El rol del mandatario electo en la salida de Evo Morales sano y salvo de Bolivia fue determinante, y el eje México-Argentina tiende a consolidarse. Será necesario, ante un escenario en el que la oposición puede apelar incluso a una asonada.

La cañonera que sacó de Bolivia al derrocado presidente aymara la gestionó Alberto Fernández. Antes de asumir ya gobierna y salva a valiosos compañeros de ruta, poniendo de relieve el patético papel de Mauricio Macri, más preocupado por borrar las huellas de sus negociados que por gobernar la transición.

Los puntos de contacto entre el golpe gorila de 1955 contra Juan Perón y el perpetrado el pasado domingo contra Evo Morales son varios. Sólo faltó el bombardeo a Plaza de Mayo, y en determinadas instancias pareció un calco de aquel, con referencias religiosas actualizadas y deslizadas desde las entrañas de tránsito lento de la jerarquía católica conservadora de los 50, a la dinámica de comandos de despliegue rápido que caracterizan a los evangelistas financiados por diferentes cajas que convergen en el Departamento de Estado, la CIA, la Drug Enforcement Agency (DEA), echada a patadas de Bolivia en 2008, y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), expulsada por Evo en 2013.

Las largas horas sin pronunciamientos oficiales de parte del gobierno argentino anticiparon lo que luego sería su vergonzoso posicionamiento. La Casa Rosada nunca incluyó en su comunicación oficial la expresión “golpe de Estado” y, más grave aún, el mandamás del sistema de medios oficiales, Hernán Lombardi, ordenó al plantel de periodistas que allí se desempeñan que no la mencionaran.

Lejos del ominoso silencio del gobierno de Macri, el presidente electo se pronunció en forma contundente: “El quiebre institucional en Bolivia es inaceptable”. Es más, Fernández desde su cuenta de Twitter, publicó: “En Bolivia se ha consumado un golpe de Estado producto del accionar conjunto de civiles violentos, el personal policial autoacuartelado y la pasividad del Ejército. Es un golpe perpetrado contra el presidente Evo Morales, que había convocado a un nuevo proceso electoral”.

Pero tal vez la puntada final de ese pronunciamiento, lo que deja una huella indeleble, una definición taxativa que anticipa la posición que tendrá su gobierno, la dio con una afirmación cargada de poder: “Defenderemos firmemente la democracia en toda América latina. Después de este quiebre institucional, Bolivia debe volver cuanto antes al sendero de la democracia a través del voto popular y sin proscripciones”.

No menos fuerte fue la crítica directa de Alberto Fernández a los EEUU por su postura ante el golpe, con Donald Trump celebrando el derrocamiento de Evo –“Estamos un paso más cerca de la democracia”, fue la frase elegida–, a la que el mandatario electo replicó: “Retrocedió décadas y volvió a lo peor de los 70”.

Con esas palabras les habló a varios interlocutores a la vez. A Jair Bolsonaro, a quien más de un analista sitúa detrás de los movimientos del comando cívico Luis Fernando Camacho y a espaldas de sus propias FFAA; al Departamento de Estado norteamericano, cuyo secretario, ex jefe de la CIA, siempre tuvo en la mira a la Bolivia exitosa en lo económico pero dividida profundamente en lo social, y por último al frente interno argentino, anticipando que el silencio ante un golpe se vuelve en contra del que calla antes de que se pueda dar cuenta.

Al principio, de ese horror tomaron nota hasta los dirigentes más notorios de la UCR, que calificaron de golpe de Estado el derrocamiento de Morales, acentuando el aislamiento del macrismo puro y duro, que permaneció en la desvergonzada tesitura de negarlo.

Pero cuando el Congreso nacional se convocó para elaborar un repudio de ambas cámaras, el radicalismo se quitó el disfraz de oveja y mostró el lobo que actuó en 1955 cazando “negros peronistas” bajo la denominación de “comandos civiles”, apoyando la dictadura sangrienta de Pedro Aramburu e Isaac Rojas.

Esta UCR que hace seguidismo del más desembozado gobierno pro norteamericano en el período inaugurado en 1983, ya puso bombas en el subterráneo de Buenos Aires durante los gobiernos de Juan Perón, aportó sus hombres para pilotear los aviones que con la leyenda “Cristo Vence” mató a centenares de civiles indefensos en el bombardeo de Plaza de Mayo, y la República y la democracia no fueron muy tenidas en cuenta por ella durante los 17 largos años que duró la proscripción del peronismo.

