Para afianzar los ejes de la llamada “Revolución educativa”, una de las primeras medidas que promocionó el ex ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, fue la firma de un pacto con los titulares de las carteras educativas de todo el país.

Aquel acuerdo, que se promovió asentado en el federalismo, se concretó el 12 de febrero de 2016 en Jujuy. Hasta allí se llegaron las ministras y ministros de todo el país, y convinieron puntos básicos para la educación pública. Una foto conjunta selló la Declaración de Purmamarca. “Creemos necesario afianzar las bases de una revolución educativa cuyo vértice es la escuela, donde se gesta el futuro del futuro”, quedó escrito en ese pacto.

También marcaban el compromiso de alcanzar una educación de calidad, y para eso definían ciertos principios que funcionarían como pilares para las políticas educativas. Lo que siguió y quedó de ese documento no hay que imaginarlo, hay que mirar qué ha pasado en estos casi cuatro años de gobierno de Cambiemos en materia educativa.

Entre los acuerdos básicos de la Declaración de Purmamarca –por ejemplo- estaban los de “promover la educación y el conocimiento como un bien público y un derecho personal y social que deben ser garantizados por el Estado, acorde a lo establecido por las leyes nacionales vigentes”. Además de “sostener la inversión educativa establecida en el 6% del PBI” y “avanzar en la obligatoriedad de todo el nivel inicial a partir de los tres años de edad, convencidos de que para obtener mayores logros educativos debemos profundizar el fortalecimiento a la atención integral de la primera infancia. Para ello el Ministerio de Educación y Deportes de la Nación se compromete a construir jardines de infantes en todo el territorio de la República Argentina”. Y siguen los anuncios, las promesas.

Ni se cumplió con las leyes de educación vigentes, ni con sostener el 6% del PBI en inversión educativa (todo lo contrario se estima que cayó casi un punto esa inversión), no se avanzó en la cobertura del nivel inicial y menos se construyeron los jardines de infantes. Además de que el Ministerio de Educación de la Nación se desentendió del federalismo educativo que había proclamado en campaña.

La fragmentación del país, la división entre “provincias ricas” y “provincias pobres” volvió a ser el rasgo común, igual que en los años noventa.

Hacia el final del texto, los firmantes señalan que aquella reunión se realiza “a los fines de acordar los pilares precedentemente mencionados –de la declaración- con el propósito de que todos los niños, niñas, jóvenes, adolescentes y adultos de nuestra patria, independientemente de su procedencia social, económica, cultural o de nacimiento alcancen una educación de calidad que les permita contar con las herramientas necesarias para garantizar su autonomía, construir su futuro y contribuir al crecimiento de nuestra sociedad”.

Tampoco se cumplieron con esos “pilares”. La falta de inversión, la fragmentación educativa y de recursos tienen su cara más en las escuelas convertidas –también como en los noventa- en comedores escolares y lugares de contención de niñas y niños.

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