“Me presento como psicóloga, escritora, lesbiana y activista gorda”. La primera oración de Alejandra Benz para esta entrevista abre un universo inabarcable al menos para dos páginas de un semanario. La primera sensación que tiene esta cronista es que se le quemaron los papeles y ya no hay forma de avanzar en la nota. Sin embargo, sucede. Pese a que a Ale Benz le cuesta hablar de sí misma, las palabras son su terreno, la forma de apropiarse del sentido y sacarle el efectivo negativo que podrían tener. La presentación de Alejandra son sus autodefiniciones –a las que más tarde le agregará “peroncha”– y por lo tanto formas de encarnar determinados principios. Ser gorda, lesbiana, escritora y peronista son para ella una puerta a infinitas posibilidades pero también una forma de contenerse con una potencia que no tienen ni los abrazos.

Alejandra Benz tiene puesto un vestido negro que le llega casi a los tobillos. Resaltan sus uñas rojas y prolijas, y un reloj que roza el multicolor: blanco, rosa, amarillo y celeste. Entre las mangas cortas se le escapa un tatuaje: una chica subida a un caballo. La chica del tatuaje no es flaca y ella lo resalta con orgullo. Fue un pedido especial que le hizo a la tatuadora. La psicóloga está en su consultorio, una habitación colmada de libros y cositas preciosas perfectamente acomodadas. Ella se sienta con una jarra de agua y un vaso y más que preparada para una entrevista parece lista para un acto de militancia. La nota es puro activismo de gorda.

Foto: Lucía Greco

“No sé si tengo algo para decir, pero si me proponen un espacio voy a ocuparlo. Más allá de si a mí me gusta o no dar una entrevista, yo estoy pensando en los pibitos y en las pibitas. Es muy fácil asumirse como gorda cuando tenes otros recorridos, pero creo que sigue siendo necesario visibilizarlo. Poner el tema en primer plano nos va a permitir tener estrategias de abordaje que hoy no tenemos. Hoy los chicos siguen siendo mirados, juzgados y patologizados”, remarca. Y más tarde agrega: “Lo que a mí me interesa es el agradecimiento al activismo gordo. A mí me salvó en muchos sentidos”.

Gorda de todas las veces 

la gorda madre gorda / vecina gorda amiga gorda / la foto de cumpleaños / de nena gorda / de tristeza / de odio / de mc donalds / gorda de todas las veces / que le dijeron gorda.  El fragmento del poema se llama Cebo, cebi, Sebastián, y Alejandra Benz lo escribió en 2011. Desde los 10 años que la poeta tiene un cuerpo gordo y que el pensamiento en relación a la corporalidad la atraviesa por completo. Fue la primera vez que Benz pudo escribir al respecto.

Foto: Lucía Greco

Si de closets se trata, fue más difícil para Alejandra salir del closet de gorda que de lesbiana. “La opresión específica que sufre el colectivo gordo hace que uno tienda al ocultamiento permanente y a no asumirlo como un ser, sino como una condición. Una está gorda, no es gorda”, explica Benz. Y suma: no sólo se trata de estar esperando siempre esa posibilidad de cambiar, sino que además la gordura va en contra de los principios de belleza hegemónica que socialmente se exige.

Escribir un poema sobre tener un cuerpo gordo fue su salida del closet, que en estos casos se resignifica. La gordura no puede ocultarse como, por ejemplo, la sexualidad. Ser gorda es evidente, todo el mundo la ve. Por eso, su salida fue la primera vez que pudo nombrarse como tal frente a los y las demás, apropiarse de un concepto y vaciarlo de connotaciones negativas para que suene como un abrazo. O como un grito de lucha. “Sucede mucho que dentro de los propios círculos amor y de cuidado, como la familia y los amigos, una siempre es corrida de esa posición. Pueden mirar a otro y decir: tal es gordo, pero vos no, vos sos linda. Que la ropa a aquella le queda horrible, pero a vos no. Siempre te dicen que a vos se te va a pasar. Entonces es muy complejo hacer esa asunción. Cuando yo escribí ese poema ya no pude mirar para otro lado. Saqué el libro, lo empecé a leer en lugares y tenía que nombrarme de esa manera frente a la gente. O no sé si tenía. Fue una elección también”.

