El más grande futbolista de todos los tiempos vuelve a Rosario, esta vez como DT de Gimnasia. Jorge Priotti, que compartió aquel equipo de la Lepra con el 10, recuerda esos meses mágicos.

Cuando se confirmó que Diego Armando Maradona retornaba al fútbol argentino, esta vez enfrascado en el buzo de entrenador del Lobo platense, lo primero que hicieron los hinchas de Newell’s ( y de todos los clubes del país, en realidad), fue fijarse en el fixture en qué fecha se enfrentaban el equipo de sus amores y el Tripero. Y empezaron a preparar la bienvenida para el 10, que aunque jugó poco con la camiseta rojinegra, se ganó un lugar en la historia del club del Parque de la Independencia, a tal punto que una de las tribunas del estadio lleva su nombre y miles de simpatizantes llevan su rostro o su firma tatuados en la piel. 

Jorge Priotti, uno de los privilegiados que se dio el gusto de jugar al lado del Pelusa en su estadía rosarina, asegura emocionado que se acordará hasta el día de su muerte de aquella gloriosa época. “Si hubiese entrado un plato volador al vestuario nos hubiera sorprendido menos que Diego haya abierto esa puerta”, asegura en diálogo con el eslabón.

La primavera newellista 

Era el 10 de octubre de 1993 cuando Maradona se calzó la rojinegra por primera vez en un partido oficial. El rival fue Independiente y el encuentro se disputó en Avellaneda. El Gringo Priotti era parte de ese plantel, pero para compartir el verde césped con el hoy entrenador tripero debió esperar al duelo de la 11ª fecha del Apertura ’93 –disputado el 21 de noviembre– cuando la Lepra enfrentó a Belgrano, en Córdoba. “Fue una locura, porque yo era pibe, tenía 18 ó 19 años. Se rumoreaba en los pasillos que iba a llegar alguien, el Indio (Jorge Solari, por entonces técnico de Newell’s) decía que iba a traer «un jugadorcito», chicaneaba con eso”. Así rememora cómo comenzó esta historia el ex jugador y ahora ayudante de campo del cuerpo técnico que lidera Lucas Bernardi. Y sigue: “Como nosotros éramos muy chicos, y no teníamos acceso a la información que tenían por ejemplo el Tata (Gerardo Martino) o el Chocho (Juan Manuel Llop), nos quedábamos sólo con lo que nos decía el Indio. Y no sabíamos si hablaba en serio o en joda”.

Ilustración: Facundo Vitiello

Pero con el tiempo la cosa fue tomando forma, y de repente el plantel rojinegro tuvo ante sí al más grande futbolista de todos los tiempos. “Cuando faltó poquito, y empezó a trascender seriamente la posibilidad que venga Diego a Newell’s, de ser compañeros, imaginate el estado de ansiedad que nos generó a todos los que estábamos ahí”.

Habían pasado casi 9 años de la última vez que el crack del Nápoles y campeón del mundo con la Selección Argentina había defendido los colores de un club del fútbol argentino.

He visto a Maradona

Tal como en su relato –en cuartos de final del Mundial de México, ante Inglaterra– Víctor Hugo Morales definió al Diego como “barrilete cósmico” después de haber enarbolado la más maravillosa jugada que el ojo humano pudo ver en este deporte, por el cuerpo de este ex volante, con pasado en Estudiantes y Unión, recorrió una sensación similar cuando ante sí vio atravesar por la puerta del vestuario la figura de D10S. “Cuando entró, recuerdo el silencio que se hizo. Si hubiese entrado un plato volador al vestuario, nos hubiera sorprendido menos que Diego haya abierto esa puerta”, asegura.

El nacido en la pequeña localidad de Cafferata, jura que cada instante que pasó al lado de Maradona lo recordará por el resto de sus días. “Me acuerdo de todo. Yo me cuido, y si Dios quiere, voy a vivir 80 años, y hasta el último día de mi vida me voy a acordar de ese momento”, dice. Y arranca con los detalles: “Ese día de entrenamiento era debajo de la tribuna. El vestuario estaba enfrente al hipódromo, se abrió la puerta y entró él (te lo estoy contando y lo estoy viviendo). Tenía puesto una camisa de esas que usaba él, que tenía algo de celeste, algo de amarillo, algo de blanco y bordó. Creo que tenía un pantalón de color turquesa o algo por el estilo. Y me acuerdo que tenía un saco también”.

