Casi 65 años después de que la aviación naval al servicio de la oligarquía tapizó de muertos la Plaza de Mayo con sus bombas asesinas, y a casi tres cuartos de siglo de su nacimiento, las elecciones en Santa Fe, San Luis y Tierra del Fuego mostraron que el peronismo sigue vivo, para desgracia de sus enemigos.
En la bota esta vez el Frente Juntos, que llevó como candidato a Omar Perotti, debió lidiar con el antiperonismo de derecha y centroizquierda. Por un lado, Cambiemos, el macrismo en declive, por otro el Frente Progresista, Cívico y Social, con el socialismo en franca decadencia, acompañado de la Unión Cívica Radical que no se fue con Mauricio Macri y otros partidos menores.
Los cuestionamientos al peronismo desde ambas vertientes fueron casi un calco: Cambiemos y el FPCyS intentaron por todos los medios –algunos deleznables– anclar al Frente Juntos con el kirchnerismo, como si fuera la peste, y de ese modo plantear que votarlo sería volver al pasado.
El pasado, para el socialismo, tiene dos planos. El tiempo en que Santa Fe fue gobernada por el peronismo –casi 25 años–, y los doce años y medio en que el peronismo guió los destinos de la Nación.
Y tal vez uno de los errores garrafales de ese análisis es que en ese cuarto de siglo pasaron José María Vernet, Víctor Reviglio, Carlos Reutemann dos veces y Jorge Obeid otras dos. La impronta de un peronismo conservador, de los tres primeros, nada tuvo que ver con el Obeid de su segundo mandato, que fue tal vez la mejor gestión desde la recuperación de la democracia y tras la cual, paradójicamente, el socialismo llegó a la Gobernación. Mezclar ese período con el inaugurado por Néstor Kirchner en 2003 es, aún para los santafesinos más reactivos al kirchnerismo, lisa y llanamente un despropósito.
Pero ese error de diagnóstico no es el único factor que llevó a la derrota de Antonio Bonfatti. Las tres décadas que lleva el socialismo en el poder en Rosario –el bastión donde cosechó siempre los votos que le dieron la chance del salto a la Provincia– esmerilaron el glamour de una gestión apoyada en la salud pública que supo diseñar Héctor Cavallero, una propuesta cultural dedicada a los sectores medio altos, y una política de asistencialismo en los barrios que quedaban afuera de esa Barcelona con que se quiso parangonar a la ex Chicago argentina.
La bota santafesina es mucho más compleja que los barrios de Rosario, y para colmo el socialismo comenzó a construir su Talón de Aquiles en las barriadas vulnerables y marginadas de la principal ciudad de la Provincia, por el absoluto desmanejo de la seguridad y, principalmente, de los delitos complejos, como el narcotráfico y el lavado de dinero producto de esa actividad.
En 2007, Hermes Binner instrumentó una política que terminaría regando con sangre los barrios rosarinos, al delegar en la Policía el poder de negociación con las bandas narco, a partir de una tesis tan osada como peligrosa: dejar que se mataran entre ellas y que la fuerza de seguridad negociara o combatiera con la que prevaleciese. Los resultados están a la vista, y las víctimas son los habitantes de las ciudades más importantes de Santa Fe, adonde se exportó esa lógica que deja desamparadas de Estado a las grandes mayorías.
Cada uno con su campaña
Se ponderó en la última edición del semanario El Eslabón: las campañas, las iniciativas y el núcleo duro de los discursos estuvieron, como era previsible, directamente relacionados con el rol que los principales candidatos a gobernador venían desempeñando.
Bonfatti no anunció nuevos proyectos, apenas trató de consolidar lo que presumía eran las fortalezas del Frente Progresista, Cívico y Social desde que gobierna Santa Fe, y puso su énfasis en la continuidad y profundización de la salud pública, que no mejoró sustancialmente, la gestión cultural, que se fue desdibujando a golpe de ajustes presupuestarios y de falta de ideas innovadoras.
La última gestión de Obeid había logrado empardar y hasta superar las políticas culturales del socialismo, y lo demostró durante el desarrollo del Congreso de la Lengua en 2004, y con la restauración de un espacio del horror como fue la ex Jefatura de Policía en una Plaza Cívica que era llenada semana tras semana con espectáculos para todas y todos.
Binner desmanteló todo eso, volvió a cerrar las puertas de ese espacio que había sido abierto de la mano de los organismos de DDHH, los gremios y los movimientos sociales. La Plaza Cívica se transformó en una playa de estacionamiento.
Bonfatti pensó que la relación con los empleados públicos, tras haber completado la tarea de Obeid de comenzar a titularizar a miles de docentes y trabajadores de todas las áreas del Estado, le alcanzaría para mantener un piso electoral que le permitiera volver a la Casa Gris, pero fue evidente que los gremios lo interpelaron a partir de los retrocesos que la administración de Miguel Lifschitz generaron, de la mano de una mirada condescendiente hacia las políticas de ajuste del macrismo.
Por su parte, José Corral no pasó de la diatriba contra las políticas del socialismo en torno del delito y la seguridad pública, sin aportar siquiera una propuesta concreta que fuera superadora de lo que, a todas luces, desde 2007 fue la pata floja del oficialismo.
Perotti interpeló al votante desde su perfil productivista y su inclinación a delegar en sus equipos técnicos sus políticas, algo que le dio excelentes resultados en la ciudad que lo hizo intendente por tres veces. Más peronismo que eso es impensable en una provincia conservadora, gringa y desconfiada.
