algo sencillo, no muy difícil, porque hay chicas que no están escolarizadas, otras no saben leer, así que se nos complica un poco”. Para gambetear esta dificultad, se las ingenia con la tecnología: “Todas saben usar el celular, así que armamos un grupo de WhatsApp, les voy mandando material y lo van viendo. Les voy dejando actividades para la semana”.

Mientras dicta el punto 5 del reglamento de FIFA, el referente de Balón Sur destaca el “entusiasmo” de sus alumnas, que “van conociendo los detalles, las posiciones del árbitro, aprendiendo la ley del offside que muchas no conocían”. Y de los entrenamientos, aclara: “Como son casi las mismas chicas las que juegan al fútbol y las que hacen el curso, la idea es que vayan rotando durante las prácticas, así juegan y dirigen todas”.

Juezas rosarinas

Romina Salvatierra nunca antes se le había animado al más popular de los deportes, ya que “de chiquita no jugaba”, según cuenta. Pero una vez que se calzó los cortos, el año pasado, le fue tomando el gustito y ahora dice que no va a parar hasta ser árbitra. “Empecé jugando con unas chicas que hacían el taller de panificación en el barrio. En una reunión que tuvimos, salió el tema de hacer un equipo de fútbol para jugar torneos libres que se hacían en el potrero, y así fue arrancando todo”, relata en diálogo con el eslabón. “Esto para mí es una muy linda experiencia, algo nuevo, porque nunca había jugado al fútbol, ya que sólo miraba partidos por la tele y los que se jugaban en el potrero. Me costó al principio, no me animaba, hasta que los chicos de las organizaciones decidieron apoyar este proyecto y me convencieron”, señala esta mujer que ya participó del torneo ATR, iniciativa de la organización popular Causa.

Foto: Manuel Costa

Molesta con ciertas decisiones arbitrales que consideró injustas, ni dudó cuando se abrió el curso que dicta Daniel. “Me interesó la idea de concurrir a la Escuela de Arbitraje, porque veo a muchos árbitros que no cobran lo que realmente es, o no quieren, y eso me enoja”, dice entre risas y broncas. “También lo pienso como una salida laboral. Me encantaría trabajar de eso y que sea un futuro para mí y para mi hijo, poder mantenerme con el arbitraje, que me paguen por eso. Quiero que sea mi trabajo desde que termine el curso”, aporta, y se ilusiona: “Cuando nos den los títulos, ya vamos a poder dirigir tanto a los chicos como a las chicas. Y como yo, hay muchas mujeres que si se proponen lo que realmente les gusta hacer, con esfuerzo lo van a lograr”.

Salvatierra, que todos los domingos se calza la camiseta de Defensoras de París en la liga de San Cayetano –que se juega en las canchitas de Pedro Lino Funes y Perón– revela que lo que más le gusta de la difícil profesión de impartir justicia en un campo de juego es “lo de interactuar con las jugadoras”. Y amplía: “Soy de hablar, de que nada se me vaya de las manos, que nada termine en discusiones fuertes, en peleas”.

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