Haciendo piruetas discursivas, el mismo Facundo Suárez Lastra que siendo joven vio cómo el peronismo respaldó incondicionalmente al gobierno de Raúl Alfonsín frente al golpe carapintada, respecto de Bolivia opinó: “Me resisto a la discusión semiótica. Si quieren llamarlo «golpe», llamémoslo «golpe». Pero llamemos las cosas por su nombre: los errores prácticos en el comicio se llaman «fraude» y es un robo a la soberanía del pueblo”.

“Facundito”, como le decían cuando su padre Facundo era director de la Side durante el gobierno de Alfonsín, eligió alinearse con la infamia perpetrada por la OEA, pero definió como “fraude” lo que ni siquiera el crápula de Luis Almagro se animó a calificar así.

Otro republicano, Mario Negri, radical cordobés, titular del interbloque de Cambiemos en la Cámara Baja, superó todas las volteretas discursivas y sentenció: “Morales (no Gerardo, Evo) no aceptó un referendo, y como tampoco aceptó el escrutinio, apagó la luz”. La culpa es de la chica que llevaba la falda corta.

Para redondear el cuadro bochornoso que encierra el pensamiento y acción del macrismo, vale recordar la brutal confesión del embajador argentino en La Paz, Normando Álvarez García, blanqueando la verdadera posición del Gobierno argentino –“Para nuestro gobierno no hay un golpe de Estado”–, que sólo fue superada por el canciller Jorge Faurie, quien también lo niega, pero con argumentos desopilantes: “No están los elementos para describir esto como un golpe de Estado”, porque “las Fuerzas Armadas no han asumido el poder”.

Alberto Fernández lo atendió en el acto, y al ser consultado por los dichos del ministro de Relaciones Exteriores, contestó: “Faurie es un hecho desgraciado en la historia de la diplomacia argentina”.

Nuevas tácticas, una misma y vieja estrategia

La dinámica de sucesos que se precipitaron en 2019 obliga a rastrear los planes de los EEUU para América latina, observar si surge una nueva doctrina, tácticas renovadas, pero es muy claro que lo que es inmutable es la estrategia de dominación e interrupción de los procesos de desarrollo, que sólo los pueden llevar adelante los denominados “populismos”

Para condicionar a esos gobiernos, surgidos de las urnas, las dificultades que ha tenido el Departamento de Estado con aquellos países que tuvieron relativo éxito en sus políticas de desarrollo autónomo, no son pocas. Y de ahí que ya no alcance la doctrina que en los 80 reemplazaron a la Seguridad Nacional por la de Democracias Restringidas o Condicionadas.

Los movimientos internos y externos de los EEUU deben ser examinados desde la lógica del retorno al patio trasero, Latinoamérica. Y hay claves que vale la pena mensurar:

  • Por primera vez un ex jefe de la CIA llega a manejar el Departamento de Estado, esto es la Cancillería imperial.
  • El contexto de retirada de las fuerzas de Medio Oriente, una política con la que Tump desmintió y desorientó a analistas que consideraban que su mandato iba a generar una escalada de conflictos armados e incrementar los ya existentes, tienta a la inteligencia estadounidense y a los halcones de las FFAA a establecer hipótesis de intervención en lo que denominan “Hemisferio Occidental”.
  • Es ostensible que la CIA mantiene una disputa de poder con Trump, a quien la táctica de permanentes carpetazos (reales u operados), lo puso contra las cuerdas en más de una ocasión. Y en un contexto de búsqueda de la reelección, la cuerda se tensa más de lo corriente.
  • El impeachment a Trump genera otra disputa de poder, y las esquirlas de esa contienda pueden terminar cayendo en el subcontinente. Los demócratas, representantes del poder financiero radicado en Wall Street, quieren cargarse a Mostaza Merlo, como le dicen en el barrio al multimillonario habitante de la Casa Blanca.