El rafaelino planteó dos proyectos que influyen en la economía real, y eso es difícil de contrarrestar. El programa de Boleto Educativo Gratuito impacta en casi un millón y medio de santafesinas y santafesinos, estudiantes de todos los niveles, docentes y no docentes.
Las implicancias socioeconómicas que devienen de esa iniciativa deben leerse en el ahorro que representará en las economías familiares. Pero, además, la inversión del Estado realmente hace pensar por qué el socialismo no lo hizo: el sistema le cuesta a las arcas públicas sólo el 0,5 por ciento del Presupuesto, y es evidente que pasa de un sistema que subsidia a las empresas de transporte o bien deben ser estatizadas, a un modelo que subsidia al usuario. El concejal Eduardo Toniolli no dudó en calificarlo de “revolucionario”, y no exageró en absoluto.
La segunda iniciativa, el Programa Primer Empleo, también viene a sacudir la modorra de un Estado al que ya no le alcanza con acompañar los conflictos que genera el modelo en términos de cierres de fábricas y comercios con la consiguiente desocupación: el proyecto contempla un aporte estatal del 50 por ciento de la beca laboral, que el empleador deberá completar aportando la otra mitad.
Pero además de involucrar a los jóvenes de 18 a 35 años –la población más necesitada de incorporarse al mercado laboral–, incluye quienes perdieron el empleo y tienen más de 45 años, un segmento en el que hasta ahora nadie ha reparado y queda afuera de la demanda si se lo deja en manos del mercado.
En tiempos en que el macrismo pasó con una aplanadora por sobre la producción, el empleo y la educación, no resulta extraño que Perotti haya concitado las voluntades necesarias para ganar la Gobernación con tales consensos y programas.
El costo de apostar al chiquero electoral
Otro aspecto a analizar fue el desarrollo –en el último tramo de la campaña– de una verdadera guerra de guerrilla en las redes por parte del socialismo, que no fue replicada por el peronismo, salvo los marginales de siempre, que insistieron en vincular al partido de la rosa con el narcotráfico.
Conscientes de que uno de los segmentos donde debería escarbar para quitarle votos a Perotti era el de aquellos que acompañaron a María Eugenia Bielsa en las Paso pero que eran reactivos a sufragar por el rafaelino, primero se echaron a rodar versiones de que el candidato peronista seguiría los pasos de Miguel Pichetto, operaron sobre los colores de las piezas de campaña para relacionarlo con el voto “provida”, y en los últimos días derraparon definitivamente.
A algún gurú del socialismo se le ocurrió que tapizar el centro de Rosario con las imágenes de ladrones condenados, como Ricardo Jaime y José López, con los de conocidos presos políticos como Amado Boudou, Julio De Vido y Luis D’Elía, con la foto de Perotti, y toda esa cochinada apoyada sobre la boleta del Frente Juntos, donde se veían los nombres de Toniolli, Leandro Busatto, Alejandra Rodenas y Roberto Sukerman, iba a sumar votos y adhesiones. Los números de este domingo son una cachetada a esos estrategas de la inmundicia, y sería bueno que la dirigencia socialista tome nota de de ello, porque no es la primera vez que lo hace.
Más honorable fue el trabajo de zapa que se hizo con aquellos sectores progresistas que dicen ser adherentes incondicionales de Cristina Fernández de Kirchner, pero en Rosario o la provincia eligen a socialistas. Sin embargo, fue notorio el trabajo de la militancia peronista, que contrarrestó ese embate apelando a lo que representan las construcciones colectivas por sobre el individualismo y las percepciones aisladas en tono de la representatividad.
Alguien que detectó a pocos días de los comicios que la clave estaba en dar la batalla poniendo el foco en los votantes de Bielsa fue la consultora eQuis, de Artemio López, que en un amplio relevamiento detectó que la fuga de votos de quienes habían optado por Encuentro por Santa Fe podía llegar a un 25 por ciento.
Es innegable que ese margen se achicó, y que Perotti evitó que se produjera una sangría que le hubiera costado la Gobernación.
En síntesis, de 2007 a esta parte las políticas del socialismo y sus aliados radicales fueron un fracaso en términos del combate al narcotráfico a gran escala y dejaron a la ciudadanía a expensas del crimen organizado. No supieron o no quisieron entender los alcances de las políticas inclusivas del kirchnerismo, considerando a éste como un competidor, y habida cuenta de que no pudo superarlo con programas propios, terminó teniendo mejor relación con el macrismo.
Cabe destacar, sin embargo, que Miguel Lifschitz, el articulador tanto del combate al peronismo kirchnerista como de esa proximidad al esquema de Macri, fue el único ganador socialista en las grandes ligas. Pero para su infortunio, la derrota de Bonfatti le impide viajar esta semana a Buenos Aires a reclamarle a Roberto Lavagna que repiense su fórmula y lo unja como su candidato a vice. Al fin y al cabo, un gobernador de una provincia con 200 mil electores se ganó ese lugar, que el mandatario saliente de Santa Fe soñó para sí.
El socialismo nunca había llegado a gobernar una provincia hasta 2007. Doce años después, ya sabe, también por primera vez, lo que es entregarle el gobierno a un adversario. Siempre es bueno saber que el poder no es eterno.