El poema, sin embargo, nunca estuvo pensado dentro del activismo. Alejandra no tenía referencias al respecto, fue una búsqueda personal y solitaria. “Poder asumirse es el primer paso para encontrarse con otros pares”, reflexiona ahora. Recién en 2015, cuando conoció al activista Nicolás Cuello, comenzó a descubrir lecturas puntuales al respecto. Y en 2016, con la publicación del libro Cuerpos sin patrones, de Nicolás Cuello y Laura Contreras, cambió todo. “Es la biblia de los gordos. A mí esa publicación me movió todo, me encontré hablada y dicha en lugares que nunca había visto”.

El activismo gordo comenzó a brotar por doquier. Una lectura allá, un mensaje por acá, un texto por el otro lado. Reconocerse fue, efectivamente, el primer paso para encontrarse con otros y otras. En 2018, Alejandra conoció a Lucrecia, otra gorda saliendo del closet, y juntas comenzaron a ver la posibilidad de establecerse como colectivo. Ya hace poco más de un año que organizan las Rondas Gordas como espacio de pensamiento y discusión en torno a las corporalidades. “Más que nada tenemos preguntas, porque en ese sentido es súper fértil el terreno del activismo gordo. Está lleno de cosas por hacer”.

Foto: Lucía Greco

El colectivo vence

Alejandra Benz tenía 10 años cuando comenzó su carrera por nutricionistas, endocrinólogos y demás. Dice que los recuerdos son infinitos: tener que comer diferente a lo que comían sus hermanos o tener que preguntar si tenía el famoso permitido por semana. “Es algo muy loco eso, porque a las gordas y gordos nos pasa que todo el tiempo la gente se siente habilitada a recomendarte dietas o ejercicios, pero somos las licenciadas número uno en dieta. Yo sé perfectamente qué debería hacer. Pero no quiero o evidentemente hay que reconocer que hay cuerpos que no se sostienen. Yo he llegado a pesar una determinada cantidad de kilos y después los volví a subir. Porque si bien es algo del orden de lo social, hay que reconocer en cada uno qué es lo que hace carne de ese conflicto social”.

En ese sentido, lo colectivo vence a la catarsis o al menos eso se está proponiendo: generar una apertura al orden de lo social. En ese terreno con más preguntas que respuestas, Alejandra encontró una premisa clave: saber que su cuerpo no es un error, que no es algo a ser cambiado, salvo que sea su decisión o deseo. “Con la palabra gordo o gorda podés encontrar una asociación simbólica infinita, desde feo a enfermo, vago, indeseable. Es muy importante entender que no es así, que no hay algo que esté mal”, sostiene.

Foto: Lucía Greco

Hay acciones mínimas, casi imperceptibles, que el cuerpo gordo visto como un error condiciona siempre: ir a una pileta, comer en público, tener sexo, usar determinado tipo de ropa. Cuando se puede entender que el cuerpo no es el error, se abren posibilidades. “Primero, disfrutar del propio cuerpo sin deberle ni belleza ni salud a nadie”, remarca Benz. “Y ahí aparece algo de lo que tiene que ver con el reconocimiento del propio cuerpo o del amor propio, que si bien es algo que tiene que estar, que es como la base, se queda corto. Es un punto de partida, pero una no puede estar todo el tiempo amándose y después salís y te encontrás con que el mundo es absolutamente hostil. Por eso se va a lo colectivo”.

Desde su salida del closet a ahora, Alejandra todavía se cruza con un pero. Una mirada del entorno que le dice “pero vos sos linda”, aunque ella ya lo sepa. “Y soy gorda. Soy las dos cosas”, completa en esta entrevista. “No hay un cambio en el sentido que desde que soy activista ya no me importa nada, pero sí baja la intensidad de la angustia. Y una empieza a buscarle la potencia a la vergüenza, al miedo, al enojo. La consigna feminista de cambiar la vergüenza de lado a nosotras nos sirve un montón: vergüenza es opinar sobre el otro. Esto no quiere decir que nunca más me voy a angustiar porque estoy en la pileta y me siento observada, porque ya hay algo interiorizado, pero una sí puede graduar la intensidad”.

Alejandra del horror 

Alejandra Benz nació en la ciudad de Esperanza, a pocos kilómetros de la capital provincial. Hizo la primaria y secundaria en la escuela Normal y asegura que siempre tuvo una cosa en claro: quería irse de ahí. Su localidad fue siempre un ambiente muy hostil. “Cualquiera que venga de una localidad más chica te lo puede decir. La mirada, los comentarios, son más fuertes. Nos conocemos entre todos y eso para mí como lesbiana y gorda era súper opresivo. Sabía que tenía y que quería irme”.

