Yo no sé, no. Pedro recuerda cuando íbamos a hacer mandados hasta la granja de Zeballos y Rodríguez, a comprar unos artículos de limpieza, y antes de llegar pasábamos por una casa que tenía un gran patio, un limonero y otro árbol de esos de hojas verdes todo el año. Ahí se nos había caído una pelo de goma. Una vez intentamos recuperarla pero no se pudo, por la plantas y el tapial demasiado alto para nosotros. Además no daba, si nos decubrían nos iban a tratar de choros en el barrio. Una tarde, a una de la mujeres de esa casa le pedimos que nos la devuelva y nos respondió que otro día, que en ese momento estaba muy ocupada. ¡Se las debo, chicos!, nos respondió desde unas de las ventanas. Pasaron los días y ni a la señora ni a la pelo las vimos más. Y cuando pasábamos rumbo a la granja, a veces le gritábamos: ¡Ustedes están en deuda con nosotros!

Por ese tiempo, parte de lo que comprábamos era anotado, y la frase “¡esto se lo debo!”, nos daba vergüenza. Hasta que nos dieron la libreta del fiado.

Cuando nos vinimos al sur, había una casa en la que muchas veces se caían las pelos y era imposible recuperarlas. Más de media docena de las viejas y queridas Pulpo, y tres de cuero número 3 que usábamos por lo livianita para las cabezas, yacían entre las plantas del caserón. Pasaron los años y cuando creíamos que todas las pelos estaban perdidas para siempre, don Manuel, un gallego entrado en años, nos llamó y le dijo a Pedro: Estoy en deuda con ustedes. Y nos nos devolvió todas las pelos. Luego don Manuel se fue del barrio y nunca más supimos de él.

Cuando íbamos al Superior a la noche, y ya nos picaba lo de la militancia sabíamos de una deuda a la que había que encontrarle la vuelta para cobrarla. Era el restablecimiento de la democracia en su plenitud y hacer realidad lo de la Justicia Social. Y estuvimos cerca de que los poderosos, los que apuestan al coloniaje, paguen esa deuda.

Y bueno, ahora con todo el retroceso hay una gran deuda que saldar en lo económico, en lo social, con nuestra gente. Encima están los que reclaman una deuda en la que ellos y sus socios locales (la minoría de siempre) se benificiaron.

A lo mejor, me dice Pedro, si nos ponemos firmes podemos lograr que nos paguen parte de la gran deuda. Y quién te dice empezamos a recuperar y a cobrarnos todas la pelos que nos deben, y también tantos libros, tanto buen morfi, tanta salud. Es cuestión de convencernos de que la tarasca la tienen que poner ellos, nosotros ya pusimos.

Volviendo a casa, vemos un pedazo de tapial que quedó de la casona donde perdíamos tantas pelos, y me dice Pedro: Capaz que quedó alguna que don Manuel se olvidó de devolver. Si es así, esa ya no es deuda: el que la encuentre que la disfrute.

 

Fuente: El Eslabón

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