Ése es el escenario que encontrará Alberto Fernández cuando asuma y tenga que verse las caras con algunos de esos actores para renegociar la infame deuda que dejan como herencia Macri y sus secuaces, y cuando deba pulsear por las intromisiones imperiales, que nunca faltan.

La inestable personalidad del presidente de Brasil; el incierto resultado en Uruguay, donde el Frente Amplio tiene una parada difícil en el balotaje; el vidrioso panorama que se presenta en Chile, donde sólo la falta de un programa y quien lo conduzca mantiene a Sebastián Piñera en el gobierno trasandino, más la complicada coyuntura que deja el golpe en Bolivia, no representan un clima alentador para los primeros pasos de una administración como la del Frente de Todos, que tiene por resolver sus propios y complejos desafíos.

Si la táctica norteamericana para la región es estimular a los opositores de gobiernos “populistas”, si además el ala dura del Departamento de Estado se entusiasma con las bravuconadas de Bolsonaro, el único subcontinente que no registra guerras pero sí una descomunal desigualdad social, las chances de encarar un desarrollo sustentable y con justicia social se verán muy restringidas.

Si algo quedó claro en este golpe es que para las elites económicas y para los países centrales no importa si la economía “populista” funciona en forma exitosa, si se ganan elecciones, si los niveles de desigualdad se disminuyen. Si no gobiernan ellos, si no ganan ellos, patean el tablero y rompen todo.

Quien más claro lo planteó fue Lula: “Acabo de escuchar que hubo un golpe de Estado en Bolivia y que el compañero Evo se vio obligado a renunciar. Es lamentable que América Latina tenga una elite económica que no sepa cómo vivir con la democracia y la inclusión social de los más pobres”.

Que la Sociedad Rural Argentina y sus correveidile de la Mesa de Enlace amenacen con “volver a la calle” si se les aumentan o aplican las retenciones, habla de por qué los socios de Cambiemos no quieren calificar de golpe de Estado lo sucedido en Bolivia. Tal vez en el futuro no tan lejano consideren necesario que la OEA o quien sea “intervenga” frente a los “excesos del populismo”.

El eje Buenos Aires-DF

En sólo 15 días, América latina logró colocarse en el centro de la geopolítica global. Es el momento del subcontinente, no hay dudas. Las colosales movilizaciones en Ecuador y Chile. La liberación de Inacio Lula Da Silva. La inminente asunción de Alberto, tras una victoria que descolocó al bloque neoliberal, que aspiraba a consolidarse con un segundo mandato de Macri.

Sin embargo, que Latinoamérica ganara centralidad geopolítica global la situó en el centro del radar del imperio. Bolivia pasó a ser una pieza que debía comerse en un tablero que comenzaba a generar dolores de cabeza a los estrategas del polo de poder dominante mundial con sede en Washington.

En esa delicada partida de ajedrez, Alberto eligió hacer su primer viaje al exterior como presidente electo a México. Es curioso, pero Cristina –como Néstor en 2003– encaró su primer viaje como presidenta electa yendo a Brasil, donde gobernaba Lula.

En aquella visita viajó con varios de sus ministros y con su jefe de Gabinete, que era Alberto Fernández. Éste, probablemente hubiese seguido esa tradición, pero la presencia de Jair Bolsonaro en el Planalto descartó prematuramente esa movida.

Siempre es bueno recordar que México y la Argentina representan dos de las tres mayores economías de la región, que serán gobernadas en los próximos cuatro años por presidentes distribucionistas, y que Brasil, la mayor del subcontinente, tiene casi tres años por delante al mando del inestable Bolsonaro, que obedece sin miramientos a la elite económica más concentrada de su país.

De allí la importancia de la reciente visita a México: fue un baño de diplomacia para el futuro canciller, Felipe Solá; un verdadero festival de halagos recíprocos entre Andrés Manuel López Obrador (Amlo) y el mandatario electo argentino, una experiencia empática que ayudará mucho en el futuro, pero que aún antes de asumir, Alberto pudo aprovechar, en el marco de lo que fue una verdadera operación quirúrgica para sacar a Evo sano y salvo de Bolivia.

La acogida que México brindó al derrocado mandatario aymara cumple con una histórica tradición de asilo de la nación azteca, pero Amlo le imprimió su sello personal al operativo, del que Alberto fue protagonista excluyente.