Foto: Lucía Greco

La ahora psicóloga llegó a Rosario en el 2000 y la ciudad y la facultad de Psicología resultaron para ella un mundo absolutamente distinto. “Yo era una persona del horror en Esperanza. Hoy sería alguien comentando que se mueran todos en el portal del diario La Capital. Pero en Rosario escuché que había otras cosas, no un discurso único. Yo, hasta ese momento, no sabía que había otras cosas”. Alejandra también destaca un punto fundamental en su vida: la comunidad de amigos y amigas y el ámbito de la escritura que encontró.

Definiciones

“El de escritora sería otro closet, me parece”, admite Alejandra, volviendo a sus autodefiniciones del comienzo de la nota. “Creo que empecé a nombrarme así cuando empecé a ir a talleres. Hicimos muchos talleres con Agustín, y creo que cuando vos podes socializar la palabra es cuando podés definirte como tal. Al menos, decir yo escribo, es un paso; decirlo, bancarse otras miradas, la escucha, la sanción”, cuenta, haciendo referencia al escritor rosarino Agustín González, su amigo, compañero de estudios y el dueño de la casa donde funciona su consultorio y da la entrevista.

Alejandra escribe poesía desde chica. Su mamá siempre quiso que fuera escritora o actriz, y ella sabe que la actuación no era una posibilidad. La poesía empezó como un juego para agradarle a su madre y terminó sirviendo para cultivar su mundo interno. “Le mostré mis primeras cosas a Agustín y él fue quien me abrió la puerta a otros contextos. En 2012 salió mi primer libro y no paré de habitar esos lugares. El arte y la literatura son mis ámbitos seguros. Más allá de que haya cosas horribles, yo los siento como ámbitos mucho más empáticos”, cuenta.

La poeta se define como fan de Rosario y de sus producciones. No sólo por la calidad sino porque además permite cruzarte con quienes producen. “Lo mismo me pasa con la lectura. Si me preguntas qué leo, leo a mis amigos. O lo que escribe gente que está más o menos cerca. De literatura universal no sé nada, no conozco nada. No me daría el tiempo y prefiero estar cercana a lo que estamos pensando acá. Me interesa eso, cómo nos pensamos nosotros. Con el resto me siento ajena”.

Que valga la redundancia: además de escritora, Alejandra es lesbiana y peronista. Dice que es lesbiana tardía, que simplemente se enamoró. “Por supuesto me pasaban cosas previamente, pero como también me gustaban chicos, ¡para qué me iba a hacer problemas! Adopté esta identidad cuando reconocí que sí podía sostener una relacion sexual pero no de intimidad con un hombre”, cuenta. Del peronismo, destaca el agradecimiento y el amor. Dice que su mamá y su papá son antiperonistas, pero sus abuelos no. “Eran súper peronistas, de los que llevan la boleta con los ojos cerrados”, sonríe. “Mi abuela y sus hermanas sintieron un amor eterno con el reconocimiento de los derechos laborales. Yo tomé ese amor, es algo que se me transmitió un montón. Me quedó el agradecimiento eterno que veía”.

Foto: Lucía Greco

 

Palabras con peso propio

Alejandra Benz tiene una vida enquilombada. Al consultorio se le suma que hace equinoterapia tres veces por semana. Dice que es fan de los animales y que encontró en esa actividad un cruce entre la psicología y ese amor. La escritura le demanda bastante, asegura, y habla de su pasión por hacer talleres. “Es una instancia buenísima”, remarca. Si hay un hilo conductor que une todo ese quilombo y esas formas de autodefinirse son las palabras. Del psicoanálisis a los talleres, de las que elige a las que escribe, de las que escribe a las que lee.

“Nuestra materialidad son las palabras. Las marcas de vida están hechas de palabras. El retomar ciertas categorías como lesbiana o gorda es reapropiarse y eso produce un cambio en el cuerpo, porque le sacás el efecto que puede tener sobre uno: gorda, lesbiana, peroncha. Lo que sea, porque lo que no se nombra existe igual y a veces con muchísima fuerza negativa”, remarca. “La palabra gorda tiene un peso por todo lo negativo a lo que está asociado y lo tirás por tierra cuando te lo apropias. Le sacas el efecto. No es inmediato, pero se entiende, ¿no? Tiene potencia en sí misma porque vos lo dotás de determinado sentido y ya no es ni enferma, ni vaga, ni sucia, ni indeseable”.

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