Jorge, que también compartió cancha con el ex Boca, Nápoles y Barça cuando ingresó en el segundo tiempo de los partidos ante Gimnasia y el Xeneize –en ambos reemplazando a Martino– añade: “Cuando el tipo aparece en el vestuario, dentro de la capacidad que tiene uno para imaginar cosas, nunca en la re puta vida uno como futbolista se hubiese imaginado que iba a tener semejante chance de ser compañero del mejor de todos”. Y recuerda las primeras palabras de ese momento único: “El que salió al cruce para romper el hielo de ese silencio fue el Chocho, que lo abrazó, y lo primero que le salió decir fue «¿qué hacés corto?» y le dio un abrazo. Fue el primero que interactuó con él. Y después de un silencio, en el que Diego habrá pensado: «qué les pasa a todos estos», yo me quedé tieso. No podía creer que lo que se rumoreaba, realmente se había concretado”.

El arribo de Maradona al Parque Independencia, con apenas cinco partidos jugados, no logró colmar las expectativas puestas en él desde lo futbolístico, pero ni al hincha leproso, ni mucho menos a Jorge Priotti, se les borrará el recuerdo de que el crack que nos hizo llorar de felicidad y de tristeza en los mundiales del 86, 90 y 94, pasó por el club de sus amores. “Fue poco el tiempo que estuvo en Newell’s, pero dentro de la edad que uno tenía y de la inexperiencia, uno trataba de disfrutar todo el momento, de verlo entrenar, pegándole a la pelota, estamos hablando de alguien que jugaba a otra cosa”, afirma aún asombrado.

No me peguen, soy el Diego

“Con Maradona, hacé de cuenta que jugábamos con un diamante. Todos tratábamos de no lastimarlo”, responde el ex mediocampista, al hablar sobre las veces que le tocó enfrentarlo en las prácticas. “Sí, me tocó marcarlo, porque siempre teníamos que hacer algún trabajo de fútbol, un reducido. Pero en esa época, nosotros, los jóvenes, le teníamos un respeto a los más grandes que en estos tiempos se ha perdido”.

Claro que si quitarle una pelota al Pelusa era difícil en condiciones normales, con las precauciones que existían en los entrenamientos de aquella época, la cuestión pasaba a resultar casi imposible. “En una pelota dividida, levantábamos la pata. Tirarle un caño a uno más grande –cosa que a mí no me nacía, pero a algunos muchachos sí–, con él no ocurría”, explica. 

“Diego tenía una particularidad para vendarse. Nadie se vendaba como Diego”. Hasta en eso era distinto, según su ex compañero de equipo. “Para cada entrenamiento usaba unas vendas que se adhieren al tobillo y que te lo sujetan de alguna manera diferente a una venda normal. Te comprime tanto el tobillo ese vendaje, que es adhesivo, que para sacarlo después tenés que cortarlo. Recuerdo que incluso lo ayudaban el médico o el kinesiólogo con una tijera. Usaba esas vendas y sin medias, quiero decir que los dedos de los pies tenían contacto directo con los Borussia (los botines Puma) que usaba”, dice incrédulo Priotti, y se entusiasma: “No me preguntés cómo no se ampollaba el flaco, pero entrenaba en esas condiciones. Y con los cordones de los botines desatados, siempre. Igual le pegaba de puta madre. Estamos hablando de un extraterrestre”.

Antes de despedirse, y ya denotando en la voz esa emoción que sólo la mención del apellido Maradona puede provocar, Jorge concluye: “Algunos nos quedábamos en los entrenamientos hasta el final sólo para mirar lo que hacía Diego. Nos poníamos como compañeros, pero también como cholulos. Y de repente el tipo se paraba fuera del área y jugaba a pegarle al travesaño. Y pateaba una, dos, tres veces, y siempre pum, al travesaño. Nosotros nos mirábamos entre nosotros y no la podíamos creer. Porque te pueden salir algunas de casualidad, pero el flaco le pegaba 7 u 8 veces consecutivas, cosa que yo no hubiese podido hacer ni que hubiese vivido 10 vidas”.

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