El mismo domingo, ya concretado el golpe, Fernández se puso en contacto con varios presidentes de la región, el primero de los cuales fue Amlo, que ofreció el asilo político en forma inmediata.

Alberto dialogó con los presidentes de Perú y Paraguay. Con el primero de ellos, Martín Vizcarra, garantizó que abriera su espacio aéreo para facilitar la llegada del aparato de la Fuerza Aérea mexicana que terminó trasladando a Evo y su comitiva. Con el mandatario paraguayo, Mario Abdo Benítez, se supo luego que dialogaron en torno de dos cuestiones: posibilitar una escala técnica de reabastecimiento de la aeronave, y también se evaluó el ofrecimiento de asilo en tierra guaraní, en caso de que no pudiera plasmarse en México.

Alberto, además, habló en dos oportunidades con el presidente español, Pedro Sánchez; con el chileno Sebastián Piñera, quien insistió en invitarlo a que lo visite en La Moneda, y con el de Francia, Emmanuel Macron.

La charla con el mandatario galo se extendió por casi una hora, y la importancia de ese diálogo fue destacada hasta por el diario Clarín, que publicó: “París podría ser el próximo destino internacional de Fernández. Macron lo invitó, le dijo que coordinen agendas para un posible encuentro, puso a su equipo económico en contacto con el staff albertista y le prometió «ayudar» a la Argentina en la negociación con el FMI”.

Todo el proceso de conversaciones fue exitoso, pese a los contratiempos que se presentaron, cuando por presiones de diversa índole varios países negaron abrir sus cielos al avión azteca. Y otro dato a destacar es que Alberto se mantuvo en contacto directo y permanente con Cristina Kirchner. Su compañera de fórmula le comunicó que demoraría su retorno desde Cuba. CFK, a la vez, el mismo domingo dialogó con García Linera.

Mientras tanto, en la Cueva Rosada

La firmeza y rapidez con que Fernández se pronunció definiendo como un golpe de Estado el derrocamiento del gobierno de Morales, la contundente respuesta a la posición norteamericana, y el respeto que los mandatarios de toda la región le prodigaron a un presidente que aún no está en funciones, contrasta de modo insoslayable con la cobarde actitud  del gobierno argentino, en especial de su máximo responsable y su impresentable canciller.

La lacónica respuesta presidencial a la pregunta de un periodista acreditado en la Casa Rosada –“Todos estamos preocupados por Bolivia”–, en el peor momento de la asonada cívico, policial, militar en el país hermano, demuestra que la transición es para Macri un tiempo dedicado a intentar borrar las huellas dactilares de sus negociados y enjuagues, tratar de garantizarse impunidad judicial ante las graves causas ya abiertas en su contra, y consolidar el latrocinio que ha llevado adelante en perjuicio de las grandes mayorías.

Una prueba de ello es la desatinada medida adoptada por Macri de autorizar un desembolso de casi 25 mil millones de pesos a favor de las petroleras a menos de un mes de dejar el poder, en compensación “por las diferencias surgidas entre el precio que les abonaron las distribuidoras y el valor del gas natural incluido en los cuadros tarifarios vigentes entre el 1º de abril de 2018 y el 31 de marzo de este año”, tal como publicó Página 12.

La semana que concluye muestra lo extenso que resulta el período de transición en la Argentina si no hay segunda vuelta. Es necesario revisarlo, habida cuenta de los estropicios que viene perpetrando un Gobierno que no tiene pudor en saquear hasta la última moneda a fin de favorecer a socios y amigos, y dejar sin fondos a la futura administración.

Los movimientos póstumos de Cambiemos socavando la futura gestión del Frente de Todos son parte de un golpe de caja, y una advertencia de que desde la oposición este republicanismo golpista está dispuesto a todo, y fuerzan el recuerdo de un ominoso título de La Nación, hace casi exactamente un año, el 9 de noviembre de 2018: “La democracia pierde atractivo en la región: la mayoría no la prefiere como forma de gobierno”.

En política no hay profecías, como en la teología, se trata de planes. La frase que da inicio a esa vergonzante nota rezaba: “La satisfacción con la democracia sigue en declive en América Latina”. Por algo Macri no quiere reconocer que en Bolivia hubo un golpe de Estado. Amigos no le faltan.

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